Cuando, en 1048, un grupo organizado de comerciantes amalfitanos encabezados por Gerardo Tum consiguió permiso del califa de Egipto para construir en Jerusalén una iglesia, un convento y un hospital de peregrinos, se llevó consigo, como símbolo, la cruz blanca de Amalfi, de ocho puntas.
De ese espíritu cruzado surgió el concepto de las Ocho Beatitudes, que suponen una puesta en activo de las Bienaventuranzas, acorde con la teología del momento y con el espíritu de la Guerra Santa predicada por San Bernardo. Procede un somero repaso a estas Beatitudes:
La primera es poseer el contento espiritual y se correspondería con la primera bienaventuranza (Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos), paradigma de la verdad y la armonía interior.
La segunda es vivir sin malicia y se correspondería con la segunda bienaventuranza (Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra). El cruzado sustituye la virtud de la mansedumbre por la de la bondad basada en la fe. Es significativo.
La tercera, llorar los pecados, refleja claramente la tercera bienaventuranza (Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados).
La cuarta es humillarse al ser ultrajados. Podemos ponerla en relación con la séptima bienaventuranza (Bienaventurados los pacíficos: porque ellos serán llamados hijos de Dios), aunque se huye de la consideración de la paz como principio máximo. El cruzado tenía que ser humilde y dispuesto permanentemente al arrepentimiento, aunque no necesariamente pacifista, como ha quedado largamente evidenciado.
La quinta beatitud es amar la justicia y claramente se corresponde con la cuarta bienaventuranza (Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados).
La sexta consiste en ser misericordiosos. Está aquí la quinta bienaventuranza (Bienaventurados los misericordiosos porque ellos obtendrán misericordia).
La séptima beatitud es la de ser sinceros y limpios de corazón, equiparable a la sexta bienaventuranza (Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios). Es el valor de la pureza.
Finalmente, la octava, sufrir con paciencia las persecuciones, va con la octava bienaventuranza (Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos), valorando la paciencia más que el puro hecho de sufrir la persecución.
Tras la pérdida de Jerusalén a manos de Saladino en 1187, la Orden de San Juan del Hospital de Jerusalén se instaló en la ciudad costera de Acre, llamada San Juan de Acre, donde levantó un nuevo hospital. Allí permaneció hasta 1291, fecha en que terminó la aventura cruzada de ultramar.
Pero estaba dando mejores resultados la aventura cruzada ibérica. La orden, implantada discretamente en Castilla hasta entonces, intervino en ayuda de Fernando III en el avance hacia Sevilla, con su prior Fernán Royz a la cabeza. Los hospitalarios tuvieron su campamento en la zona norte extramuros, entre la Macarena y Torneo y prestaron asistencia de retaguardia a las mesnadas, de acuerdo con su ideario, en el Hospital de Sangre, "en esta rinconada del río" (2), perteneciente a la encomienda de Setefilla, que llegaba hasta muy cerca de la capital. A propósito, hay que recordar que Setefilla es zona de implantación celta posterior a la caída de Tartessos (3) y que su nombre, también integrador, alude muy probablemente a los siete conventos romanos hispalenses que controlaban la calzada procedente de Corduba, hasta Híspalis, en torno al Betis, simbolizados en siete hijas: Celti, Axati, Arva, Canama, Naeva, Ilipa e Itálica. Según Juan Sánchez Gallego, el nombre de Sevilla deriva también de ahí (4).
En la campaña se distinguió Garci Pérez de Vargas (5). Habla una leyenda de que Garci Pérez, en el curso de una escaramuza con los moros en la puerta de Bab ar War o de los Barcos, dirigiéndose a la propia puerta, sentenció: “¡De San Juan te has de llamar!”. La puerta consistía en un arco relativamente bajo entre dos torreones cuadrangulares y estaba unida a la de Vib ab Ragel, en la Barqueta, por un lienzo de muralla con doce torreones circulares. Puede verse aún hoy día un vestigio de uno de esos torreones en la desembocadura de la calle Lumbreras.
En el repartimiento posterior a la conquista, la orden obtuvo un islote para crear su priorato de San Juan de Acre desde la Puerta de San Juan a la calle de las Lumbreras. Y del Hospital de Sangre queda la Capilla de Nuestra Señora de los Dolores, en La Rinconada, y la cruz en el escudo de la villa.
Y en ultramar, tras la pérdida San Juan de Acre, la orden pasó a Chipre, de Chipre a Rodas y de Rodas a Malta, donde estuvo desde 1530 –por gracia del emperador Carlos I y V– hasta que ocupó la isla Napoleón en 1798. Por eso es más conocida hoy como Orden de Malta, y la Cruz de las Ocho Beatitudes, Cruz de San Juan, es casi más conocida como Cruz de Malta.
Pero tanto lo referente al priorato sevillano de la orden como a la influencia posterior, lo veremos en próximas entradas.
(1) Carrillo, Emilio. El NO8DO de Sevilla. Significado y origen
(2) Navarro Sánchez, José Eladio. La Rinconada: hechos, gentes y costumbres
(3) Blázquez, José María. Tartessos y los orígenes de la colonización fenicia en occidente
(3) Blázquez, José María. Tartessos y los orígenes de la colonización fenicia en occidente
(4) Sánchez Gallego, Juan. Guía esotérica de la Catedral de Sevilla
(5) Mena, José María de. Entre la cruz y la espada: San Fernando
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