sábado, 2 de febrero de 2019

NUESTRA SEÑORA DE LAS CANDELAS

(...)
Desde el siglo IV, al menos, hay testimonios de la celebración de febrero, «a los cuarenta días de la Epifanía», con procesión, solemne pero con regocijo, en el lugar de la Resurrección de Cristo previo descenso a los Infiernos. Las velas ya eran en esta fiesta de la Anástasis, al menos desde entonces, un medio de ofrenda a Dios, a la Virgen María y a los santos.
Pero la fiesta «de las Candelas» es sincrética. La iglesia griega instituyó la Hypapanté (tou Kyrou), la fiesta del Encuentro. En el siglo V, el papa Gelasio I relacionó la celebración con la Presentación de Jesús. Cuando Justiniano declaró festivo el 2 de febrero, la celebración ya hacía tiempo que se había trasladado desde el 14 de febrero, fiesta del mártir San Valentín, al día 2, el día en el que se habían celebrado las fiestas Lupercales o Lupercalias en honor de Lupercus, dios de la fecundidad y de los rebaños.
Hacia el siglo VII se puso énfasis en la Purificación de la Virgen y la fiesta se hizo mariana. El papa Sergio I instituyó la procesión penitencial de candelas desde la iglesia de San Adrián a Santa María la Mayor, en relación con las palabras de Simeón: «Mis ojos han visto tu salvación, que has preparado ante la faz de todos los pueblos, luz para iluminar a las naciones» (Lucas 2:30-31), dando origen al rito de la bendición de los cirios.
Paso de María Santísima
de la Candelaria
Mientras tanto, los celtas celebraban la Imbolc, la fiesta de las candelas que abría el mes de febrero en honor de la diosa Brígida. Imbolc significa literalmente «en el vientre». Eran días previos a la siembra y los campesinos recorrían los campos en procesión, con antorchas, pidiendo purificación de la tierra y fertilidad, además de inspiración y guía para los nuevos proyectos a desarrollar en los meses cálidos y soleados. Se ponían velas en las ventanas y se honraban las artes poéticas y femeninas.
En 1118 se instalaron en Jerusalén los caballeros que darían origen a la Orden del Temple. Se consideraron «integrados en la fe de Salomón», porque, al erigirse en custodios del Templo, se asimilaron a los levitas, primeros custodios del sagrado lugar y del Arca de la Alianza allí guardada. La Roca fue así el primer templo templario (si se me permite la aparente redundancia). Había allí, sorprendentemente, un detalle cristiano de origen musulmán, al estar señalado el lugar de la ceremonia de la Presentación de Jesús y la Purificación de María. En este mismo lugar custodiaron los templarios un lignum crucis patriarcal, junto al que ardía una candela de oro, como una manifestación terrenal de la luz divina, señalizada, como todos los lugares santos de la Cúpula, con mosaicos del poeta templario Achard d’Arrouaise. El lugar se convirtió en centro de peregrinaje. El día de «Santa María de la Chandelor» fue festividad importante y día de ayuno en las casas y encomiendas del Temple, según el artículo 75 de su regla. Y la devoción a la Candelaria se extendió por Europa mixtificada con la celebración arcaica de las candelas, como antesala de la primavera.
(...)

Del libro de Antonio Hernández Lázaro El paso de palio: la búsqueda, Editorial Almuzara, 2018, pp. 118-119.