viernes, 27 de diciembre de 2013

SONETO A LA VERDADERA CRUZ

Tu verdadera cruz es la pobreza
de amor, de integridad y de justicia,
la miseria moral y la avaricia,
la indolencia perversa, la tibieza,

el egoísmo inicuo, la bajeza
para abusar del débil, la inmundicia
del afán de ganar que desperdicia
la solidaridad y la franqueza…

¡Quién pudiera escalar la calavera
armado de tenazas y escalera
y desclavar los clavos de tu cruz!

¡Quién pudiera cambiar la faz del mundo,
hacer que tu mensaje sea fecundo
y encender las tinieblas con tu luz!



miércoles, 18 de diciembre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (Y 15: SUPERSTAR)

“Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba”. Así reza el principio hermético de la correspondencia, que ayudó, sin duda, a los Pobres Conmilitones de Cristo y del Templo de Salomón a resolver oscuros problemas y paradojas de los secretos de la Naturaleza. A partir de ahí, podemos hablar de una dimensión estelar de la Casa de la Pajería y de las posesiones que los templarios recibieron en el alfoz sevillano, posesiones que conformaron un triángulo con estos vértices: Fregenal de la Sierra, la fresneda del castro celta y de la colonia Nertobriga Concordia Julia (1); Sevilla, la gran metrópoli y nueva Jerusalén; y La Rábida, la zona mágica de cultos ancestrales y punto de partida para próximas cruzadas a través del Océano. El cielo está dibujado en la tierra.

Para el Temple, en vista de cómo se repetían los fracasos en Tierra Santa, la Península Ibérica implicó dos motivaciones que no se daban en ningún otro país de Europa: una peregrinación alternativa, el Camino de Santiago, y una Cruzada alternativa, la misión de la Reconquista.

Existen estudios interesantísimos sobre la ubicación de las más de trescientas posesiones templarias ibéricas y de cómo estas se requirieron, se pactaron, se conquistaron o se compraron, buscando que reflejaran el cielo (2), dibujando constelaciones de estrellas, en la visión vespertina de un determinado día del año: el día de Santiago. Se trataba de enviar a Dios el mensaje y rogar por la fertilidad, la regeneración y la primavera.

Para plasmar la bóveda del cielo en un mapa de dos dimensiones, con el norte en el horizonte (3), en el punto central de la zona más baja, el sur estará a nuestra espalda, por lo que debemos imaginarlo en la parte superior. El este, en la banda derecha, será el orto, por donde surgen las constelaciones. El oeste, en la banda izquierda, será el ocaso, por donde las estrellas se ocultan.

Así se orientaba, ya en el siglo I a.C., el pueblo sármata que vivió en Krivoy Rog, en la actual Ucrania. Una estela funeraria sármata de pìedra gris tiene grabados motivos astronómicos que reflejan la situación estelar del 10 de mayo arcaico, fecha que se corresponde precisamente con el 25 de julio moderno (4).

Esta situación estelar es la misma reflejada por las posesiones templarias de la península.

Como es lógico (!) esa noche está presidida por la Vía Láctea, también llamada, precisamente, Camino de Santiago. Al sur de esta galaxia (sobre ella) están los anuncios del inframundo, Escorpión con Monsacro y Sagitario con la costa asturiana. En el Camino jacobeo, Villasirga está en Bootes. Y al oeste está justamente Virgo, la constelación del Paraíso, el final venturoso de la Vía.

Zaragoza está en la Cruz del Norte que forma la constelación del Cisne. Las plazas navarras están en Serpens. La mayoría de las plazas de Castilla y León están unidas por la línea serpentiforme del Dragón, aunque Zamora preside la Osa Mayor, Ponferrada y el Bierzo están en Berenice, los campos de Soria están en Hércules y Cuenca, aislada, es Cefeo. Monzón, donde se educó Jaime I, es el Delfín; Lérida es Capricornio; Barcelona es la Corona Austral, Valencia es Andrómeda y Caravaca está en el Triángulo. La portuguesa Tomar es el Cuervo. Y Madrid, donde los templarios se ubicaron en Fuencarral controlando el correspondiente Camino de Santiago, como no podía ser de otra forma, encabeza la Osa Menor, con lo que queda claro que la que está con el madroño es una osa y no un oso.


Muy bien, ya tenemos media Iberia reconquistada y reflejado el cielo en ella. Ya se ha recuperado Toledo. Pero ¿cuál es la tarea a partir de ese momento? ¿Existió un proyecto estelar para los templarios en la mitad sur de los reinos ibéricos? Naturalmente que sí.

Basta tomar como punto de partida el mapa de las constelaciones ocultas para el Hermisferio Norte en la noche de Santiago, aquellas que, por el contrario, serían visibles en el Hemisferio Sur. Así que hay que entender que, en la medida en que ese mapa fuera coherente con la mitad sur de la Península Ibérica, serían determinados los objetivos de la misión reconquistadora. Parece obvio. Y así, Úbeda se corresponde con las Pléyadas y Jerez de los Caballeros, el lugar conquistado por la corona de León y los templarios como cabeza de puente para ganar el sur, con Cáncer.

Y he aquí que en el mapa de las constelaciones ocultas, de las estrellas que están en el inframundo el día de Santiago, hay una constelación, Can Mayor, que va a servir como referencia para recuperar el reino de Sevilla.

Hay otro perro, el Can Menor, que se sitúa en Sagres, el lugar de la Escuela Náutica que fue tan valiosa para Colón. Entre ambos canes está Lepe, la pequeña constelación de la Liebre. Y Orión, el cazador que Artemisa mató, lloró y resucitó, cuya cabeza podría situarse en Andujar, el lugar donde reina la Virgen Negra de la Cabeza.

Centrémonos en el Can Mayor, cuyos confines son los del triángulo de las posesiones templarias en el alfoz, y donde está Sirio, la superestrella, el astro más brillante después de nuestro Sol y de planetas como Venus y Marte, los cuales, sin embargo, solo reflejan la luz solar. Sirio es una estrella binaria, porque están Sirio A, la visible, y Sirio B, que es una enana blanca. Antiguamente se pensaba que el Can Mayor, al ocultarse durante el verano boreal, sumaba su energía a la del Sol para producir los días de más calor, los días perros, los días de la canícula.

El punto de Sirio estaba destinado al proyecto estelar de la encomienda templaria del Campo de Tejada (5), la Taliata romana, muy rica en cereales y aceite, cerca de Villalba del Alcor, ya ocupada por el Temple en otras campañas, que limitaba al norte con Cortegana, al este con Albaida del Aljarafe y al sur con Niebla. Alfonso X le cambió su nombre por el de Temple, sin duda avalando la idea templaria de montar la gran encomienda del sur (6). La idea se truncó primero por las contraofensivas de los benimerines en 1275 y 1277 (7) y luego, definitivamente, por la suspensión de la Orden del Temple por Clemente V en el Concilio de Vienne, en 1312.

¿Definitivamente? En realidad, solo Dios lo sabe.



(1) El nombre de Fregenal significa fresneda y el fresno es el árbol icónico de los templarios. En el escudo de Fregenal aparecen dos fresnos.
(2) Martín-Cano Abreu, Francisca. Relación de plazas templarias con la astronomía
(3) Ayala Alonso, Ángel. Planisferio celeste. Mapa buscador de estrellas
(4) Ibid. 2. La interpretación de los signos es la siguiente: 1, Escorpio. 2, Bootes. 3, Corona. 4, Serpentario y Serpens. 5, Flecha. 6, Delfín. 7, Canes Venatici. 8, Hércules. 9, Osa Mayor. 10, Dragón. 11, Cisne. 12, Cefeo. 13, Leo Mayor. 14, Osa Menor. 15, Andrómeda. 16.
(5) Los pueblos de la zona son Tejada la Nueva y los que se titulan “del Campo (de Tejada)”: Escacena, Paterna y Castilleja.
(6) Romero Gómez, Juan Antonio. Los templarios en el Reino de Sevilla
(7) Ibid. 6


miércoles, 11 de diciembre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (14: GEOMETRÍA Y DEVOCIONES)

En 1956, la capilla del Mayor Dolor fue cedida a los Padres Claretianos, quienes la cedieron en 1981 a la Hermandad de Jesús Despojado de sus Vestiduras, que provenía de San Bartolomé.

Pero antes hay que hablar de Santa Ana. En 1972, Rafael Manzano dirigió la restauración de la Real Parroquia que había sido levantada por el Rey Sabio en la puebla dispuesta por él mismo al sur del castillo de Triana. Con la idea de respetar el diseño original, mantuvo el ladrillo visto en el interior, y descartó las cartelas del Vía Crucis que habían estado colgadas sobre los muros enfoscados y encalados. Dicen que se inventó un nuevo diseño para marcar las estaciones y que, queriendo hacer algo acorde con el siglo XIII, creó un nuevo Vía Crucis, embutiendo en el ladrillo mudéjar del templo fortificado pequeñas lápidas cuadradas, todas iguales, ¡con cruces templarias!

La práctica del Vía Crucis comenzó espontáneamente en Jerusalén. En 1536, Fadrique Enríquez de Ribera, después de su viaje a Tierra Santa, la instauró en Sevilla. Y dentro de las iglesias no comenzó hasta 1686, cuando Inocencio XI la permitió a los franciscanos, extendiéndose con carácter general en 1726 con Benedicto XIII. Sin embargo, puede que hubiera un culto precursor propagado por los peregrinos a Tierra Santa y por los guardianes de los caminos, los caballeros del Temple, como parece evidenciarse en la zamorana ermita de Los Remedios (1). Y estas cruces de Zamora son muy similares a las de Santa Ana. ¿Encontró algo Manzano en Santa Ana que le diera la idea del Vía Crucis templario?

La cruz roja patada (pattée en francés), que fue emblema visigótico, está seguramente inspirada en el crismón de cuatro brazos. Proveniente de la cruz celta y heredera de la vieja rueda druídica, es alegoría solar de los inicios y los ciclos (2) y símbolo sagrado de la cuadratura del círculo. Significa la unión del cielo y la tierra. El vacío entre los brazos semeja una flor de cuatro pétalos o trébol de cuatro hojas, símbolo de los druidas celtas y de los maestros iniciadores. Sus cuatro brazos iguales representan a los cuatro evangelistas, las cuatro estaciones y los cuatro elementos. Se piensa que fue esta la cruz, que está presente en la iconografía del Agnus Dei, la otorgada en 1147 al Temple por el papa cisterciense Eugenio III, el mismo que requirió a su maestro, Bernardo de Claraval, que predicara la Segunda Cruzada. La usaron en sus signos los reyes de Castilla desde la Cruzada de Las Navas de Tolosa hasta que empezaron las intrigas: Alfonso VIII, Enrique I, Fernando III y Alfonso X. Valga como muestra el de Fernando III datado en 1217.

La canastilla del paso de Jesús Despojado evoca los templos por los que ha pasado, con las efigies de los santos titulares. Allí está el Apóstol Natanael (Regalo de Dios), llamado Bartolomé por ser hijo de Tolmay o Ptolomeo (el que abre los surcos). San Bartolomé fue objeto de fuerte devoción por los freires del Temple, quienes lo relacionaban con la inmortalidad porque sobrevivió al desollamiento al que lo sometió Astiagés, rey de Armenia (3). Así que con la llegada de este santo al Compás de la Laguna se produce también una especie de histórica cuadratura del círculo.

En el Cañón del río Lobos, en Soria, en un lugar sorprendentemente insólito a una distancia asombrosamente igual del cabo de Creus y del de Finiesterre, está la ermita templaria de San Bartolomé de Ucero, (4) que perteneció al cenobio de San Juan de Otero, y en la que se venera a la Virgen de la Salud. En los hastiales de los dos brazos del crucero, hay sendas pentalfas invertidas, enigmáticas y sobrecogredoras, figurándose en cada una diez corazones. La pentalfa, de un solo trazo continuo, contiene el simbolismo de la regla áurea y la quintaesencia, y es considerada símbolo de la salud y de la felicidad (5). Su inversión nos habla de obra no culminada, de un permanente estar en el camino…

Y dentro del templo, en el suelo, una cruz patada inserta en un círculo, con una flor de vida hexagonal en el centro, transmite a quienes la pisan la energía de este lugar de poder. Por otra parte, no olvidemos que el hexágono es la base del Sello de Salomón o Estrella de David.

Pues bien, hay en Sevilla, en la calle Duque Cornejo, una casa que perteneció al Cabildo, como acredita su emblema, y que tiene esgrafiados con la cruz patada y la flor de la vida. Le corresponde el número 6, aunque afortunadamente se ha respetado la fachada.


Pero además ya hemos visto que, gracias a Olavide, tal vez sea Sevilla la ciudad con más cruces patadas…

San Bartolomé es patrón de Jerez de los Caballeros, la base templaria para contribuir a la conquista de Sevilla, y de Villalba del Alcor, el lugar que conquistaron y bautizaron los templarios procedentes de un lugar leonés llamado Villalba del Alcor (que se cambió el nombre en 1916 para evitar confusiones y hoy se llama Villalba de los Alcores, en la provincia de Valladolid), donde sigue en pie la iglesia de Nuestra Señora del Temple. El Temple dedicó mucha atención a la Villalba del reino de Sevilla, como extensión de la posesión de Rostiñana, para promover la implantación en La Rábida, porque tenía la idea fija de montar un puerto en el Atlántico como el que tenía en La Rochelle. La iglesia parroquial de San Bartolomé de Villalba del Alcor es una obra arquitectónica excepcional, que más bien parece, por sus bóvedas y sus azulejos, una mezquita fortificada (6).

Cuenta también Villalba con un templo octogonal, la ermita de Santa Águeda. Y además muy cerca de San Bartolomé, una cruz patada, con los extremos ligeramente cóncavos, luce en la fachada del convento carmelita del bienaventurado San Juan Bautista, el precursor de Cristo, el santo del solsticio de verano, cuya cabeza cortada, emblema de desprendimiento, supuso tanta inspiración y devoción a los caballeros del Temple.

El octógono representa la perfección. Las iglesias octogonales, siempre enigmáticas, son en su gran mayoría obra del Temple, porque precisamente están inspiradas en el Santuario de la Roca de Jerusalén, el Kubbat-el-Sakhra, levantado en el centro del espacio que había sido del Templo de Salomón. Junto a ella está el Kubbat-el-Aqsa, la Cúpula Felicísima que Balduino II entregó en 1118 a nueve caballeros, los Pobres Compañeros de Cristo, que pasaron a serlo también del Templo de Salomón (7) y que luego serían llamados templarios.

Puede ser casualidad, pero existe una torre octogonal inserta en los muros de la iglesia sevillana de San Gil, la primera que encontraba el visitante que entraba en Sevilla por donde únicamente se podía entrar desde tierra, desde el norte (al oeste, el Guadalquivir; al este y al sur, el Tagarete), enfilando el Cardo Maximus. Será casualidad, pero san Gil, ermitaño de origen griego, abogado contra enfermedades como la epilepsia, el mal de San Gil, era otra devoción templaria, presente en Luna o en Huete.

A finales del siglo XIII, quedó dibujado el mapa triangular de las posesiones templarias en el antiguo reino de Sevilla, con Xerez (de los Caballeros) como núcleo principal del bayliato de Badajoz, Sevilla como capital y Lepe como núcleo costero. Lo sorprendente es que la distancia desde el castillo de Xerez a nuestra casa de la Pajería, a la isla de Saltés y al centro de Lepe es, en los tres casos, de 124 kilómetros (8).

Hay que cerrar haciendo referencia a las devociones marianas relacionadas con la Pajería, desde la Virgen Negra de Atocha hasta Santa María de Barrameda, que tuvo su ermita junto al hospicio que construyeron los templarios, para que fuera apeadero y embarcadero del priorato sevillano, para controlar el Guadalquivir desde la desembocadura hasta la Pajería, y todo ello con permiso de Alfonso X y como premio a su ayuda en la conquista de la otra Jerez, la que luego fue de la Frontera (9).

Hay que mencionar a aquellas otras dos Vírgenes llamadas de los Remedios (como la de Zamora): la patrona de Fregenal, la fresneda templaria en la sierra, y la de La Rábida, en la costa. Hay que contemplar a las fernandinas y alfonsinas y a las que aparecieron: las de la Bella y de Escardiel, pasando (¡cómo no!) por el Rocío, y la Piedad de Santa Marina. Hay que referirse con singular ternura a la teresiana Virgen del Carmen. Y a la del Dulce Nombre, de las niñas perdidas. Hay que recordar a la de las Fiebres y hay que dar las gracias por la de Roca-Amador. Y hay que ver el Domingo de Ramos a la Virgen de los Dolores y Misericordia, que es asistida por el otro san Juan, el Evangelista, el del solsticio de invierno, y que, curiosamente, luce en la delantera de su paso una miniatura de la de Escardiel. El marianismo de Sevilla y de su reino es proverbial. Por supuesto, debemos agradecérselo a san Fernando, que sin duda vino inspirado por san Bernardo.

Fue precisamente Bernardo de Claraval quien puntualizó, con gran carga gnóstica y sufí (10), que “Dios es longitud, anchura, altura y profundidad” (11). Hemos visto –muy por encima– la geometría. La tercera dimensión la buscaremos en los cielos, en la próxima entrega de la serie, a modo de epílogo.



(1) Sergio Pérez, historiador vinculado al proyecto “Zamora Románica”, atribuye las cruces templarias de la ermita de Los Remedios a una “especie de culto previo a los viacrucis”, que habría sido propagado por los peregrinos y los templarios.
(2) El uso del participio pasivo en ambos géneros es normal en heráldica (p.e. timbrado, cuartelado, acostada, superada, etc.). En cuanto a la simbología de los inicios y los ciclos, cabe decir que es una constante en la mitología universal. Roma la personificó en el culto a Jano y la iglesia católica la ha personificado en los santos Juanes. Se recomienda al respecto la lectura de la serie “Sevilla y la Cruz de las Ocho Beatitudes” en este mismo blog.
(3) Ávila Granados, Jesús. La mitología templaria
(4) García Atienza, Juan. Guía de la España templaria
(5) Almazán Gracia, Ángel. El mandala templario del río Lobos
(6) Ibid. 4
(7) Alarcón Herrera, Rafael. A la sombra de los templarios
(8) Carrillo, Emilio. La Orden del Temple, un nuevo descubrimiento
(9) Velázquez-Gaztelu, Juan Pedro. Fundaciones de todas las iglesias, conventos y ermitas de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Sanlúcar de Barrameda. Año de 1758
(10) Blaschke, Jorge. Los grandes enigmas del cristianismo
(11) San Bernardo. De consideratione ad Eugenium Papam



jueves, 5 de diciembre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (13: AL FIN, LOS ORÍGENES; POR FIN, EL MAR)

En 1924, Armando de Soto Morillas compró la casa del número 60 de la calle Zaragoza. Por razones y motivaciones últimas que no conocemos, quería recuperar lo más fielmente posible su aspecto anterior a la reforma del siglo XIX, la fisonomía de cuando fue priorato del Temple o, al menos, de cuando fue convento carmelita. Y encargó la reforma a Vicente Traver (1), quien devolvió a la vieja casa de la Pajería su aire medieval, señorial y severo, y reconstruyó, tras el zaguán, el patio que pareciera de alcorza a santa Teresa.

La casa tiene el detalle peculiar de contar hasta la primera planta, en su fachada principal, con trece huecos, entre puertas y ventanas, entre los que no hay dos iguales, y con otros nueve huecos, también diferentes, en su trasera. Soto colocó en la fachada principal el escudo heráldico de su apellido. Hay que decir que la morada cuenta con una extraordinaria colección de puertas y herrajes antiguos.

Hacía dos años que en el término de Trigueros, en la finca “La Lobita”, propiedad de Armando de Soto, se había descubierto por unos trabajadores un dolmen del neolítico, del tercer milenio a.C. El dolmen de Soto, como es conocido desde entonces, es uno de los más importantes de Europa y pertenece en la actualidad a la Junta de Andalucía. Está orientado al Este, de manera que el atrio permite registrar los equinoccios y solsticios y observar el cielo. Los primeros rayos del sol en el equinoccio de primavera llegan hasta la cabecera, a lo largo de veintiún metros y medio.

Este espléndido monumento megalítico testimonia el culto a los antepasados, pero también a la madre tierra, a la femineidad, a la fertilidad, a la fecundidad, a la regeneración y a la purificación espiritual. Hay una enigmática piedra, que es representación de un cuerpo de mujer con la parte de la cabeza hincada en el suelo. Y hay un deambulatorio alrededor del túmulo circular de 75 metros de diámetro, testimonio del crómlech originario, que sin duda responde al mismo principio que inspiró a los templarios de Eunate.

En Trigueros, los caballeros del Temple, en buena armonía con los antonianos, construyeron una magnífica iglesia gótica aprovechando y respetando los muros de la fortaleza almohade, y la dedicaron a san Antonio Abad, el asceta y eremita egipcio del siglo III que se apoyaba en un bastón en forma de tau (2) y llegó a los 105 años. El santo, con la tau en el pecho, es el patrón de Trigueros, el protector de los ermitaños y los enterradores y también, como san Antón, el protector de los animales.

Hay que hablar de la tau, la última letra del alfabeto hebreo y la decimonovena del griego, pero también un símbolo de vida eterna, heredero de la cruz ansata egipcia, en la que también está el disco solar. Incluso había sido símbolo de Mitra, el dios solar de los persas. Según la profecía de Ezequiel es el signo de los que  “lloran y gimen por todas las abominaciones que se cometen” (3), y según el Apocalipsis de san Juan es el de los elegidos para la salvación en el Juicio Final (4). La tau es signo de regeneración. En Egipto, el sonido “t” al final de la palabra conformaba el femenino.

Los Hermanos Hospitalarios de San Antonio, llamados antonianos, atendían a los leprosos y a todo tipo de desheredados por la salud, y sobre todo a los enfermos del fuego de san Antón, el mal provocado por consumir pan de centeno afectado por el cornezuelo. En la Edad Media, este mal era tan frecuente entre los que no podían permitirse el pan de trigo, que se crearon hospitales, en los que los antonianos, con la tau en el pecho, cuidaban y enterraban a estos desgraciados. La devoción a san Antonio Abad tuvo, como es lógico, mucha importancia en la Edad Media e incluso después. En Castrogeriz, el Camino de Santiago atraviesa las ruinas del Hospital de San Antón. En Sevilla, la iniciativa real fundó en la calle de Armas el hospital Casa de San Antón, junto a la actual iglesia de San Antonio Abad, donde reside la Hermanad del Silencio, que luce la tau, la cruz primigenia, junto a la Cruz de Jerusalén.

La tau, que es hoy emblema del castillo templario de Ponferrada, fue la cruz esotérica de estos freires, que la usaron discretamente como signo de conocimiento de tradiciones arcanas, de cuando el hombre empezó a observar el cielo y a estudiar el ciclo anual a partir de la constelación de Tauro.

Así que en Trigueros estamos ante los orígenes, ante la Madre Tierra, en un lugar de poder telúrico y de culto ancestral, como tantos otros asentamientos de los caballeros del Temple.

La templaria Trigueros era un hito en la ruta desde Xerez de Badajoz y Fregenal de la Sierra hasta La Rábida… y el mar. Los templarios estaban determinados a alcanzar el mar, y concretamente el Océano Atlántico. ¿Por qué? ¿Para moverse por el Mediterráneo? Ya estaban posicionados en Aragón. ¿Para ir al norte? Tampoco tiene sentido. Dejémoslo ahí.

En la orilla izquierda del río Tinto, justo donde este desemboca en el Odiel, y frente a la isla de Saltés, en la peña de Saturno, hubo un altar fenicio para Baal y luego otro romano para Proserpina. Existió más tarde un ribat, especie de convento fortificado musulmán, y tras la conquista cristiana el lugar fue entregado al Temple, junto con Saltés. Y en ese lugar, denominado La Rábida, está ahora el convento franciscano que alberga la imagen de alabastro de la Virgen de los Milagros, Santa María de La Rábida, venerada desde el siglo XIII por los templarios. Según testigos de la leyenda (5), la virgen encontrada allí era morena y fue aclarada después. Por cierto que también los franciscanos llevan la tau desde que san Francisco de Asís hizo de ella su señal.

A finales del siglo XV, desde La Rábida había preparado su cruzada Cristóbal Colón, el mismo que había contraído matrimonio con la hija del maestre de la portuguesa Orden de Cristo, heredera del Temple, y que había recogido el conocimiento de los mapas atlánticos de la templaria escuela de Sagres (6); Christophorus Columbus, el palomo portador, como su propio nombre indica, de Cristo y de la paz. Del cercano puerto de Palos partieron las carabelas con la cruz templaria en sus velas…



(1) Vázquez Consuegra, Guillermo. Sevilla cien edificios
(2) Vorágine, Santiago de la. La leyenda dorada
(3) Ezequiel, 9:4
(4) Apocalipsis, 7
(5) Gómez Marín, José Antonio. Vírgenes onubenses
(6) Marino, Ruggero. Cristóbal Colón, el último de los templarios


martes, 3 de diciembre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (12: UN MONTE, UNAS AGUAS, UNOS CAMINOS Y UN CASTILLO)

La versión romántica de los caballeros templarios –o, por mejor decir, de sus ánimas en pena– fue la más tenebrosa. Un sevillano, Gustavo Adolfo Bécquer, tuvo que ser quien la creara en El monte de las ánimas, junto a la ermita soriana de San Saturio, en la encomienda templaria de San Polo (1).

Casualmente, junto a Bécquer, en el Panteón de la Anunciación otrora jesuita, reposa otro sevillano ilustre: el historiador del arte José Gestoso y Pérez, que en 1885 dirigió la restauración de la iglesia de Santa Marina.

La iglesia parroquial de Santa Marina de Sevilla fue una de las primeras que se erigieron en nuestra ciudad tras la conquista en 1248, en una zona de fuerte vitalidad económica, sobre el antiguo Cardo Maximus de la Híspalis romana. Su portada es un monumento a la castidad. Pero es mucho más.

En uno de los prótomos más cercanos al Padre Eterno, el que está a la izquierda del espectador, aparece santa Marina con un niño (no perdamos de vista que si se tratara de la Virgen María, el niño estaría en el centro o sobre su pierna izquierda). Según La leyenda dorada (2), Marina se hizo pasar por varón para entrar en un convento. Tan bien hizo este papel que fue acusada por una mujer de ser padre de su criatura. Marina renunció a defenderse y cuidó al chaval. Solo cundo murió se descubrió la verdad.

En el lado derecho, a la misma altura, está santa Margarita de Antioquía. Pero santa Margarita es venerada en la iglesia ortodoxa como santa Marina de Antioquia (la margarita, en este caso, no es una flor, sino una perla). Lleva en su mano un libro, una Biblia (como la pintó Zurbarán).

En los prótomos inferiores están otras dos vírgenes: santa Catalina, con su rueda, dentro de la cual parece adivinarse una cruz patada (como en la de la templaria Benavente, en Zamora), y santa Bárbara, con su torre.

Pero nos fijaremos en los frisos. En el friso derecho, de nuevo santa Marina de Antioquia, que sufrió el acoso de Olibrio y fue sacrificada a una bestia maligna, pudiendo, sin embargo, rasgar sus entrañas armada con una pequeña cruz (3), plasmando así la victoria sobre el mal (como san Miguel, como san Jorge), con el simbolismo de la perla que resucita. Hoy reside en este templo la hermandad de la Resurrección, por una encantadora casualidad. Y en el friso izquierdo, una figura humana con tres cuadrúpedos y otra persona más lejana (4), en lo que se adivina como representación del encuentro de Marina con otro Olibrio. ¿O es el mismo?.

Porque las distintas devociones a santa Marina se entremezclan, precisamente, en la Amphiloquia de Galicia (5), en el lugar llamado Santa Mariña d’Augas Santas, cerca de Allariz, en Orense (6), que perteneció a los templarios. Cuenta la leyenda que Mariña fue perseguida y decapitada por el prefecto romano Olibrio, que la pretendió inútilmente. La cabeza de Marina dio tres botes: “creo, creo, creo”, y se generaron tres manantiales. Su tumba es en realidad una piedra megalítica. En este enclave, sagrado desde el pasado más remoto, existe además una fuente milagrera a los pies de la santa, dentro de un roble, el árbol icónico de los celtas.

¿Participaron artesanos gallegos en la construcción de la iglesia sevillana de Santa Marina? Porque si es así, parece evidente la influencia templaria en este templo al martirio por la castidad. Un dato: existe en Córdoba la fernandina iglesia parroquial de Santa Marina de Aguas Santas. Y –¡oh coincidencia!– reside en ella la hermandad del Resucitado.

Pero es que hay otro detalle que abona la tesis templaria en nuestra Santa Marina: la restauración de José Gestoso desveló que la capilla del lado sur había sido fundada por el infante Felipe Fernández de Castilla, el quinto hijo de Fernando III el Santo, destinado a ocupar la sede arzobispal hispalense. En esta capilla, ocupada desde 1676 por la Hermandad de la Piedad (7), más conocida hoy como de la Sagrada Mortaja, aparecieron, efectivamente, escudos con losanges alternando castillos y águilas de Suabia (8). Sin duda Felipe había previsto reposar eternamente bajo la bóveda de esta capilla.

Felipe había estudiado con los templarios en Toledo y en Castrogeriz; luego, en la Sorbona de París, tutelado por la casa del Temple, compartió aula con santo Tomás de Aquino y san Buenaventura para recibir las enseñanzas de san Alberto Magno. Con veinte años era abad de Covarrubias, aun sin recibir órdenes sagradas, por bula de Inocencio IV. Y luego llegó a nuestra ciudad y, aunque hay otras versiones, es probable que fuera él quien trajera una imagen pintada de la Virgen de Rocamador (o Roca-Amador) que le habría regalado en París su tío san Luis (9) para el hospital y hospicio de ancianos franceses que había junto a la iglesia de San Lorenzo. La Virgen, que hoy es titular de la hermandad de La Soledad de San Lorenzo, ha tenido siempre gran devoción por parte de los miembros de las órdenes de caballería.

Sin llegar a ocupar la sede episcopal sevillana, Felipe renunció a ella por consejo de su hermano y rey Alfonso X, y con treinta años se casó con la princesa Cristina Olav de Noruega. Vivieron en el palacio de Bibarragel, junto a la torre que era de su hermano don Fadrique, pero Cristina no resistió el calor sevillano y murió a los cuatro años. El infante Felipe se marchó de Sevilla y se opuso a Alfonso X –como casi toda la clase noble–, llegando a aliarse con el rey moro de Granada. Y fue excomulgado.

Pero era donado templario (10) y, cuando murió en 1274, el Temple le dedicó un mausoleo digno de un rey en el templo de Santa María de Jesé, Nuestra Señora del Templo (hoy Santa María la Blanca), en la encomienda de Villasirga (hoy Villalcázar de Sirga), en pleno Camino de Santiago. Este sorprendente templo, de grandiosas proporciones, en un pequeño pueblo en medio del páramo palentino, es una auténtica y misteriosa morada filosofal, que alberga a la Virgen de las Cantigas, cuyos milagros fueron evocados por el rey Alfonso (11). El mausoleo, en el que aparece Felipe con la espada desenvainada, rodeado de referencias templarias, fue lugar de veneración durante años. Junto a él se sepultó luego en otro extraordinario sarcófago a su segunda esposa, Leonor Ruiz de Castro.

Hay que hacer otro apunte sobre José Gestoso: fue él quien fijó el centro geométrico de la ciudad, precisamente en la calle que hoy lleva su nombre y que entonces era llamada Venera, porque existía allí una venera, o concha, o vieira (12). Pero ¿por qué había allí una venera? Además, hay otra, más pequeña, en una esquina en la casa 13 de la calle Daoiz, lo que puede hacer pensar que se ha marcado un territorio. Hay que remontarse nuevamente al Camino de Santiago, pero hay que ir aún más lejos, porque la venera fue una idealización cristianizada de la huella de la pata de oca, símbolo ancestral de la fuerza del espíritu de dominar la materia, signo rúnico de la vida, profusamente utilizado por los compañeros constructores (13). La pata de oca fue también el distintivo que se aplicó, ya en la alta Edad Media, a los marginados agotes (o cagotes, cagots en Francia), tildados de leprosos; solo podían dedicarse a algunos oficios, como la cantería o la carpintería, y todo el mundo les daba la espalda. Todo el mundo... menos los templarios, que les dieron trabajo dentro de las cofradías de constructores a lo largo del Camino de Santiago (14). Ciertamente, no parece casual que esta sevillana calle Venera esté entre la parroquia y la capilla de San Andrés, de cúpula ochavada, junto a la que hubo un hospital para alarifes. Hoy, la cruz de los constructores ilumina el rostro de la panadera Virgen de Regla.

Y otro detalle, cuando menos, curioso: la lápida de la tumba de José Gestoso está presidida por una cruz patada.

Pero volvamos a la Pajería. La casa donde habían estado los templarios y las carmelitas permaneció prácticamente intacta hasta 1882, año en que se reformó a fondo siguiendo patrones neoclásicos, con cierros acristalados y balcones  (15). Menos mal que antes el cardenal carmelita Joaquim Lluch i Garriga mandó hacer antes de la reforma un dibujo de su estado primitivo, y con él ilustró una edición del Tratado de las Moradas ese mismo año (16), poco antes de morir. Por delante de ella ya discurría el Camino de Santiago, el de la Vía de la Plata, que se abre en la puerta de San Miguel de la Catedral hispalense.



(1) Bécquer, Gustavo Adolfo. Rimas y leyendas. El monte de las ánimas
(2) Vorágine, Santiago de la. La leyenda dorada
(3) Gómez Ramos, Rafael. La iglesia de Santa Marina de Sevilla
(4) Ibid. 2
(5) Alarcón Herrera, Rafael. La maldición de los santos templarios
(6) Musquera, Xavier. Los templarios en España
(7) Bermejo y Carballo, José. Glorias religiosas de Sevilla
(8) Osma, Guillermo Joaquín de. Apuntes sobre cerámica morisca. Azulejos sevillanos del siglo XIII
(9) Se estima que la pintura actual es posterior, de mediados a finales del siglo XIV. Según otra leyenda, tres caballeros franceses de la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén fueron liberados milagrosamente de los turcos por la Virgen, por lo que construyeron a sus expensas el santuario de Rocamadour en Francia.
(10) Ibid. 5. El donado es un caballero que no profesa los votos de pobreza, castidad y obediencia.
(11) Alfonso X el Sabio. Cantigas de Santa María
(12) González de León, Félix. Noticia histórica del origen de los nombres de las calles de esta M.N.M.L y M.H. ciudad de Sevilla
(13) Alarcón Herrera, Rafael. A la sombra de los templarios, que cita al Líber Santi Jacobi: "Estas dos conchas de la venera, que están talladas como los dedos de una mano".
(14) Lamy, Michel. La otra historia de los templarios
(15) Vázquez Consuegra, Guillermo. Sevilla, cien edificios
(16) Lluch i Garriga, Joaquim. El castillo interior o Tratado de las moradas, escrito por Santa Teresa de Jesús