martes, 29 de octubre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (8: NON NOBIS DOMINE, QUI UT TU)

La sombra del Temple es más alargada y sutil de lo que parece, incluso en Sevilla, donde estuvieron poco más de medio siglo.

Tras la disolución de la Orden, decretada en 1312, en el reino de Castilla y León, muchos templarios se integraron en las órdenes de Calatrava –sobre todo– y Alcántara y los bienes pasaron al rey, a los concejos o a la Orden de San Juan. En Aragón, muchos bienes pasaron a San Juan, pero se creó en 1317 la Orden de Montesa, que dio continuidad a la militancia templaria y a muchos de sus bienes. Y hay que hablar también de Portugal, donde los templarios tenían aún mayor influencia y donde en 1319 se creó la Orden de Cristo, clara heredera del Temple.

Pues bien, a principios del siglo XVII encontramos a un sevillano en la Orden de Santa María de Montesa y de San Jorge de Alfama, que así es el nombre completo de la institución promovida por Jaime II de Aragón y centralizada en el valenciano castillo de Montesa. Y no se trata de un sevillano cualquiera, sino de Juan de Oviedo y de la Bandera, jurado y maestro mayor de la ciudad, ingeniero militar y arquitecto, autor del Convento de la Merced, hoy Museo de Bellas Artes, de salomónica fachada y, por lo que ahora nos interesa, de la manierista iglesia de San Benito. Por cierto que también era escultor, atribuyéndosele el Cristo del Mayor Dolor.

La fachada sur de San Benito, que da a Luis Montoto, tiene una portada del siglo XVIII, pero sus argumentos heráldicos son, sin duda, anteriores, atribuibles por tanto a Juan de Oviedo. Se trata de cuatro cruces. De derecha a izquierda según la vista, vemos la cruz de San Jorge, la misma que llevaban entonces en su capa los freires de Montesa; en el centro hay dos cruces aparentemente idénticas, pero que podrían ser perfectamente las de Calatrava y Alcántara, diferenciadas solo en el color original (1); ...y en el extremo izquierdo la portuguesa cruz de Cristo (2), lo que es sin duda sorprendente: con su inclusión se completa precisamente el cuadro de las órdenes peninsulares que acogieron a los proscritos templarios y dieron con ello continuidad al espíritu caballeresco de san Bernardo, reformador de la Regla de san Benito (3). ¡La portada es el mapa de la Iberia templaria tras el Temple!


Es el momento de recordar otra vez el espíritu caballeresco de los nazarenos de San Benito.

Y otro detalle curioso: el último maestre de Montesa, que negoció con Felipe II la incorporación de la Orden a la corona, fue Pedro Luis Garcerán de Borja, hermano de san Francisco de Borja, el jesuita que sucedió en 1565 a Pedro Laínez como general de la Compañía.

Aunque no está acreditada la existencia histórica del romano Jorge de Capadocia, se le atribuye haber muerto martirizado en el año 303 por haberse confesado cristiano ante Diocleciano. Según leyenda medieval, es vencedor del dragón y salvador de la doncella que iba a serle sacrificada. La doncella es la Iglesia y el dragón es Satanás, el mal. Es el milites Christi, héroe de la Madre de Dios, patrón de caballeros y soldados y protector de los templarios. San Jorge es ejemplo de sincretismo religioso y cultural, venerado no solo en las diferentes iglesias cristianas, sino también por los musulmanes, por los judíos e incluso en iglesias afroamericanas.

La Cruz de San Jorge, roja sobre fondo blanco, fue, ya antes de las Cruzadas, signo del dominio en el Mediterráneo: patrimonio de la República de Génova en un primer momento, divisa de los templarios, protagonistas del tráfico marítimo durante las Cruzadas, salvoconducto de los ingleses más tarde en sus acciones en el Mare Nostrum y, finalmente, emblema de la Corona de Aragón. A propósito de genoveses y templarios, hay que reseñar que ambos intervinieron en la primera conquista cristiana de Almería y que hoy la Cruz de San Jorge es insignia principal del escudo de esta ciudad andaluza.

En definitiva, san Jorge es la manifestación humanizada de san Miguel.

El Arcángel Miguel (Qui ut Deus, Quién como Dios) es jefe de los ejércitos de Dios, portador de mensajes celestiales, pesador de almas, Justicia Mayor de los cielos y paladín del bien, vencedor apocalíptico del Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás (4). Y es venerado por todas las confesiones cristianas, por el judaísmo y por el islamismo. Es, sencillamente, la raíz del sincretismo que veíamos respecto a san Jorge.

¡En la catedral de Palencia hay un San Miguel con la cruz de San Jorge en el escudo!


San Miguel Arcángel siempre está en lo más alto: en el Mont Saint-Michel, en el Castel Sant’Angelo, en la Sacra San Michele junto a Turín, en el Sacromonte de Granada... Y así son también muchos enclaves templarios: Aralar, la Ara Coeli del Itinerario de Antonino, San Miguel el Alto en Toledo, la primera casa templaria castellana, la aragonesa y catalana Miravet (5) o la leonesa y extremeña Xerez de Badajoz, hoy Jerez de los Caballeros, de donde vinieron tantos templarios a la conquista de Sevilla...

En Sevilla, la campana del Colegio de San Miguel era la que llamaba al pueblo de Sevilla a los actos catedralicios cuando no había aún campanas en la Giralda. Desapareció, aunque permanece la puerta catedralicia de San Miguel frente a lo que queda del colegio, la puerta por donde entran todas las cofradías. También existió en nuestra ciudad una parroquia de San Miguel, gótica, en la plaza del Duque, pero también desapareció.

Pero al menos nos queda el templo de San Jorge.

La peste de 1649 afectó tremendamente a la nueva Babilonia que era Sevilla, reduciendo su población a casi la mitad y haciendo crecer la miseria. Junto a lo que quedaba de la laguna de la Pajería, como en muchos otros lugares de la ciudad, tuvo que improvisarse un cementerio. Con unos 70.000 habitantes, en medio de una durísima decadencia económica, la ciudad se hizo profundamente religiosa.

En 1663 fue elegido hermano mayor de la Caridad Miguel Mañara y Vicentelo de Leca, de familia oriunda de la mediterránea isla de Córcega, caballero de Calatrava desde los diez años. Miguel (¡Miguel!) se convirtió en el gran impulsor de la institución y de la iglesia del patrón de su Orden, el señor San Jorge. Los orígenes de la Hermandad de la Santa Caridad se remontan a la Edad Media, con la misión de enterrar los cadáveres que nadie reclamaba, de los ajusticiados y de los que se ahogaban en el Guadalquivir, generalmente marineros forasteros. El racionero Pedro Martínez “de la Caridad”, levantó una pequeña capilla en el cementerio de San Miguel (¡en San Miguel!), en el centro de la ciudad, conocida como “capilla de los ahogados”.

En 1670 se terminó de construir la nueva iglesia de San Jorge que es, además de un magnífico monumento al arte barroco, un monumento a la virtud de la caridad, a la muerte, a la Vera Cruz y al acto piadoso de enterrar a los muertos.

En el arco del coro, una lápida explicita: Non nobis Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam. Son los versículos del Libro de los Salmos (6) con los que san Bernardo concluyó su Elogio a la Nueva Milicia dedicada a los caballeros de la Orden del Temple (7) y que estos adoptaron como su lema. Podemos traducirlo así: “No a nosotros, Señor; no nos des la gloria a nosotros, sino a tu nombre”.

¿Por qué está en La Caridad el lema templario? Ciertamente, la sombra del Temple es alargada. 



(1) La Orden de Montesa, dependiente de la de Calatrava, ostentó más tarde la misma cruz flordelisada. Así tenemos tres cruces similares: la de Calatrava, de gules (rojo), la de Alcántara, de sinople (verde) y la de Montesa, de sable (negro) con cruz de San Jorge de gules en el centro.
(2) Para confirmarlo, basta con asomarse a la reja del Consulado de Portugal, antes pabellón portugués de la Exposición del 29, y mirar al suelo.
(3) La Orden de Santiago, en cambio, adoptó la Regla de San Agustín.
(4) Apocalipsis 12, 7-9
(5) Ávila Granados, Jesús. La mitología templaria
(6) Salmos 113:9 (versión de La Vulgata)
(7) San Bernardo. De laude novae militiae ad milites templi


lunes, 21 de octubre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (7: DEL ARENAL A LA LAGUNA: UN GRAN TEATRO Y UN HUMILDE TEMPLO AL MAYOR DOLOR)

Al iniciarse el siglo XVII, la denominación de Pajería no solo designaba a la calle, sino que en realidad se aplicaba a todo el espacio de la mancebía, incluida la laguna que existía al norte del antiguo compás.

¿Qué fue en el siglo del claroscuro de nuestra casa de la Pajería, de aquella que había sido palacio del rey Sabio, priorato del Temple, convento carmelita descalzo de San José, hospicio de niñas desamparadas, lugar para el consuelo del Dulce Nombre, y sabe Dios qué más?

Por la puerta del Arenal transitaban en paralelo los clérigos, inquisidores y beneficiados de la cercana catedral, los carreteros y vendedores de todo tipo de géneros, los soldados y marineros de la calle de la Mar... y las prostitutas del compás de la Laguna (1).

Al otro lado de la muralla, entre esta y el río, el bullicioso y cosmopolita Arenal. Por el norte lo delimitaba el arrabal de la Cestería, con sus calles: Vírgenes (actual Santas Patronas), de casas adosadas a la muralla; Galera, con su cárcel de mujeres; Cestería (primer tramo de Pastor y Landero y posiblemente parte de Galera, donde está la placa del nombre antiguo); y extendiéndose hasta la actual calle Arenal. Por el sur lo delimitaba el arrabal de la Carretería, que parece que aún no tenía rotuladas sus calles, junto a las Atarazanas. En el centro estaba el monte del Malbaratillo, vertedero de la ciudad y al mismo tiempo lugar de mercadillo, junto al cual se erigió, tras la peste de 1649, una cruz que dio origen a una ermita y, más adelante, a la actual capilla del Baratillo. Con el tiempo, el monte sería nuestra plaza de toros. Y hoy la Santa Cruz es el primer titular que se proclama en el título de la corporación de la calle Adriano.

El lugar era imperio de todo tipo de marginados, pícaros y bravucones pendencieros, personajes de novela que, siendo reales, eran teatrales. Por eso era un lugar famoso incluso fuera de Sevilla. Cervantes nos contó cómo Pedro del Rincón y Diego Cortado vinieron a vender aquí, por veinte reales, las dos camisas que le habían robado, según entraban en Sevilla, a un francés (2). Quién sabe, después de todo, si Cervantes, con experiencia carcelaria, no se inspiró en hechos reales. Quizá no sea casualidad que la casa de Monipodio se haya localizado en la calle Betis, en las inmediaciones de Santa Ana, a poca distancia del puerto de las Muelas (o las Mulas) y no lejos del castillo inquisitorial de San Jorge. Quizá el nombre de Monipodio, el padrino que rebautizó a los dos pícaros, era un nombre ficticio para el hermano mayor o el capataz de la Garduña. En esta hermandad y cofradía de delincuentes, bajo la autoridad absoluta del hermano mayor estaban los capataces provinciales y, a sus órdenes, todo un ejército de punteadores (matones y asesinos), floreadores (ladrones), postulantes (recaudadores), fuelles (aprendices, entre los que estaban los chivatos y soplones) y, por supuesto, sirenas (prostitutas y sirvientas delatoras). Un tercio de las ganancias (que no eran pocas) iba para el culto a las Ánimas Benditas del Purgatorio. Precisamente en Santa Ana hubo una hermandad de Ánimas, con capilla presidida por san Miguel, el pesador, y allí se sepultaban los hermanos de toda condición social.

Sevilla era, además del imperio de los conventos, del comercio, de la aristocracia, de las cofradías y de la Inquisición, el del crimen organizado, que se movía a sus anchas por el Arenal.

Y sin embargo, este espacio abierto, junto al río, era también, paradójicamente, lugar de paseo y esparcimiento (3) a pie, a caballo o en coche.

El Arenal es proscenio del gran escenario teatral que es Sevilla. Si nos imaginamos ser espectadores, sobre el caserío de Triana, en la vertical de Santa Ana, con el convento de Los Remedios a la derecha y el castillo a la izquierda, percibiremos el río como foso orquestal... y, como telón de fondo del Arenal, la vista clásica de Sevilla, con la Catedral, la Giralda y las otras torres (4), y el muro de la Pajería en primer plano. Vista estereotipada e icónica de nuestra ciudad, que incluso ha hecho que el plano tópico de Sevilla responda a esta visión de oeste a este, en lugar de tener el norte arriba como todos los demás.

Lope de Vega escribió El Arenal de Sevilla en 1603. En Sevilla se había criado el Fénix de los Ingenios con su tío el inquisidor Miguel del Carpio (¡Cómo sería don Miguel, que aún decimos que algo “quema como Carpio”!), y en Sevilla se enamoró de Micaela de Luján, “Lucinda”, preciosa mujer del teatro destinataria de muchas de sus Rimas (5). Ella, más que el propio pajarillo, es el verdadero ruiseñor de Sevilla (6).

Volvamos intramuros. La laguna de la Pajería, a baja cota, era un resto de la desecación del brazo oriental del Guadalquivir de la época visigoda, y ocupaba un espacio mayor que la actual plaza de Molviedro, prolongándose hacia el sur, junto a la muralla, por la actual calle Castelar. Lógicamente se anegaba con las lluvias. En las frecuentes riadas del Guadalquivir, las aguas entraban en Sevilla por las depresiones fluviales de la Feria y la Pajería y dejaban la ciudad durante semanas inundada y despoblada. Y además en la Pajería, el agua encontraba muchos huecos en la muralla, abiertos en muchos casos intencionada e incontroladamente para acceder a los burdeles.

Por culpa de los mosquitos de las lagunas, la ciudad era un foco de paludismo, y además había brotes de cólera todos los años. Se daban numerosos casos de fiebres, llamadas en la época tercianas y cuartanas, según los días que duraban. Hasta tal extremo fue así que se extendió la devoción a la Virgen de las Fiebres, en el cercano convento de San Pablo (7).

En la fangosa laguna de la Pajería se había criado el lagarto que el sultán de Egipto regalara a su pretendida Berenguela, la hija de Alfonso X. El lagarto fue el mejor guardián de la piscifactoría que tenían los templarios. ¿Y no se comía los peces? Pues no, porque comía de la mano de Isidoro de León, el venerable Isidoro Hispalense, maestro de los freires, el que renunció al trato carnal que le había recomendado el médico y recibió la ayuda de la Virgen de Atocha (8).

Cuando murió Isidoro en olor de santidad, el lagarto se volvió salvaje y protagonizó “espantosas fazañas”, hasta que el aguador de la casa templaria, un moro converso, lo amaestró de nuevo, tras encomendarse, él también, a la Virgen de Atocha. Al morir el lagarto, fue disecado y ofrecido a la Virgen como exvoto en la iglesia del Temple. Y como el cadáver se deterioró, se realizó un lagarto de madera que luego, a la extinción de la Orden, fue ofrecido al Cabildo Catedral. Y en la Catedral está, colgado del techo en la galería del Patio de los Naranjos (9).

A la orilla de la laguna seguían existiendo las “casuchas” de prostitución. La propia calle de la Pajería, la principal del antiguo compás, era angosta y tortuosa, hasta el extremo de que los ejes de los carruajes dañaban las fachadas. Aún peor era la calle de las Mancebías o de las Boticas, desde Harinas al “Compás del Sur de la Laguna” (10).

Sobre 1612, una vez desecada la laguna definitivamente, se instaló allí un mercado y, en el centro de la zona más ancha, al norte, aprovechando también la plaza de la Tonelería, la “Hermita de Nuestra Señora del Mayor Dolor, “una pobre ermita” (11), “pequeñita pero muy primorosa en su construcción, con su media naranja y linterna” (12). En ella residió al parecer una hermandad de la Santísima Cruz y Nuestra Señora del Mayor Dolor, a la que se debió la colocación frente a la ermita de una cruz, que permaneció allí hasta comienzos del siglo XIX (13).

En ese año de 1612, en un intento de rehabilitar la zona, se labró la calle nueva de la Laguna, base de la actual Castelar, y por contra se derribó el arquillo de Atocha. Las casas de comercio carnal fueron proscritas en todo el reino por Felipe IV en 1623, pero no desaparecieron en la Pajería. Incluso hubo un intento municipal por reabrir “oficialmente” la mancebía en 1631. Y así fue avanzando el siglo, con el Arenal y la Laguna, como dos nombres propios...



(1) Serrera Contreras, Ramón María. Lope de Vega y el Arenal de Sevilla. Se llaman Lucinda las protagonistas de El Arenal de Sevilla y El ruiseñor de Sevilla
(2) Cervantes Saavedra, Miguel de. Rinconete y Cortadillo
(3) Montoto Sedas, Santiago. El Arenal de Sevilla en la historia y la literatura
(4) Ibid. 2
(5) Ibid. 2
(6) Vega Carpio, Félix Lope de. El ruiseñor de Sevilla
(7) Mena y Calvo, José María de. Todas las Vírgenes de Sevilla
(8) Alarcón Herrera, Rafael. La maldición de los santos templarios
(9) Ibid. 8. No tengo constancia concreta de una iglesia del Temple en el compás, pero parece obvio que debió de haber una, posiblemente junto a la laguna.
(10) González de León, Félix. Noticia histórica del origen de los nombres de las calles de esta M.N.M.L y M.H. ciudad de Sevilla
(11) Matute y Gaviria, Justino. Anales eclesiásticos y seculares de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Sevilla
(12) Ibid. 10
(13) Falcón Márquez, Teodoro. Una arquitectura para el culto. Sevilla Penitente, tomo 1

miércoles, 9 de octubre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (6: EL DULCE NOMBRE, SOCORRO Y AMPARO DE LAS NIÑAS PERDIDAS)

Seguramente el entorno de las monjas carmelitas, con más aspectos negativos que positivos para su labor, fue lo que provocó su marcha de la Pajería en 1586.

Este entorno, además, tenía un punto sarcástico, porque la mujer que regentaba un burdel era llamada abadesa, el uniforme de las mujeres era su hábito y la propia mancebía era nombrada como monasterio.

Los intentos que hubo para erradicar el comercio carnal de la zona no tuvieron éxito. Hay que recordar que en 1575, coincidiendo con la venida de Teresa de Cepeda a Sevilla, se había tratado por el Cabildo la posibilidad de montar la aduana en el antiguo compás y así conseguir que se marcharan las rameras. Se prohibieron específicamente las casas de citas, porque a ellas iban mujeres casadas.

En 1587 se instaló en el compás de la Pajería el hospicio de las “niñas huérfanas y desamparadas” (1). Las fechas encajan para pensar que es muy probable que el hospicio estuviera en la casa que había sido palacio alfonsino, casa prioral templaria y convento carmelita descalzo, que, seguramente, había pasado a ser controlada por el Cabildo. Además, ¿qué otra casa podía haber en la mancebía, que tuviera suficiente dignidad?

El hospicio era la rama femenina del de los “niños perdidos” de la calle Cañaverería, actual Joaquín Costa, en terrenos de la isleta de la Feria, en la confluencia de dicha calle con la del Niño perdido, aún llamada así. La fundación se debe a la acción de fray Diego Calahorrano, maestro provincial de la Orden de Predicadores, que regentó personalmente la institución de la Pajería.

Vinculada al hospicio de la Cañaverería y patrocinada también por el padre Calahorrano, residía en el monasterio de Santa María del Monte Sion la cofradía caritativa del Niño Perdido y la Gloriosa Santa Ana, llamada “del Socorro y Amparo”, que se trasladó también a la Pajería con la protección del Concejo municipal (2). Sus reglas mandaban a los hermanos pedir para el sostenimiento del hospicio (3).

Esta cofradía se fusionó después con la del Cristo del Mayor Dolor y María Santísima del Dulce Nombre, haciéndose de penitencia (4). Aunque está aceptado que la fusión con esta corporación, que ya se habría unido a la de la Bofetada, tuvo lugar más tarde en la calle del Naranjo, no puedo descartar totalmente que se hubieran iniciado los contactos en la Pajería (5).

Abonaría esta idea la existencia, muy cerca del hospicio, de la casa pía de la Pajería (6), que se llamó precisamente del Dulce Nombre, segunda casa de arrepentidas de los jesuitas en Sevilla, obsesionados con el sexto mandamiento. Para ellos, la Mancebía debía de representar el mayor dolor del Redentor. Según se cree, en 1554 se había fundado en la calle de Pajería, en una humilde vivienda, la primera casa profesa de los jesuitas, bajo la dirección inmediata de san Francisco de Borja (7). Tal vez se trataba de la misma casa.

La misión popular de la Compañía iba dirigida sobre todo a los más necesitados de apoyo: los pobres, los ignorantes, los criminales, los marginados y, por supuesto, las prostitutas. Con el objetivo de su conversión, se las obligaba a asistir a misa y comulgar los días de fiesta, formándose verdaderas procesiones de mancebas, ataviadas de acuerdo con las Ordenanzas, al mando de un alguacil. El día de la Santa de Magdala tenía lugar en la Mancebía el sermón más fuerte del año.

La casa de arrepentidas plasmaba institucionalmente el paradigma de la conversión. La mundaria arrepentida recibía una dote al casarse. Si lo hacía con un condenado a muerte, este se libraba de la ejecución, con lo que la apocalíptica meretriz adquiría un carácter salvador, cumpliendo así el espíritu fundamental de las casas de arrepentidas.

El tremendismo de la catequesis se mezclaba con el acoso a los clientes de los burdeles, principalmente a los muchachos.

El jesuita Pedro de León se distinguió en la promoción de grupos mixtos de congregantes para la orientación de estas “niñas perdidas” (8), que ya estaban autorizadas para ejercer con doce años de edad. En el currículo de caridad del jesuita estaba su labor en la Cárcel Real de la calle de las Sierpes, donde fue capellán, aunque interino, y donde se reencontró con Cervantes, con quien ya había coincidido en el sevillano colegio de la Compañía de Jesús. Su trabajo con las rameras se extendió por toda Sevilla, incluida Tablada, donde estaban las más enfermas, que habían sido expulsadas de la Mancebía.

El “barrio del compás”, que para Cervantes es uno de los enclaves de la picaresca española, del tipo de Los Percheles de Málaga o el Potro de Córdoba (9), seguía siendo el paraíso del lenocinio. Hubo un nuevo intento de desalojar la Pajería con el pretexto de edificar un convento, pero resultó fallido, aunque, de todas formas, se programaron derribos de casas durante todo el siglo XVI (10). Y Pedro de León y los congregados consiguieron hacer cumplir las Ordenanzas de 1553 respecto a cerrar las casas de prostitución los domingos y fiestas de guardar (11). Después de todo, la Mancebía era el único espacio legal de comercio carnal, una verdadera institución municipal, que incluso contaba con una comisión de munícipes supervisores.

En la Pajería residieron las niñas y la cofradía hasta 1595. En este año, la ciudad compró unas casas que pertenecían a la Orden de los Hospitalarios de San Juan para ensanchar la calle del Naranjo, hoy Méndez Núñez, frente a la hoy desaparecida iglesia mudéjar de la Magdalena (12), y al hospicio y a la hermandad se les dio a tributo, a instancias del padre Calahorrano, un solar que sobraba (13) en la esquina con la calle del Ángel, hoy Rioja. Por cierto, ¿habrían pertenecido estas casas al Temple antes de ser de San Juan, como tantos bienes en España, y no solo en España? Desde luego estaban mucho más cerca del compás templario que del de San Juan de Acre.

La casa pía del Dulce Nombre no resistió el cambio y fue disuelta.



(1) Ortiz de Zúñiga, Diego. Anales Eclesiásticos y Seculares de la Ciudad de Sevilla
(2) Carrero Rodríguez, Juan. Anales de las Cofradías de Sevilla
(3) Montoto de Sedas, Santiago. Cofradías sevillanas
(4) Bermejo y Carballo, José. Glorias religiosas de Sevilla.
(5) El Dulce Nombre se había fundado como hermandad de luz en San Bartolomé el Viejo o del Compás. Un fragmento de un libro de hermanos acredita que la cofradía del Dulce Nombre y el Mayor Dolor residía en 1634 en Santa María de las Nieves (Santa María la Blanca) como hermandad gremial de penitencia. También cabe la hipótesis de que esta hermandad y la de la Bofetada se fusionaran en el convento de la Merced Calzada, donde al parecer residieron un tiempo ambas. 
(6) Ibid. 1
(7) Montoto de Sedas, Santiago. Esquinas y conventos de Sevilla
(8) Sánchez Herrero, José. Historia de la Iglesia de Sevilla. Tercera parte, Sevilla del Renacimiento
(9) Cervantes Saavedra, Miguel de. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha
(10) VV.AA. Consejería de Obras Públicas y Transportes. Excmo. Ayuntamiento de Sevilla. Diccionario histórico de las calles de Sevilla
(11) Vázquez García, Francisco y Moreno Mengíbar, Andrés. Poder y prostitución en Sevilla, siglos XIV al XX. Tomo I, La Edad Moderna
(12) Matute y Gaviria, Justino. Anales Eclesiásticos y Seculares de la MN y ML Ciudad de Sevilla
(13) Ibid. 1. La cofradía del Niño Perdido y Santa Ana se fusionó en 1666 con la del Dulce Nombre, el Mayor Dolor y la Bofetada, ya fusionadas y provenientes del Convento de la Merced. La nueva hermandad, sin embargo, decayó en la nueva sede y la institución de las “niñas perdidas” acabó decayendo también a finales del siglo XVIII. En 1797 se marcharon al Beaterio de la Santísima Trinidad, quedando extinguida la corporación de penitencia. Queda allí testimonio de su presencia en las imágenes que, para la hermandad del Dulce Nombre, forman parte fundamental de su historia. Queda también, en San Lorenzo, el Cristo del Mayor Dolor. Y queda también la cruz trinitaria en los antifaces blancos de sus nazarenos.


martes, 1 de octubre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (5: GALLARDÍA CABALLERESCA Y UN ESCAPULARIO PARA HACER FRENTE A TODOS LOS DEMONIOS)

Teresa de Ávila, Teresa de Jesús, la santa que desde chica era aficionada a los libros de caballerías, tenía entre sus muchas virtudes un alto grado de gallardía caballeresca, entendida como valor y esfuerzo en el obrar.

Después de todo, el concepto de caballería medieval es de creación eclesiástica, buscando imbuir del ideal cristiano a los belicosos nobles. Y si estudiamos sus ideales, veremos que  todos están presentes en la abulense: el valor para soportar sacrificios en aras de los ideales y por los necesitados, la fidelidad a la verdad, la defensa al señor y a la iglesia, la fe en Dios, la humildad, la justicia templada de misericordia, la generosidad, la moderación, la lealtad, la nobleza de espíritu...

Y no olvidemos que el origen de los libros de caballerías está en las leyendas artúricas. En La búsqueda del Grial, Sir Galahad, el único caballero que encontró el Santo Grial, es la encarnación caballeresca de Jesús (1). La novela de caballería francesa está fuertemente influida por san Bernardo, como se aprecia en el Perceval de Chrétien de Troyes, así como también, indirectamente, la alemana, con el templario Wolfram von Eschenbach, presente en la Quinta Cruzada, y su Parzival. Ambas corrientes se difundieron por el Camino de Santiago e influyeron a su vez en la novelística española.

Sin duda, este espíritu caballeresco guió a los cruzados, evolucionó tras el fracaso de las campañas de Tierra Santa y tuvo su decadencia con El Quijote. Observadas desde la distancia, las cruzadas tuvieron mucho de quijotescas (2), aunque aún no existiera el Ingenioso Hidalgo.

En Teresa, la gallardía medieval se patentiza en Las Moradas, “este tratado, llamado Castillo interior”, según expresión de la propia autora (3). Nuestra alma es “como un castillo todo de diamante o muy claro cristal” con “muchos aposentos”; no un palacio, por mucho que sea transparente y cristalino, sino un robusto y gallardo castillo medieval.

Gallardía, sí, pero con un escapulario.

Cuentan que en 1251 san Simon Stock recibió de la Virgen del Carmen el pequeño escapulario de cordón y la promesa de que quien muriera con él al cuello evitaría el infierno. Desde entonces este pequeño aditamento es uno de los más significativos emblemas de marianismo. No debe extrañarnos que se hayan encontrado escapularios junto a los cadáveres en cementerios templarios (4). En opinión de muchos historiadores, tuvieron que llevarlo también en la hoguera el Gran Maestre Jacques de Molay y los freires que acabaron sus días con él y como él, en 1314.

Porque antes ya existía el escapulario (del latín escapulae, hombros), con delantal y dorsal como la sobrevesta de los caballeros, y que era para los monjes como la cruz de todos los días. Por cierto que este escapulario pervive como elemento fundamental en significadas cofradías sevillanas, entre las que citaré tres: naturalmente una es la del Carmen Doloroso, joven corporación que ha dado cuerpo a la advocación carmelita en la Semana Santa; las otras son dos corporaciones que residieron en la Casa Grande de los carmelitas de la calle Baños: la Soledad de San Lorenzo y la de las Siete Palabras, heredera de la de los Sagrados Clavos, Nuestra Señora de la Cabeza y San Juan Evangelista. También una cofradía, la de San Benito, tiene el espíritu caballeresco entre sus valores.

Teresa necesitó de toda su gallardía y de todo el apoyo de su escapulario.

En 1577 escribía a fray Ambrosio Mariano que todos los demonios “les hacían guerra” (5). Y, por si faltaba algo, una monja del convento de la Pajería y su confesor externo acusaron a la “fémina inquieta y andariega” de tener cosas de alumbrada, por sus “excesos de vida contemplativa y de oración” (6). Se produjo así una nueva persecución, con un apabullante expediente que, no obstante, se saldó sin que llegara a intervenir el Santo Oficio, cerrándose así, en 1579, la segunda historia sevillana de Teresa de Ávila. La bulliciosa Sevilla nunca le había sido propicia. La santa tenía claro que “aquí los demonios tientan más”, acaso “por la mesma clima” (7). En la casa sevillana de la Pajería quedó el poco agraciado retrato que pintó del natural fray Juan de la Miseria.

Finalmente, el Carmelo Descalzo fue provincia exenta reconocida como Orden en 1580. Teresa pudo ya morirse el 4 de octubre de 1582, que se convirtió en el 15 del mismo mes al adoptarse en esos días el calendario gregoriano.

Y en la casa conventual de San José, en la calle de la Pajería otrora nombrada del Mesón de los Caballeros (8), estuvieron las monjas hasta 1586, en que se trasladaron a su actual convento, hoy conocido como de Las Teresas, con el apoyo de san Juan de la Cruz (9), el fraile –o medio fraile, como lo llamaba cariñosamente ella–, con el que se había asociado para dar forma a la rama masculina del Carmelo Descalzo.

El convento de San José es depositario del tesoro que es el original autógrafo del Castillo Interior, obra cumbre de la mística, realizada por obediencia, como la fundación del convento hispalense. A propósito, será bueno que los sevillanos hagamos examen de conciencia: solo por este libro, ya hemos recibido más de la santa de Ávila de lo que le dimos.



(1) García Gual, Carlos. El héroe de la búsqueda del Grial, como anticipo del protagonista novelesco
(2) Montefiore, Simon Sebag. Jerusalén. La biografía
(3) Santa Teresa. Las Moradas del Castillo Interior
(4) Galera Gracia, Antonio. Historia del escapulario y sus vínculos templarios. Medievo Revista de Historia, núm. 5
(5) Santa Teresa. Carta 189. Al padre Ambrosio Mariano
(6) Domínguez Arjona, Julio. La Sevilla que no vemos
(7) Sánchez Herrero, José. Historia de la Iglesia de Sevilla. Tercera parte, Sevilla del Renacimiento
(8) González de León, Félix. Noticia histórica de los nombres de las calles de esta M.N.M.L.Y M.H Ciudad de Sevilla
(9) VV.AA. Sevilla Oculta
www.agalera.net
www.lecturalia.com
www.wikipedia.org