Alfonso X de Castilla y Suabia, monarca de los reinos unificados
de Castilla y León, se consideraba descendiente del linaje salomónico y
blasonaba del origen divino de su soberanía, pretendiendo ser desde muy joven
un nuevo Salomón. Como el rey bíblico, era hijo de un rey conquistador y tenía
vocación de rey pacífico. Y como el rey bíblico, quiso ser un ejemplo de
justicia, de prudencia y de sabiduría. Alfonso fue sabio a imitación del sabio
Salomón.
En las Siete Partidas
se desarrolla la idea alfonsina del rey como vicario de Dios que tiene que
aplicar la justicia y establecer la paz entre sus súbditos, para lograr un
reino lo más parecido posible a la Jerusalén Celeste.1 En las miniaturas de
esta importante obra está Alfonso como sabio, con una espada que es más signo
de justicia que arma guerrera, en actitud hierática, solemne, frontal…
salomónica, y está también el propio Salomón como la propia imagen de la
justicia, con el joven heredero de Castilla y León, Sancho, arrodillado ante él.
El trono de la sabiduría, arquetipo del rey bíblico, es también motivo de
representaciones alfonsinas, en silla de tijera y con los atributos del poder, junto
al Locus Appellacionis y de acuerdo
con el Liber Iudiciorum.2
Alfonso X es el mejor “rey escritor” de España,
el único comparable a Salomón. Ya lo reconoció Voltaire, al tiempo que se
lamentaba de que Francia no podía vanagloriarse de un rey autor.3 Como el
sabio rey bíblico, Alfonso cultivó la poesía y la música. Así como Salomón compuso el Cantar de
los Cantares, de poemas de amor, Alfonso hizo las Cantigas, en las que hay palpables muestras del amor
de Cristo y María.
También, como Salomón, Alfonso gustaba de explorar campos
comprometidos, hasta el punto de ser conocido como “el alquimista” en la
Universidad de París.4 Profundizó en la magia salomónica y en las invocaciones
a los ángeles, haciendo traducir el Liber
Razielis, que los cabalistas hebreos atribuyeron a Salomón,5 y que
luego ha pasado muy desapercibido –como es lógico, conociendo cómo se ha
escrito la Historia oficial–. Raziel es el arcángel de los misterios, guardián
de los secretos, ángel de la magia y de la intuición, patrono de alquimistas y
clarividentes, preside la esfera de la Sabiduría en el árbol sefirótico e
infunde el deseo de conocimiento y descubrimiento de realidades ocultas. En la
tradición judía, Raziel entregó a Adán en un zafiro el “Libro de los secretos
de Dios”, que pasó de Abraham a Enoc, y luego, por medio del Arcángel san
Rafael, a Noé, quien pudo seguir las instrucciones de Dios para hacer el arca;
finalmente, llegó a las manos de Salomón. El resultado de la traducción de Alfonso X fue una magnífica
expresión de cábala práctica. Su sobrino, don Juan Manuel escribió que el rey
“fizo trasladar… otra sciencia que han los judíos muy escondida, a que llaman
“Cábala””.
La afición de Alfonso por los mundos ocultos se evidencia además por su interés en el Mafteah Shelomoh, un manuscrito hebreo masorético de alrededor del año 900, que es conocido como la Clavis Salomonis o Clave o Llave (mayor) de Salomón, y atribuido por la tradición al sabio rey bíblico, y del que derivó más tarde el Lemegeton Clavicula Salomonis, la Clave o Llave menor de Salomón.6
Y, como los anteriores, también se tradujo en Toledo el Libro de las Cruzes, un tratado de astronomía y astrología en el que el rey castellano es comparado con Salomón, afirmándose que goza de inspiración divina para recuperar saberes perdidos. El aristotélico Alfonso, llamado estrellero antes que sabio, se acercó al sincretismo ideológico y científico, abierto no solo a la astrología sino también a la alquimia y la cábala.7 En el castillo templario de San Servando, en la capital imperial, montó todo un observatorio.
En su segundo y salomónico testamento, el Sabio Alfonso previó su entierro –o al menos el de sus entrañas– en el “monesterio de Sancta María la Real de Gracia”, sobre el primigenio Alcázar Mayor de la Murcia, lugar entregado al Temple por Jaime I y confirmado por Alfonso X, donde los templarios fundaron un hospital. En cuanto al corazón, sede humana del alma, Alfonso expresó en una cláusula que fuera llevado “a la Sancta Tierra de Ultramar, e que lo sotierren en Ierusalem, en el Monte Calvario, allí do yacen algunos de nuestros abuelos” (no olvidemos que, en la tradición medieval, el Calvario, además de lugar de sacrificio y enterramiento de Jesús, era donde había sido enterrado Adán, el padre de la Humanidad), y encomendó la misión del traslado a Joao Fernandes, maestre provincial en Castilla, León y Portugal de la Orden del Temple, la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón.8 Finalmente, no siendo posible el traslado a Tierra Santa, el corazón se quedó con las demás entrañas en el hospital templario de Santa María la Real de Gracia (hoy iglesia museo de San Juan de Dios), de donde pasó a la Catedral murciana.
La afición de Alfonso por los mundos ocultos se evidencia además por su interés en el Mafteah Shelomoh, un manuscrito hebreo masorético de alrededor del año 900, que es conocido como la Clavis Salomonis o Clave o Llave (mayor) de Salomón, y atribuido por la tradición al sabio rey bíblico, y del que derivó más tarde el Lemegeton Clavicula Salomonis, la Clave o Llave menor de Salomón.6
Y, como los anteriores, también se tradujo en Toledo el Libro de las Cruzes, un tratado de astronomía y astrología en el que el rey castellano es comparado con Salomón, afirmándose que goza de inspiración divina para recuperar saberes perdidos. El aristotélico Alfonso, llamado estrellero antes que sabio, se acercó al sincretismo ideológico y científico, abierto no solo a la astrología sino también a la alquimia y la cábala.7 En el castillo templario de San Servando, en la capital imperial, montó todo un observatorio.
En su segundo y salomónico testamento, el Sabio Alfonso previó su entierro –o al menos el de sus entrañas– en el “monesterio de Sancta María la Real de Gracia”, sobre el primigenio Alcázar Mayor de la Murcia, lugar entregado al Temple por Jaime I y confirmado por Alfonso X, donde los templarios fundaron un hospital. En cuanto al corazón, sede humana del alma, Alfonso expresó en una cláusula que fuera llevado “a la Sancta Tierra de Ultramar, e que lo sotierren en Ierusalem, en el Monte Calvario, allí do yacen algunos de nuestros abuelos” (no olvidemos que, en la tradición medieval, el Calvario, además de lugar de sacrificio y enterramiento de Jesús, era donde había sido enterrado Adán, el padre de la Humanidad), y encomendó la misión del traslado a Joao Fernandes, maestre provincial en Castilla, León y Portugal de la Orden del Temple, la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón.8 Finalmente, no siendo posible el traslado a Tierra Santa, el corazón se quedó con las demás entrañas en el hospital templario de Santa María la Real de Gracia (hoy iglesia museo de San Juan de Dios), de donde pasó a la Catedral murciana.
Alfonso no pudo llevar a cabo sus planes. Por una parte, no
pudo ser tan pacífico como hubiera deseado, porque no podía abandonar la tarea
reconquistadora, entre otras razones por los ataques de los benimerines, pero
también porque había muchos nobles que no estaban de acuerdo con el monarca,
empezando por su propio hijo Sancho. Casi nadie permaneció a su lado. Las
órdenes militares también se pusieron en su contra. Los templarios estaban
formalmente a su favor, pero el infante Felipe, el donado templario hermano del
rey, que había renunciado a la sede episcopal hispalense, estuvo presente en la
conjura de Lerma e incluso llegó a aliarse con el rey moro de Granada.
Además, el Fecho del
imperio no le funcionó. Si Alfonso hubiera llegado a ser ungido emperador
por el papa, habría organizado una cruzada para reconquistar Jerusalén. Pero el
papa Gregorio X echó por tierra el proyecto alfonsino al elegir a Rodolfo de
Habsburgo como emperador.
Solo Sevilla fue absolutamente fiel al Alfonso. Y en premio a la fidelidad, virtud fundamental en la ideología alfonsina,9 el cuerpo se quedó, una vez extraídos el corazón y las entrañas, en Sevilla. Y también por eso nos legó el lema que en su versión popular se conoce como el “no-madeja-do”.10 Su origen, sin duda, está en las sílabas iniciales de Nomine Domini, “en nombre del Señor”, pero también en la voz latina Nodo, que debe traducirse como “con un nudo”. Y la madeja anudada es símbolo del infinito.11
Solo Sevilla fue absolutamente fiel al Alfonso. Y en premio a la fidelidad, virtud fundamental en la ideología alfonsina,9 el cuerpo se quedó, una vez extraídos el corazón y las entrañas, en Sevilla. Y también por eso nos legó el lema que en su versión popular se conoce como el “no-madeja-do”.10 Su origen, sin duda, está en las sílabas iniciales de Nomine Domini, “en nombre del Señor”, pero también en la voz latina Nodo, que debe traducirse como “con un nudo”. Y la madeja anudada es símbolo del infinito.11
Pero Alfonso X, sin duda, debió de conocer un precedente nada desdeñable de nudo infinito: el nudo de Salomón, con dos lazos cerrados, doblemente entrelazados, usado frecuentemente por los judíos en numerosos enseres y también, sobre todo por los romanos, en una enormidad de mosaicos decorativos (¿solo decorativos?), como vemos, sin ir más lejos, en el Antiquarium de la Encarnación y en Itálica.
Si cerráramos y enrolláramos el lazo horizontal del nudo de Salomón, estrechando el vertical, ¿qué nos saldría?
1. Almazán de Gracia, Ángel. Simbolismo del enterramiento del corazón y entrañas de Alfonso X el
Sabio
2. Fernández
González, Etelvina. Pensamiento medieval
hispano: homenaje a Horacio Santiago-Otero, Volumen 1
3. Voltaire. Diccionario filosófico
4. Ibid.
1
5.
Rodríguez Llopis, Miguel. Alfonso X
6. González Sánchez, Ana R. Tradición y fortuna de los libros de astromagia del Scriptorium alfonsí (tesis doctoral bajo la dirección de Vicente García, Luis Miguel). La Clavis Salomonis se utilizó como grimorio en los siglos
XIV o XV. El Lemegeton Clavicula Salomonis es un grimorio anónimo del siglo XVII y uno de los libros de demonología cristiana más populares. La palabra latina clavicula se traduce como llave pequeña o llave menor.
7. Ibíd. 6
8. Ibíd. 1. Segundo testamento de Alfonso X el Sabio
8. Ibíd. 1. Segundo testamento de Alfonso X el Sabio
9.
Ibíd. 1
10. Ortiz de Zúñiga, Diego. Annales eclesiásticos y seculares de la
M.N.y M.L. ciudad de Sevilla, metrópoli de la Andaluzía
11.
Carrillo Benito, Emilio. El NO8DO de
Sevilla, significado y origen
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