jueves, 30 de octubre de 2014

SEVILLA Y LAS CRUCES DE CALATRAVA (21: SAN DIEGO)

Si el auto de fe era una representación del Juicio Final, el quemadero era metáfora del infierno.

El suplicio de Diego Duro
(fragmento en el que se aprecia
el quemadero).
Fresco de Lucas Valdés.
Parroquia de Santa María Magdalena
Los condenados a relajación –que no a muerte, porque el Santo Oficio no mataba a nadie a conciencia– eran entregados al “brazo secular”, al poder civil, lo que en la práctica suponía ponerlos en manos del verdugo municipal. Estos destinados a la hoguera no tenían por qué quedarse en el auto de fe hasta el final. Además, la hora ideal para las ejecuciones era la primera de la tarde, excepto en verano, en que se diferían a las seis, cuando ya había pasado el calor, aunque siempre procurando evitar que se echara la noche encima. Por tanto, una vez dictada sentencia contra estos desdichados, se organizaba en la plaza la lúgubre procesión hacia el quemadero, con los reos montados en burros, sentados al revés los rebeldes, custodiados por los soldados y acompañados por los Niños de la Doctrina y los frailes, que no paraban de conminarlos a que se confesaran.1

La triste comitiva, con el asistente al frente, salía por la puerta de Jerez, cruzaba el arroyo Tagarete y giraba a la izquierda en dirección al quemadero. Existió un itinerario alternativo, por Tundidores y Alcaicería de la Seda (dos tramos de la actual Hernando Colón), Gradas de la Catedral (Alemanes) y Borceguinería (Mateos Gago), en dirección a la puerta de Minjoar o de las Perlas, que en tiempos fue la puerta de la Judería y hoy es de la Carne, y desde allí al quemadero bordeando el Tagarete.2

Hasta el último momento, el relajado podía abjurar de sus errores y reconciliarse con la Iglesia, recibiendo en este caso un trato mucho más favorable: se le ajusticiaba por garrote y se quemaba su cadáver. De todas formas, el manual aconsejaba no ablandarse por confesiones que pudieran estar provocadas por el pánico.3

El quemadero de Sevilla estuvo en el prado de San Sebastián, llamado así por la proximidad de la ermita del mismo nombre, dentro de la amplia zona de Tablada (que quedaba entonces a este lado del río). Era muy fuerte el perfil siniestro del lugar, porque estaba allí también la horca del poder civil. Era una mesa cuadrada, cóncava en el centro, de piedra y ladrillo, con estatuas de los “cuatro profetas” en las esquinas, y con columnas traídas del pueblo de Villafranca. Parece ser que estas estatuas de yeso, huecas, se utilizaban para colocar a los impenitentes, a fin de que murieran a fuego lento.4

Azulejo de la calle Susona
La primera ejecución de Sevilla, que fue la primera de España, tuvo lugar el 6 de febrero de 1481, y en ella ardieron seis reos del grupo de judeoconversos formado por banqueros, mercaderes y funcionarios de Sevilla, Carmona y Utrera que, viendo peligrar su futuro tras la aparición de los inquisidores, se reunían para ver qué hacer en la casa del principal de ellos, probablemente en la Judería, en la calle de la Muerte (hoy calle Susona, en el barrio de Santa Cruz), aunque también en algún lugar en la collación de San Juan de la Palma, y que llegaron a plantearse incluso una defensa armada. El principal del grupo no era otro que el banquero Diego de Susón, delatado por su propia hija, que purgó su culpa durante toda su vida y toda su muerte. Este Susón era de familia importante. Su hermano, también converso, llamado Francisco Fernández de Sevilla, había sido escribano de cámara con Juan II y con Enrique IV, contador de Hacienda, notario público y, en Sevilla, procurador del concejo y veinticuatro. Era una familia importantísima, que, sin embargo, vio que todo se le hundía con los Reyes Católicos. Susona se echó la culpa, pero seguramente, sin ella, todo hubiera sido igual.5

Mural de azulejos conmemorativo del lugar donde se puso
la cabeza de Susona, en la calle Susona
En la redada intervino al asistente de la ciudad, Diego de Merlo, que apresó a unos veinte conspiradores, y en las pesquisas posteriores se apresó a un gran número de implicados. En el segundo auto de fe, en abril del mismo año, quedó exterminado el grupo conspirador. En Tablada ardieron el ya anciano Pedro Fernández Benadeva, “padre del canónigo Benadeva y sus hermanos”, que había reunido armas para cien hombres, además del muy famoso magistrado y arrendador de aduanas Juan Fernández de Abolafia “el perfumado”, el “Alemán poca sangre”, mayordomo de Sevilla, o los hermanos “Adalfes de Triana”, que habían vivido en el castillo de San Jorge. Fueron ajusticiamentos sonados, especialmente el del viejo Benadeva, que dio lugar a coplas burlescas de los chiquillos: “Benadeva, dezí el Credo. / ¡Ax (ay) que me quemo!”.6

Mural de azulejos de la leyenda de Susona, junto al azulejo de la calavera, en la calle Susona

No hay consenso entre los historiadores respecto a la cifra de ajusticiados en la hoguera, dato que se hace aún más confuso por el hecho de incluir a los quemados en efigie. Según Llorente, en la España del siglo XV, el dominico Tomás de Torquemada, confesor de Isabel la Católica y primer inquisidor general de Castilla y Aragón, llevó a la hoguera a más de 10.000 personas y otros 27.000 sufrieron penas infamantes.7

Según el historiador Francisco Bernáldez, cura de Los Palacios, la Inquisición quemó en Sevilla entre 1482 y 1489 a setecientos reos. El padre Mariana señala que en un solo año ardieron dos mil personas en Sevilla. Jerónimo Zurita cita que para 1520 iban ya cuatro mil quemados. La comunidad criptojudía había quedado prácticamente exterminada.8

Los inquisidores se erigieron en jueces de la moral cristiana. Aunque la sodomía entraba en la jurisdicción civil, en 1506 ardieron en Sevilla diez sodomitas, y en 1521 el Santo Oficio, que ya entendía de delitos sexuales, envió a la hoguera a “tres hombres e un mochacho que dizen que eran de fuera de Sevilla por el pecado contra natura”.9

Tras la muerte del rey católico en 1524, la Inquisición cargó a fondo contra los moriscos, muchos de ellos agricultores, que se habían convertido por decreto para librarse de la expulsión de 1502, y que eran ya automáticamente sospechosos.10

En el auto de fe de 1524 hubo trece quemados, pero a partir de 1530 las condenas a muerte disminuyeron. En 1536 tuvo lugar un proceso contra cinco religiosos de San Agustín que habían matado a un provincial. En 1546 hubo setenta condenados, de los que veintiuno fueron quemados.11

Surgió después, en la segunda mitad del siglo XVI, el asunto de los protestantes. La Inquisición se convirtió en un eficaz medio de control contrarreformista, en un contexto hispano, en el que la Iglesia sentaba su poderío, apoyándose en Trento. Fueron perseguidos los alumbrados y los quietistas, como también lo fueron los usurpadores de cargos y oficios eclesiásticos, los curas desviados y los solicitantes de confesionario.12

El Santo Oficio reprimió todo lo que pudo los delitos sexuales. Entre 1578 y 1616 fueron quemados en Sevilla cincuenta y cinco sodomitas. También, como una constante durante la historia inquisitorial, fue perseguida la bigamia, al ser considerado el bígamo “un divorcista en el fondo y un delincuente en la forma”.13

Vista de Sevilla (grabado calcográfico de Joris Hoefnagel).
Execution de Justitia de los cornudos patientes.
Civitates orbis terrarum, volumen V
, de Georg Braun y Frans Hogemberg
En el extremo izquierdo, señalado con la letra A, se aprecia el quemadero.
El signo que hacen los chavales es indicativo de cuernos.
También era castigado, obviamente, el adulterio. Pero, cuando el adulterio era consentido por el marido, este era condenado también, como “cornudo paciente”. Él iría a la hoguera adornado con ramas de vástagos, semejando astas de venado, con banderines, campanillas y cascabeles, y sería azotado por ella, que a su vez, con el torso desnudo, recibía azotes de penca. La alcahueta encabezaba esta lamentable comitiva y la gente le arrojaba excrementos.14

Fragmento del plano de Olavide, en el que se aprecian
entre la muralla y el Tagarete a la izquierda,
el Guadalquivir abajo a la derecha y el campo arriba,
los siguientes edificios: junto al Guadalquivir, San Telmo;
y junto al Tagarete, la Fábrica de Tabacos (hoy Universidad),
edificios ambos que no existieron hasta el siglo XVIII;
más arriba, a la derecha San Diego y, frente a San Diego,
un pequeño cuatrilátero: el quemadero de la Inquisición.
Fernando Niño de Guevara mandó ejecutar a más de 2.000 personas. En 1609, muerto el cardenal, fueron expulsados los moriscos. Hubo un rebrote inquisitorial contra los judeoconversos portugueses que entraron en España por la política del Conde Duque de Olivares de búsqueda de nuevos acreedores, sobre todo tras la quiebra de 1627, y la persecución se acentuó con la guerra hispano-lusa de 1640 y con la caída del valido. Pero también otros extranjeros cayeron en las redes inquisitoriales, con el regocijo de la población. Y luego estuvieron las brujas, aunque menos hostigadas aquí que, por ejemplo, en Zugarramurdi.15

Sevilla, que había tenido el honor de celebrar el primer auto de fe de España, fue también escenario del último, en 1781. Ante una gran expectación, salió a las 8 de la mañana la procesión, con el clero parroquial de Santa Ana, la hermandad de San Pedro Mártir –integradora de los familiares– y los demás religiosos, hacia el tribunal, instalado en San Pablo. La hereje, María de los Dolores López, la “beata ciega”, había sido detenida dos años antes mientras vendía huevos en la calle de los Dados (hoy Puente y Pellón), acusada de quietismo por fingir revelaciones divinas, y de tener relaciones sexuales con sus confesores. La pobre vieja iba en un asno, flanqueada por el alguacil mayor y el alcaide de las cárceles, y no paraba de despotricar, pero cuando oyó la sentencia rompió a llorar y a implorar clemencia. Estrictamente no había abjurado, pero se le concedió ser agarrotada, lo que vino a acontecer a las cinco de la tarde. El cuerpo muerto ardió hasta las nueve de la noche en el quemadero de San Diego.16

El suplicio de Diego Duro
(fragmento en el que figura este edificio,
tal vez el convento de San Diego).
Fresco de Lucas Valdés en la parroquia de
Santa María Magdalena
Seguramente el quemadero era identificado como de San Diego a raíz de la fundación, en sus proximidades, del convento de franciscanos descalzos de San Diego, en 1580.17

El franciscano san Diego de Alcalá, a quien se dedicó este convento, nació no en Alcalá sino en la localidad sevillana de San Nicolás del Puerto a finales del siglo XIV. Uno de los milagros que se le atribuyen es el de haber hecho que un niño apareciera fuera de un horno encendido, en el que se había dormido. No es rara la vinculación. También el quemadero de la capital de Nueva España, la actual México D.F., estaba situado frente al templo de San Diego. Sin duda, san Diego es un símbolo de la salvación de la quema y de la buena relación entre dominicos y franciscanos, más allá de la polémica inmaculista. No en balde, los autos de fe más solemnes y grandiosos de Sevilla se habían celebrado al amparo de las Cinco Llagas franciscanas, en la plaza de San Francisco, y también se celebraron autos particulares dentro del convento Casa Grande. Los frailes descalzos franciscanos abandonaron el convento de San Diego en 1784 y se instalaron en el complejo de San Luis de los Franceses, que había pertenecido a los recién expulsados jesuitas. Cuando la Compañía de Jesús fue restablecida, los franciscanos se fueron a la casa del mayorazgo de los marqueses de la Granja, en la calle Imperial. Finalmente, tras la desaparición en 1791 de la orden de los hospitalarios de San Antonio Abad, el convento advocado de San Antón fue ocupado por los frailes descalzos de San Diego, mediante un convenio firmado en 1819 con la hermandad del Silencio.18

El lugar del primitivo convento extramuros está hoy ocupado por el Casino de la Exposición, el teatro Lope de Vega, parte de la avenida de María Luisa y la glorieta de San Diego, que conserva el nombre como una reliquia. El quemadero sería derribado en 1809, estando aún sus cimientos bajo el relleno en el que está la estatua del Cid.19

Fachada de la iglesia de San Antonio Abad
a la calle Alfonso XII
Y el antiguo hospital de San Antonio Abad y convento de San Antón es hoy la iglesia de la hermandad del Silencio. En la puerta que da a la calle Alfonso XII, está presente san Diego de Alcalá, flanqueado por los emblemas de las órdenes mendicantes: a su izquierda, las Cinco Llagas de la Orden Franciscana; a su derecha, como una deferencia especial, la Cruz de Calatrava blanca y negra de la Orden de Predicadores.



1. Eslava Galán, Juan. Historias de la Inquisición
2. Está generalmente asumido que el camino al quemadero pasaba por la puerta de Jerez, lo cual es lógico por ser el camino más corto (a pesar del “tapón”, desde principios del siglo XVI, del colegio de Santa María de Jesús). Sin embargo, Joris Hoefnagel, en su grabado calcográfico titulado Vista de Sevilla, incluido en el volumen V de Civitates orbis terrarum, retrata claramente el recorrido extramuros de la puerta de Minjoar al quemadero.
3. Ibíd.1. Eimeric, Nicolau. Directorium Inquisitorum. También el artículo Recorrido histórico: Auto de Fe por las calles de Sevilla (www.edc.evidenciasdelcristianismo.com)
4. Morales Padrón, Francisco. La Sevilla del Quinientos. González de Caldas, Victoria. ¿Judíos o cristianos?: el proceso de fe Sancta Inquisitio. Mena y Calvo, José María de. Historia de Sevilla
5. Álvarez García, Carlos. Un registro de Francisco Fernández de Sevilla, escribano de cámara y contador de Hacienda, converso sevillano (1458-1465). La leyenda, con pretensión de historia, aparece escrita en un mural de azulejos en la casa de la calle hoy llamada Susona (antes de la Muerte), donde se supone que vivió. Se cita en el mural que su padre y los demás conjurados fueron apresados por Diego de Merlo y sus alguaciles, y que murieron ahorcados.
6. Caro Baroja, Julio. Ob.cit.
7. Llorente, Juan Antonio. Ob.cit.
8. Mena Calvo, José María. Historia de Sevilla. El autor cita que estas cifras están igualmente avaladas por autores como Lafuente, Mariana, Menéndez y Pelayo, Ballesteros y otros “de máxima seriedad y erudición”.
9. Gil, Juan. Los conversos y la Inquisición sevillana
10. Ibíd. 1
11. Sánchez Herero, José. Sevilla del Renacimiento (VV.AA. Historia de la Iglesia de Sevilla de VV.AA.). Se recomienda leer el artículo 8 de la serie de este blog Sevilla salomónica, titulado Salomonismo en la Reforma, salomonismo en la Contrarreforma… salomonismo enfín.
12. Boeglin, Michael. Inquisición y Contrarreforma. El Tribunal del Santo Oficio de Sevilla (1560-1700)
13. Contreras Contreras, Jaime. El Santo Oficio de la Inquisición de Galicia
14. García Arranz, José Julio. El castigo del “cornudo paciente”: un detalle iconográfico en la Vista de Sevilla de Joris Hoefnagel (1593). Hoefnagel, Joris. Vista de Sevilla (grabado calcográfico incluido en el volumen V de Civitates orbis terrarum)
15. Ibíd. 1 y 9. Llorente, Juan Antonio. Histoire critique de l’Inquisition d’Espagne, citado por Caro Baroja, Julio. Los judíos en la España moderna y contemporánea, Volumen 1
16. La Parra López, Emilio y Casado, María Ángeles. La Inquisición en España. Agonía y abolición. El quietismo fue una propuesta mística del sacerdote español Miguel de Molinos en su Guía espiritual que desembaraza el alma y la conduce por el interior camino para alcanzar la perfecta contemplación y el rico tesoro de la paz interior, publicada en 1675. La corriente también es conocida como “molinismo” o “molinosismo”, por el apellido de su promotor.
17. Pérez Cano, María Teresa. Patrimonio y Ciudad. El sistema de los conventos de clausura en el Centro Histórico de Sevilla. Se recomienda leer el capítulo 16 de esta serie, titulado Administrando la justicia de Dios y la devoción a su Madre.
18. Ibíd. 17. También artículo de Guevara Pérez, Enrique, en el Boletín de las Cofradías de Sevilla, nº 544 (www.artesacro.org)
19. Matute y Gaviria, Justino. Relación histórica de la judería de Sevilla, establecimiento de la Inquisición en ella, su extinción y colección de los autos que llamaban de fe celebrados desde su erección.


jueves, 23 de octubre de 2014

SEVILLA Y LAS CRUCES DE CALATRAVA (20: …Y PARA ESCENIFICAR LA FE)

En Sevilla, los primeros autos de fe generales, en las gradas de la Catedral, a lo largo de la Biblioteca Colombina, fueron sobrios y austeros,1 pero el inquisidor general y arzobispo de Sevilla Fernando de Valdés se empeñó en que estas manifestaciones de poderío inquisitorial tuvieran especial solemnidad y magnificencia,2  y ya para el auto de fe de 1559 la ciudad cedió su plaza mayor para que el espectáculo fuera “más glorioso” y “más horroroso a los infieles su castigo”.3 Realmente, el propósito de la Inquisición no era salvar almas, sino extirpar la herejía “para edificación de todos y también para dar miedo”.4

Arquillo del Ayuntamiento, antiguo pórtico de acceso
al convento Casa Grande de San Francisco,
con el emblema de las Cinco Llagas duplicado
La fe imperaba en las conciencias y en el aparato. Cada auto, inspirado por Dios, daba sentido al “tiempo de la fe”, los días en los que el “tribunal de la fe” se adueñaba de la ciudad, que era marco de la potente afirmación de una sociedad jerarquizada y sin fisuras. Era la fe la que aglutinaba el sistema. Y, con la fe por bandera, los autos eran simulacros del Juicio Final, pero, sin defecto de ello, o tal vez por ello, eran ocasión de ostentación eclesial y aristocrática, como se evidencia en el de 1560, en que estuvieron presentes los obispos de Tarazona y Canarias y una selecta representación de la nobleza, destacando la duquesa de Béjar con su hijo el marqués de Gibraleón, y otros ilustres invitados, entre los que estaba el conde de Gelves. Es curioso, porque este conde, bisnieto de Colón, patrocinaba la tertulia humanista de Juan de Mal Lara, quien tendría un tropiezo con la Inquisición el año siguiente.5

Además, para que la afición no decayera, se buscaba que los autos de fe generales tuvieran variedad. Baste un ejemplo: en el de 1579 había un esclavo negro blasfemo, un artillero inglés, un morisco renegado, una histérica que veía al demonio, varios bígamos, algunos fornicadores y, por supuesto, varios judaizantes. Y el único relajado al brazo secular –es decir a la hoguera– fue un protestante flamenco que quemaba estampas de santos.6

En el siglo XVI había un auto de fe general cada año, aunque en algunos años hubo dos, y en cambio a veces había dos o tres años entre un auto y otro. En cambio, en el siglo XVII ya solo se celebraron cuatro autos generales. Se buscó que coincidieran con alguna festividad o, al menos, con un domingo, como el de 1648. Los de 1604 y 1624 fueron el día de San Andrés y el de 1660, el último que se celebró en Sevilla, con una “majestuosa asistencia”, fue el día de San Hermenegildo.7

En los mejores tiempos del Santo Oficio, en la plaza de San Francisco se montaban un tablado central y dos graderíos o teatros. En el centro del tablado estaba el altar, iluminado con cuatro haces de luz y presidido por la cruz verde de la fe, que en ocasiones fue la misma cruz parroquial de Santa Ana.8

Auto de Fe en la plaza de San Francisco de Sevilla en 1660 (fragmento), atribuido a Francisco Herrera el Mozo.
Colección particular. Iglesia de la Magdalena
El teatro de las autoridades, adosado al edificio de las casas capitulares, aprovechando los balcones y los siete arcos de arquitectura corintia, en los que se instalaba además una tarima de tres gradas, era el lugar reservado para los inquisidores y principales autoridades. El sitio de honor era para el inquisidor de más alto rango. Cuando el arzobispo de Sevilla era también inquisidor general no había problema, pero sí se planteaba un conflicto cuando, no siendo así, el arzobispo quería asistir.9

El teatro de enfrente, “media piña de gradas” o “media naranja”, era el de los reos, sentados según la gravedad de las penas en una pirámide penal, donde la cúspide era la de los destinados a convertirse en cenizas. También tenían su sitio en él las “efigies” de los fallecidos y los escapados.10

Este recinto, en el que entraban perfectamente dos mil espectadores de pie, tenía dos puertas: una a Génova (actual avenida de la Constitución), por donde entraba la procesión, y otra a Sierpes. Los familiares de la Inquisición controlaban los accesos, y había que mostrarles la invitación. En la plaza entraban también los soldados y sus monturas, y aun había espacio para aparcamiento de carruajes. El protocolo era muy estricto. La Inquisición incluso distribuía las plazas de los balcones y ventanas de la plaza que, por supuesto, estaban engalanados con colgaduras.11

A una señal de campanita de plata, el orden del día se iniciaba con el juramento de las autoridades, en pie y con la mano derecha levantada formando con los dedos la señal de la cruz.12 Se celebraba la misa de la fe, con el muy importante y tremendo sermón de la fe desde un púlpito, en el que el predicador buscaba las referencias y argumentaciones más concluyentes. En 1529, el tema del sermón fue un texto del Cantar de los Cantares que estaba también reproducido a las puertas del castillo de San Jorge: “Cazadnos las raposas, las raposas pequeñas, que estropean la viña”.13

Plaza de San Francisco. Fotografía de Alphonse de Launay,
realizada en 1851.
En el centro, se distingue perfectamente la primera cruz de la Inquisición.
A la izquierda se aprecia la puerta de Tintores del
convento Casa Grande de San Francisco,
que daba a la calle Tintores, actual Joaquín Guichot.
A la derecha se encuentra la galería de siete arcos que realizó Hernán Ruiz,
ante los que se montaba el teatro.
Se cantaba el salmo Miserere mei Deus. Luego, desde el púlpito se leían las causas de los condenados, contenidas en pequeñas arcas de ébano, marfil y oro. El alcaide de las “cárceles del secreto” conducía a cada reo al pedestal correspondiente a su lado para que oyera la sentencia, y luego lo devolvía a su asiento. La lectura de causas y sentencias era un punto un tanto tedioso, pero su contenido era el elemento fundamental de un evento diseñado para escenificar la pronunciación pública de los veredictos. En algún caso, la lectura de una causa, incluida la correspondiente sentencia, ocupó tres horas.14

Se ofrecía a los reos la posibilidad de abjurar de sus errores en el mismo acto. Incluso un reo condenado podía reconocer públicamente que había pecado y que se arrepentía, y entonces, si tenía suerte y los inquisidores consideraban sincero el arrepentimiento, lo estrangularían y quemarían su cadáver. En todo caso, los inquisidores solicitaban a los verdugos civiles el empleo de la misericordia en la ejecución, lo que en la práctica, seguramente, no significaría gran cosa. Los curas eran despojados de sus vestimentas eclesiásticas y se les raía con una cuchilla las manos, labios y tonsura.15

A la hora de la comida, se accedía a las estancias preparadas bajo las gradas, en las que se daba un suculento almuerzo, para lo que se contaba con la colaboración económica de comisarios y familiares. Y a primera hora de la tarde (excepto en verano) se iniciaba la procesión hacia el quemadero.16 Ya hablaremos de ello.

Quedémonos de momento en la plaza, donde proseguía el auto de fe con la lectura de las causas de los condenados a penas menores, y también de los que resultaban absueltos. En caso de absolución, los reos subían al arco central de la galería para recibir allí su penitencia, para lo cual existía un manojo de varitas de mimbre blanco.17

Cruz de la Inquisición
junto al Ayuntamiento
Estaba previsto el reparto de hachas de cera si caía la noche antes de finalizar, lo cual no era raro. En la misa de clausura, dos sacerdotes con varas doradas quitaban el velo de la cruz verde de la fe, y otros hacían lo propio con la cruz parroquial de Santa Ana y el estandarte. Seguidamente se hacía una señal luminosa para que empezara el repique de campanas de la Giralda. Y al mismo tiempo se lanzaban salvas por la compañía que montaba guardia junto a la plaza y por la artillería instalada a la entrada del puente. La misa podía terminar a las nueve de la noche. Tras ella, los reos, que la habían oído de rodillas con las velas encendidas, besaban la mano del celebrante y ofrecían sus velas.18

De inmediato, mientras la plaza era un ascua de luces, se organizaba la procesión que volvía al castillo por el mismo itinerario de ida, con los inquisidores en sus coches y, cerrando el desfile, los soldados.19 El itinerario aparecía profusamente iluminado, como prácticamente toda la ciudad, “simbolizando la luz de la verdadera fe que ardía en los pechos de los sevillanos, y para seguridad”.20 Al día siguiente al auto de fe, la Cruz Verde regresaba a su lugar de origen.21

La plaza de San Francisco guarda un recuerdo, aunque indirecto, de los autos de fe. En 1703, con ocasión del que se celebró con carácter particular en el convento Casa Grande de San Francisco, se instaló una cruz fija, lisa, de estilo dieciochoesco, en el rincón junto a la entrada.22

A mediados del siglo XIX se comenzó a derribar el convento franciscano. Su pórtico de acceso, con las cinco llagas del emblema franciscano, ha permanecido como un arquillo junto a la puerta de entrada a la sala capitular del edificio del Ayuntamiento.

Cruz de la casa Guardiola
Entre 1861 y 1862 la primera cruz de la Inquisición fue sustituida por otra con cabezas de angelitos.23 En 1903 se decidió cambiar esta segunda cruz por una tercera, y en 1905, la cruz de los angelitos fue vendida a Andrés Parladé Heredia, conde de Aguiar, malagueño afincado en Sevilla, hombre del Renacimiento, afamado pintor costumbrista, académico de Santa Isabel de Hungría y director de excavaciones arqueológicas en Itálica, abogado y senador. El neo-plateresco palacio de Parladé, comenzado a construirse en 1890 en la Puerta de Jerez, es hoy la casa de Guardiola.24 Y allí está la segunda cruz. La tercera permanece en la plaza de San Francisco, cerca del arquillo, ante la sala de Fieles Ejecutores.



1. Pérez, Joseph. Breve Historia de la Inquisición en España
2. Kamen, Henry. La Inquisición Española. Una revisión histórica
3. AHN, Inquisición, libro 498, citado por González de Caldas, Victoria ¿Judíos o cristianos?: el proceso de fe Sancta Inquisitio
4. Peña Francisco. Comentario del Manual del Inquisidor de Nicholas Eymerich
5. Fernández Campos, Gabino. Reforma y contrarreforma en Andalucía. Sánchez y Escribano, F. Juan de Mal Lara: su vida y sus obras
6. Eslava Galán, Juan. Historias de la Inquisición
7. Biblioteca Colombina 55-5-26, citado por González de Caldas, Victoria, ob.cit.
8. AHN, Inquisición, citado por Maqueda Abreu Consuelo. El auto de Fe
9. Ibíd. 8
10. Ibíd. 7
11. González de Caldas, Victoria, ob.cit.
12. Amézaga, Elías. Auto de Fe en la Inquisición de Valladolid, citado por Maqueda Abreu, Consuelo, ob.cit.
13. Cantar de los Cantares, 2-15. Fernández Campos, Gabino. Ob.cit. Se recomienda leer el capítulo 7 de la serie de este blog Sevilla salomónica, titulado El oro y la plata, la reverencia de los reyes y el humanismo imperial, todo para la gran reina.
14. Ibíd. 6, 7 y 11
15. Ibíd. 7
16. Ibíd. 6 y 11
17. Ibíd. 11
18. Ibíd. 11
19. Ibíd. 6 y 11
20. Ibíd. 7
21. El Auto de fe (www.gabrielbernat.es)
22. Domínguez Arjona, Julio. La cruz de la Inquisición (www.galeon.com)
23. Fotos antiguas de Sevilla: Plaza de San Francisco y Ayuntamiento. 1833-1868, Reinado de Isabel II (www.genova-cafebar.es). También láminas de Charles Clifford (www.alhambra-patronato.es)
24. Vázquez Consuegra, Guillermo. Sevilla cien edificios


jueves, 16 de octubre de 2014

SEVILLA Y LAS CRUCES DE CALATRAVA (19: CRUCES PARA INTERPRETAR LA ESPERANZA Y LA PUREZA…)

Un auto de fe general era un acontecimiento en cualquier ciudad.

Vista del Centro Temático Castillo de San Jorge,
sobre las ruinas del castillo de la Inquisición.
Se aprecia la puerta de Barcas.
Sevilla, la ciudad que había sido marco de la gestación de la iniciativa inquisitorial, y en la que se habían instalado los primeros inquisidores, tuvo el honor de ser la primera ciudad de España en celebrar un auto de fe.

Los autos de fe generales que se celebraron en Sevilla tuvieron toda la solemnidad y el tremendismo pretendidos, a fin de provocar en el pueblo la mayor devoción y el mayor terror al mismo tiempo. Se promovía a ultranza el temor de Dios.

El Castillo de La Inquisición en Triana (Sevilla) y la Torre del Oro.
Aguafuerte de Meunier (1165-1168)
www.personal.us.es.
Existieron también los autos de fe particulares, sin asistencia de autoridades civiles ni público. La mayoría de ellos se celebraron en Santa Ana mientras la Inquisición tuvo su sede en el castillo. Cuando se requería más solemnidad se usaba San Pablo el Real, y cuando se hundió el crucero del convento dominico se utilizó la Casa Grande de San Francisco. Durante el tiempo que la Inquisición estuvo en la casa de los Tavera, los autos de fe se celebraron en San Marcos. También hubo autos en San Vicente. Y estaban además los autillos, en los que se despachaban uno o dos reos con mínima publicidad, en las capillas propias, como la de San Jorge en el castillo.1

Pero centrémonos en los autos de fe generales, que, por su carácter público y por la implicación del poder civil –y aun del poder real–, han pasado a la Historia como el testimonio más elocuente de la operativa del Santo Oficio. Se convocaban incluso con un mes de antelación. Hay que tener en cuenta que la organización tenía que contar con los fondos suficientes para que el desarrollo del evento tuviera la necesaria dignidad y magnificencia. Un auto de fe general tenía un presupuesto importante. Y despertaba una gran expectación. Ya tres o cuatro días antes del auto, empezaba a llenarse la ciudad de forasteros interesados. Se podría decir que se cubría el 100% de la oferta de plazas de hostelería (léase “posadas”). Los últimos en llegar tenían que buscar acomodo en el campo.2

En el castillo de San Jorge, la víspera del auto, cerca del anochecer, se agrupaban por géneros los reos condenados a penas inferiores, en dependencias separadas. A los condenados a muerte, en celdas individuales, se les anunciaba su destino fatal y, por supuesto, se les invitaba a confesarse. Con los últimos resultados, se elaboraba la lista definitiva para el día siguiente.3

Azulejos relacionados con los
colgaderos del matadero municipal,
entre los que está el de la Inquisición.
Museo de la Cerámica
Ese mismo día, antesala del gran acontecimiento, se organizaba la procesión de la Cruz Verde. Los cofrades de la Vera Cruz recogían de los dominicos la cruz verde con su velo negro para trasladarla al altar reservado para el auto. La Inquisición tenía el verde como color corporativo, porque era el color que simbolizaba la esperanza prevenida en la firmeza de la fe. El velo negro que cubría la cruz era señal de luto melancólico, duelo maternal de la Iglesia por la pérdida espiritual de sus hijos extraviados. En la procesión iba también el estandarte del Santo Oficio, llevado por un ciudadano distinguido. Y tras él iban los familiares, comisarios y notarios de la Inquisición, y los representantes del clero regular y secular.

Estandarte de la Inquisición.
Siglo XVII.
Familia Palomares

Una vez en el altar del lugar donde acontecería el auto, la cruz y el estandarte eran escoltados toda la noche por frailes y curas, que no paraban de decir misas ante los familiares y monjas asistentes, bajo la protección de un destacamento de soldados.4

Pero, además, en toda la ciudad había procesiones por la exaltación de la Iglesia católica y la conversión de los reos, organizadas por órdenes, congregaciones, parroquias y cofradías. Entre estas procesiones era significada la presencia de la Compañía de Jesús y de los Niños de la Doctrina, siempre con sus candelas y encabezadas por una cruz.5

Momentos antes del amanecer del día del auto, el castillo y sus alrededores eran un hormiguero humano. En el patio se formaba la comitiva, portando ya los reos su sambenito y, en su caso, la coroza, en forma de mitra, o el capirote cónico, que distinguía a los herejes convictos. Se me figura que en Sevilla se utilizó de forma general el capirote, que habría perdurado hasta la actualidad como signo de autoinculpación cofrade. Por su parte, el sambenito era una especie de escapulario grande, un paño rectangular con un agujero para la cabeza, que, una vez puesto, llegaba hasta poco más debajo de la cintura por delante y por detrás.

Sambenitos según los delitos y las penas
Esta vestimenta infamante del reo, bendecida para el auto de fe, podía tener más o menos adornos, según la gravedad de los delitos y las penas. Los acusados a penas inferiores llevaban sambenito sin adornos y los reconciliados de levi o de vehementi lo llevaban con media cruz o cruz completa de San Andrés –no podía ser que los condenados llevaran la cruz de Cristo–. Los condenados tenían dibujadas llamas en el sambenito y en el capirote, indicando que el reo sería relajado al brazo secular, y ajusticiado por el poder civil, de tal manera que la Inquisición no se manchaba las manos de sangre. Había que distinguir: los condenados arrepentidos llevaban las llamas hacia abajo y los impenitentes las llevaban hacia arriba. Podía haber más dibujos en el sambenito, como diablillos o incluso una cabeza entre llamas, que muchos consideran que era representación del dios romano Jano, en su faceta de dios cornudo. Y el atuendo podía presentar otros detalles, como una soga al cuello, si el reo estaba destinado a las galeras del rey, o también rosarios, mordazas…6

Puerta de Barcas del castillo de San Jorge,
vista desde el interior
Para abandonar el castillo de San Jorge, la procesión  utilizaría seguramente la puerta de Barcas, entrada principal de la fortaleza y acceso directo desde esta al paseo de ribera y al puente. Encabezaban esta procesión de la ignominia los maceros de la ciudad junto con los pertigueros eclesiásticos, con la cruz parroquial de Santa Ana, aunque, siguiendo la normalidad general en España, abrirían camino los “soldados de la zarza”, en referencia a la Cruz Blanca o “de la zarza”, que tenía ramas de leña, como símbolo de la hoguera, y que era usada a estos efectos de forma general en España. La cruz parroquial de Santa Ana habría sido, por tanto, la cruz de la zarza en Sevilla.7 Es curiosa la simbología de la zarza, que representa la pureza virginal que se consume al arder (la única excepción a esto es la manifestación divina que presenció Moisés). Así que esta cruz blanca, que luego continuaría hasta el quemadero, era señal de bondad vinculada al fuego. No olvidemos que el blanco del hábito dominico es símbolo de la pureza del alma.8

Detrás iba el clero, seguido por los reos con letreros indicativos de su identidad y del delito, empezando por los monigotes de los fugitivos o fallecidos, que serían ejecutados en efigie. Lógicamente iban también en este tramo los huesos de los fallecidos en baúles con llamas pintadas. Tras las estatuas iban los penitentes descalzos, a cara descubierta, con sus sambenitos, sus capirotes en su caso, y sus cirios. Tras los condenados desfilaban los legajos de los procesos. Marchaban también los familiares y, finalmente, la presidencia formada por los inquisidores, el juez ordinario, el fiscal y los otros cargos.9 

El pueblo seguía en masa toda esta macabra y ejemplarizante parafernalia con devoción y apasionamiento. Para el puente de barcas era una prueba de resistencia. En el Arenal se montaban andamios, que se llenaban de público. Se comerciaba con los balcones. Era normal, porque se ofrecían indulgencias. Y además, al que no asistía se le empezaba a mirar como sospechoso. Por otra parte, para los allegados de un condenado, era la ocasión de comprobar si aquel pariente que desapareció seguía aún vivo, aunque fuera por poco tiempo, y qué sambenito llevaba. Y luego estaban los que satisfacían su venganza. En todo caso, estaba prohibido hablar con los penitentes, e incluso hacerles señas. Incluso se prohibió, a partir de 1559, tomar notas.10

Fragmento del plano de Olavide,
con el castillo en el ángulo inferior izquierdo
y la plaza de San Francisco en la zona superior
La procesión entraba en la ciudad por la puerta de Triana. En la primera época, la más furibunda, enfilaba la calle de Pajería (actual Zaragoza), pasando ante la casa que había sido prioral de la Orden del Temple y que entre 1576 y 1586 sería convento de carmelitas descalzas. La zona de la Pajería, que había sido compás templario, era estratégica, con casas pertenecientes al cabildo o a miembros del mismo, muchas de ellas dedicadas al oficio de la mancebía. Allí estuvo también, desde 1587, el hospicio de las “niñas huérfanas y desamparadas” que fundara el maestro provincial dominico fray Diego Calahorrano. Y allí tuvo la Compañía de Jesús su segunda casa pía, que se llamó del Dulce Nombre.11 La comitiva continuaba hasta el arquillo de Atocha, para continuar por Tintores (hoy Joaquín Guichot), bordear la Casa Grande de San Francisco y desembocar en la plaza del mismo nombre.12

En 1703 se celebró un auto de fe particular en el convento Casa Grande de San Francisco. Aun siendo particular, tuvo una gran relevancia. Para llegar al lugar del auto, la comitiva siguió en línea recta tras franquear la puerta de Triana, por la calle de la Magdalena (hoy San Pablo), y por Colcheros (hoy Tetuán), Cruz del Negro (tramo oriental de Albareda) y Manteros (hoy General Polavieja). Sin duda se quería pasar por delante del nuevo edificio del convento de San Pablo el Real, flamante y grandioso. Tal vez ello sirviera de inspiración directa a Lucas Valdés para pintar el fresco del suplicio de Diego Duro.13

En cuanto la severa y fatal procesión de la Cruz Blanca llegaba al lugar preparado la procesión, los inquisidores y las autoridades ocupaban sus lugares reservados. Y daba comienzo el auto de fe.



1. Llorente. Historia crítica de la inquisición de España. También El Auto de fe (www.gabrielbernat.es)
2. Eslava Galán, Juan. Historias de la Inquisición
3. González Montano (de Montes), Reinaldo. Artes de la Inquisición Española. Se especula con que este nombre de autor fuera en realidad un seudónimo de algún fraile huido de San Isidoro del Campo, probablemente Casiodoro de Reina, el traductor de la Biblia del Oso.
4. Pérez, Joseph. Breve Historia de la Inquisición en España
5. Ibíd. 2
6. Kamen, Henry. La Inquisición Española. Una revisión histórica. También, El Auto de fe (www.gabrielbernat.es)
7. Maqueda Abreu, Consuelo. El auto de fe
8. Cirlot, Juan Eduardo. Diccionario de símbolos
9. Ibíd. 4. También, Escudero, José Antonio. Estudios sobre la Inquisición
10. Zamora, Gaspar de. MDLIX: Este año no se predicó bula de cruzada, pero hizo la inquisición un solemníssimo auto contra los enemigos de la (fe), citado en artículo Recorrido histórico: Auto de Fe por las calles de Sevilla (www.edc.evidenciasdelcristianismo.com)
11. Se recomienda leer la serie de este blog La casa de la Pajería y sus circunstancias
12. Recorrido histórico: Auto de Fe por las calles de Sevilla (www.edc.evidenciasdelcristianismo.com)
13. González de Caldas, Victoria. ¿Judíos o cristianos?: el proceso de fe Sancta Inquisitio. Citado en artículo Recorrido histórico: Auto de Fe por las calles de Sevilla (www.edc.evidenciasdelcristianismo.com). Se recomienda leer el artículo 16 de esta serie, titulado Administrando la justicia de Dios y la devoción a su Madre.


miércoles, 8 de octubre de 2014

SEVILLA Y LAS CRUCES DE CALATRAVA (18: HISTORIAS Y LEYENDAS DEL CASTILLO QUE HABÍA SIDO CABALLERESCO)

La tarea inspectora de la Inquisición fue tan eficaz que las cárceles se vieron en poco tiempo aglomeradas. En Sevilla, la población reclusa desbordó muy pronto la capacidad del castillo de San Jorge, que llegó a tener encerrados a sesenta reos.1

No comas célebre Torrigiano.
Aguada de Goya
(Museo del Prado (Madrid))
www.wikipedia.org
Uno de estos presos, según parece procesado y encarcelado en 1522, fue el violento Pietro di Torrigiano, el escultor que viajó por toda Europa difundiendo el humanismo escultórico italiano, el artista renacentista que incluso había “esculpido” de un puñetazo la nariz a Miguel Ángel. Estaba en Sevilla desde el año anterior. Había hecho para el monasterio de San Jerónimo de Buenavista el San Jerónimo penitente que está hoy en el Museo de Bellas Artes y que es pura plasmación tridimensional del humanismo. Y, también para el mismo convento jerónimo, había hecho una virgen, que tanto gustó al duque de Arcos que este pidió al artista que le hiciera una réplica. Hecha la copia, Torrigiano se sintió menospreciado cuando el duque le hizo el pago, y destruyó la escultura, por lo que el duque lo denunció por el sacrilegio y la Inquisición lo encarceló. Torrigiano habría muerto en San Jorge en una huelga de hambre,2 aunque hay también una leyenda que dice que se escapó haciéndose pasar por el prior de San Jerónimo de Buenavista, mientras que este, que había ido a confesarlo, se quedó en la celda.3 El colérico artista florentino tiene un sitio relevante en la historia de Sevilla. Como se le atribuía un tondo en el Hospital de las Cinco Llagas, se le dedicó una calle en la Macarena.4

En el castillo de Triana se colocó una placa, proclamando que en los primeros cincuenta años de trayectoria del Santo Oficio en Sevilla habían sido ejecutados en la hoguera más de mil reos, aunque parte de ellos lo habrían sido en efigie, y otros veinte mil abjuraron.5

Recreación virtual de la casa del inquisidor
en el castillo de San Jorge
En 1533, la Inquisición se enfrentó a Carlos I al encarcelar en Sevilla al benedictino erasmista Alfonso de Virués, al que el emperador solía escuchar. Carlos I intervino ante el papa. Solo después de cuatro años fue liberado el fraile, que ya había tenido que abjurar de sus “errores”.6

Por el castillo pasaron, muy a su pesar, todos los implicados en el brote de reformismo protestante que hubo en Sevilla, con foco en San Isidoro del Campo en la segunda mitad del siglo XVII.7

En Triana estuvo preso el canónigo magistral de la Catedral sevillana, Juan Gil, conocido como doctor Egidio, acusado de profesar ideas luteranas. Quien lo sucedió como canónigo, Constantino Ponce de la Fuente, llamado doctor Constantino, insigne y erudito teólogo que dominaba el latín, el griego y el hebreo, y que había sido capellán de Carlos I, fue también acusado de simpatizar con los reformistas, por lo que fue apresado y encarcelado en Triana, donde sufrió tormento hasta la muerte. La versión oficial ante el rey fue que el preso se había suicidado, pero, al menos en Sevilla, nadie la creyó. Y, sin embargo, el pueblo estuvo de parte del tribunal, inventando incluso coplillas ante la inminencia de la quema de sus huesos: “Viva la fe de Cristo y la santa Inquisición y quemen a Constantino perro malo engañador”.8

Vidriera de la Resurrección.
Catedral de Sevilla.
www.esasevilla.blogspot.com.es
Fueron prendidos todos los que se habían relacionado con estos dos doctores. Así llegó a las oscuras y húmedas cárceles trianeras el padre García Arias, prior de los jerónimos de San Isidoro del Campo, con otros nueve frailes más. Así fueron también encarcelados el rector del colegio de la Doctrina Cristiana Fernando de San Juan, la monja franciscana sor Francisca Chaves, el arriero Julián (Julianillo) Hernández, o señoras de ilustre familia como María y Juana Bohórquez, María de Virués o Isabel de Baena, que organizaba las reuniones clandestinas en su palacio, “el templo de la nueva luz”. Para encerrar a los religiosos bastaba con acusarlos de tener conversaciones con “sabor a luteranismo”; para arrestar a las damas, el motivo era que en sus tertulias se simpatizaba con el protestantismo. Julianillo fue acusado por traer de Ginebra, en toneles, libros del Nuevo Testamento traducidos al castellano, lo cual era gravísimo.9

Cada año se realizaban en España decenas de miles de procesos y ardían en las hogueras miles de condenados. Solo uno, el licenciado Francisco de Zafra, pudo fugarse del castillo trianero, por lo que fue quemado en efigie en 1559. Otros, por haber abjurado, tuvieron la suerte de morir agarrotados y que se quemara su cadáver. Estranguladas, aunque sin arrepentirse, murieron en el auto de fe de ese año tres Marías: María de Virués, María Coronel, del mismo linaje que la famosa homónima perseguida por Pedro I, y María Bohórquez, “tierna doncellita, no más de veintiún años”. Esta había confesado que su hermana (de padre) Juana conocía y aprobaba su conducta. Isabel de Baena fue quemada viva y su casa fue derribada en sus cimientos, colocándose en el solar un monolito de ignominia.10 También en este auto murió, tras haber sido encarcelado por estar envuelto en estas iniciativas de humanismo reformista, Carlos Brujes (de Brujas), el gran artista flamenco que sucedió a Arnao de Flandes como vidriero de la Catedral de Sevilla. Solo le dio tiempo a realizar la portentosa vidriera de la Resurrección, en el crucero, en el lado del Evangelio. Como vivió en su juventud en lo que hoy es el Tiro de Línea, recientemente se le ha dedicado allí una calle.11

En el auto de fe de 1560 fueron relajados en estatua los doctores Egidio y Constantino, que habían muerto en el castillo de Triana. Julianillo ardió en persona, como sor Francisca Chaves, entre otros. Y Juana Bohórquez, que había sido detenida tras la delación de su hermana, fue absuelta por no haber confesado, aunque “desdichadamente había perecido en el tormento que se le dio cuando estaba recién parida”.12

Tormento del potro o del garrote
www.pachami.com
La “quistión de tormento”, el interrogatorio acompañado de tortura, se consideraba necesario cuando el tribunal apreciaba contradicciones en el reo, lo cual ocurría simplemente por el hecho de, reconociendo los hechos, negar la intención herética. Parece ser que al principio usaron la garrucha, colgando a la víctima por los brazos a su espalda, y la toca, introduciendo un trapo en la boca del reo, hasta la garganta, y echando agua. Gradualmente se fue empleando cada vez más el potro , en el que se enrollaba una larga cuerda por el cuerpo del reo, en puntos específicos, y se ejercía una acción de torniquete o garrote. Si eran torniquetes independientes, esta tortura era llamada de vueltas de mancuerda. El proceso estaba muy reglamentado.13

Nos los inquisidores contra la herética pravedad y apostasía….
Cabecera de pergamino de la Inquisición de Sevilla,
subastado por eBay procedente de Nueva York.
El Crucifijo, con Santo Domingo y san Pedro Mártir
y los escudos de la Inquisición y la Orden de Predicadores.

www.bibliografos.net
El hacinamiento en las cárceles creó problemas nuevos, porque no se podía impedir que hombres y mujeres se comunicaran, con gran enfado por parte de la Suprema.14

Si se tenía dinero no incautado, se podía comprar la libertad. La Inquisición se había convertido en un gran aparato burocrático, ávido para el dinero. Más importante que quemar al reo era incautar sus propiedades. Pero lo primordial era mantener la seriedad, la severidad, la imperturbabilidad… y el miedo de la gente. Incluso cuando, en 1605, el papa permitió liberar por dinero a un nutrido grupo de ricos judaizantes portugueses en vísperas del auto de fe, los inquisidores se empeñaron y consiguieron celebrar el auto, cuyos preparativos estaban ya muy avanzados. Todo menos dar pie a que no se tomara en serio al Santo Oficio. Pero en toda España hubo que aminorar el ritmo y la presión sobre los colectivos que eran objeto de persecución.15

Callejón de la Inquisición
En San Jorge residió el Santo Oficio hasta 1626, en que lo abandonaría por el continuo deterioro de sus muros por culpa de la humedad permanente y las frecuentes riadas. En esta fecha, el castillo fue cedido al Conde Duque de Olivares, que lo restauró y vigiló. Quizá el valido pretendía que la Inquisición no se opusiera a su idea de permitir que volvieran los judíos que habían huido a Portugal, porque el reino estaba arruinado y estos judíos podían ser los nuevos acreedores.16

Mientras, el Santo Oficio residió en la casa palacio de los Tello Tavera, donde habían vivido los hermanos Bustos y Estrella Tavera, en la calle que pasó a ser conocida como de la Inquisición Vieja y que hoy se llama Bustos Tavera. El monumental palacio ocupaba la esquina con la actual calle Doña María Coronel, frente al convento de la Paz. En este tiempo, los autos de fe particulares se celebraron en la cercana iglesia de San Marcos, aunque también, ocasionalmente, en la iglesia del convento de las Dueñas.17

Libreto de Fidelio
www.librettoliberty.files.wordpress.com
En 1639, el castillo de San Jorge, ya restaurado, volvió a ser ocupado por la Inquisición, que encontró en los judíos portugueses un nuevo foco de persecución, y que incluso acabó encausando al Conde Duque. El tribunal del Santo Oficio había conseguido, ciertamente, intimidar a la población. En 1652, en la sublevación que hubo en Sevilla, se asaltaron las cárceles y se liberó a los presos, pero nadie se atrevió con el castillo de San Jorge.18

Beethoven situó su ópera Fidelio (la única que escribió) en el siglo XVIII en una prisión cercana a Sevilla, en la que había presos de conciencia. ¿Podría ser otra? En la ópera, Leonora, disfrazada como el guardián Fidelio, rescata a su marido Florestán de una muerte cierta.19

El castillo caballeresco de San Jorge20 se había convertido en lóbrego y siniestro, propicio para la leyenda. Por no faltar, no faltan ni la imagen fantasmagórica de la niña vestida de blanco ni los ruidos de cadenas…

La Inquisición permaneció en el castillo trianero hasta 1785, en que se trasladó a lo que había sido colegio de la Concepción de Nuestra Señora, de los expulsados jesuitas.21 A principios del siglo XIX fue demolido el castillo. Se construyó el Mercado de Triana, como sabemos. Recientemente se han puesto en valor las ruinas.



1. Eslava Galán, Juan. Historias de la Inquisición
2. Vasari, Giorgio. Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos
3. Lauriño, Manuel. Leyendas y tradiciones de Triana
4. Una pintura redonda no puede ser un cuadro (lo que sería una contradicción in terminis); es un tondo.
5. Ortiz de Zúñiga, Diego. Annales eclesiásticos y seculares de la M.N y M.L. ciudad de Sevilla…
6. Kamen, Henry. La Inquisición Española
7. Se recomienda leer el capítulo 17 de esta serie, titulado Contra humanismo, Inquisición, así como el capítulo 8 de la serie Sevilla salomónica, titulado Salomonismo en la Reforma, salomonismo en la Contrarreforma, salomonismo enfín.
8. Burgos, Antonio. Guía secreta de Sevilla
9. Mena Calvo, José María de. Tradiciones y leyendas sevillanas
10. Llorente, Juan Antonio. Historia crítica de la Inquisición de España
11. Carlos Brujes (www.esasevilla.blogspot.com.es)
12. Menéndez y Pelayo, Marcelino. Historia de los heterodoxos españoles
13. Quistion de tormento (www.gabrielbernat.es). Se recomienda leer el capítulo 15 de esta serie, titulado El castillo de San Jorge y su sombra; la Inquisición y su sombra.
14. Ibíd. 1. También Las cárceles de la Inquisición sevillana (www.personal.us.es)
15. Ibíd. 1
16. Gómez Bravo, Gutmaro. Atlas de la civilización judía
17. González de Caldas, Victoria. ¿Judíos o cristianos?: el proceso de fe Sancta Inquisitio
18. Ibíd. 1
19. Beethoven, Ludwig van y Sonnleithner, Joseph von. Fidelio
20. Se recomienda leer el capítulo 12 de esta serie, llamado San Jorge, la caballería y la primavera.
21. González de León, Félix. Noticia histórica del origen de los nombres de las calles de esta M.N. M.L.Y M.H. ciudad de Sevilla…