Después de todo, el concepto de caballería medieval es de creación eclesiástica, buscando imbuir del ideal cristiano a los belicosos nobles. Y si estudiamos sus ideales, veremos que todos están presentes en la abulense: el valor para soportar sacrificios en aras de los ideales y por los necesitados, la fidelidad a la verdad, la defensa al señor y a la iglesia, la fe en Dios, la humildad, la justicia templada de misericordia, la generosidad, la moderación, la lealtad, la nobleza de espíritu...
Y no olvidemos que el origen de los libros de caballerías está en las leyendas artúricas. En La búsqueda del Grial, Sir Galahad, el único caballero que encontró el Santo Grial, es la encarnación caballeresca de Jesús (1). La novela de caballería francesa está fuertemente influida por san Bernardo, como se aprecia en el Perceval de Chrétien de Troyes, así como también, indirectamente, la alemana, con el templario Wolfram von Eschenbach, presente en la Quinta Cruzada, y su Parzival. Ambas corrientes se difundieron por el Camino de Santiago e influyeron a su vez en la novelística española.
Sin duda, este espíritu caballeresco guió a los cruzados, evolucionó tras el fracaso de las campañas de Tierra Santa y tuvo su decadencia con El Quijote. Observadas desde la distancia, las cruzadas tuvieron mucho de quijotescas (2), aunque aún no existiera el Ingenioso Hidalgo.
En Teresa, la gallardía medieval se patentiza en Las Moradas, “este tratado, llamado Castillo interior”, según expresión de la propia autora (3). Nuestra alma es “como un castillo todo de diamante o muy claro cristal” con “muchos aposentos”; no un palacio, por mucho que sea transparente y cristalino, sino un robusto y gallardo castillo medieval.
Gallardía, sí, pero con un escapulario.
Cuentan que en 1251 san Simon Stock recibió de la Virgen del Carmen el pequeño escapulario de cordón y la promesa de que quien muriera con él al cuello evitaría el infierno. Desde entonces este pequeño aditamento es uno de los más significativos emblemas de marianismo. No debe extrañarnos que se hayan encontrado escapularios junto a los cadáveres en cementerios templarios (4). En opinión de muchos historiadores, tuvieron que llevarlo también en la hoguera el Gran Maestre Jacques de Molay y los freires que acabaron sus días con él y como él, en 1314.
Porque antes ya existía el escapulario (del latín escapulae, hombros), con delantal y dorsal como la sobrevesta de los caballeros, y que era para los monjes como la cruz de todos los días. Por cierto que este escapulario pervive como elemento fundamental en significadas cofradías sevillanas, entre las que citaré tres: naturalmente una es la del Carmen Doloroso, joven corporación que ha dado cuerpo a la advocación carmelita en la Semana Santa; las otras son dos corporaciones que residieron en la Casa Grande de los carmelitas de la calle Baños: la Soledad de San Lorenzo y la de las Siete Palabras, heredera de la de los Sagrados Clavos, Nuestra Señora de la Cabeza y San Juan Evangelista. También una cofradía, la de San Benito, tiene el espíritu caballeresco entre sus valores.
Teresa necesitó de toda su gallardía y de todo el apoyo de su escapulario.
En 1577 escribía a fray Ambrosio Mariano que todos los demonios “les hacían guerra” (5). Y, por si faltaba algo, una monja del convento de la Pajería y su confesor externo acusaron a la “fémina inquieta y andariega” de tener cosas de alumbrada, por sus “excesos de vida contemplativa y de oración” (6). Se produjo así una nueva persecución, con un apabullante expediente que, no obstante, se saldó sin que llegara a intervenir el Santo Oficio, cerrándose así, en 1579, la segunda historia sevillana de Teresa de Ávila. La bulliciosa Sevilla nunca le había sido propicia. La santa tenía claro que “aquí los demonios tientan más”, acaso “por la mesma clima” (7). En la casa sevillana de la Pajería quedó el poco agraciado retrato que pintó del natural fray Juan de la Miseria.
Finalmente, el Carmelo Descalzo fue provincia exenta reconocida como Orden en 1580. Teresa pudo ya morirse el 4 de octubre de 1582, que se convirtió en el 15 del mismo mes al adoptarse en esos días el calendario gregoriano.
Y en la casa conventual de San José, en la calle de la Pajería otrora nombrada del Mesón de los Caballeros (8), estuvieron las monjas hasta 1586, en que se trasladaron a su actual convento, hoy conocido como de Las Teresas, con el apoyo de san Juan de la Cruz (9), el fraile –o medio fraile, como lo llamaba cariñosamente ella–, con el que se había asociado para dar forma a la rama masculina del Carmelo Descalzo.
El convento de San José es depositario del tesoro que es el original autógrafo del Castillo Interior, obra cumbre de la mística, realizada por obediencia, como la fundación del convento hispalense. A propósito, será bueno que los sevillanos hagamos examen de conciencia: solo por este libro, ya hemos recibido más de la santa de Ávila de lo que le dimos.
(1) García Gual, Carlos. El héroe de la búsqueda del Grial, como anticipo del protagonista novelesco
(2) Montefiore, Simon Sebag. Jerusalén. La biografía
(3) Santa Teresa. Las Moradas del Castillo Interior
(4) Galera Gracia, Antonio. Historia del escapulario y sus vínculos templarios. Medievo Revista de Historia, núm. 5
(5) Santa Teresa. Carta 189. Al padre Ambrosio Mariano
(6) Domínguez Arjona, Julio. La Sevilla que no vemos
(7) Sánchez Herrero, José. Historia de la Iglesia de Sevilla. Tercera parte, Sevilla del Renacimiento
(8) González de León, Félix. Noticia histórica de los nombres de las calles de esta M.N.M.L.Y M.H Ciudad de Sevilla
(9) VV.AA. Sevilla Oculta
www.agalera.net
www.lecturalia.com
www.wikipedia.org
No hay comentarios:
Publicar un comentario