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Sin duda, el puñal es un
símbolo, un concepto, pero no nos debe impedir «ver» el concepto principal de
la Virgen: su corazón, que no es, naturalmente, visible con los ojos del
cuerpo, pero que es el gran protagonista, porque, si la Virgen en su paso de
palio es para sus cofrades el centro del mundo, el corazón de María es el
centro del centro.
Hay que saber adivinar el alma
en el corazón de la Virgen, más allá de la «apariencia» de madera del candelero
y de los encajes que le adornan el busto. Hay que saber ver el corazón de María
transido por siete espadas. Aunque no lleve espadas. Aunque no lleve ni
siquiera puñal. Es necesario buscarlo, porque el corazón transido de María,
síntesis microcósmica del macrocosmos del paso de palio, que es a su vez
reflejo microcósmico del macrocosmos del Cielo, es su cueva de iniciación.
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En el corazón reside el espíritu absoluto, el principio residente precisamente en el centro del ser, «más pequeño que un grano de arroz, más pequeño que un grano de cebada, más pequeño que un grano de mostaza, más pequeño que un grano de mijo, más pequeño que el germen que está en un grano de mijo», pero al mismo tiempo «más grande que el cielo, más grande que todos estos mundos juntos».
Paso de María Santísima de los Dolores, de San Vicente |
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En el corazón reside el espíritu absoluto, el principio residente precisamente en el centro del ser, «más pequeño que un grano de arroz, más pequeño que un grano de cebada, más pequeño que un grano de mostaza, más pequeño que un grano de mijo, más pequeño que el germen que está en un grano de mijo», pero al mismo tiempo «más grande que el cielo, más grande que todos estos mundos juntos».
Si el vientre de María fue la concavidad donde tomó cuerpo
Jesús, fue el Inmaculado Corazón de la Madre el primer continente de la sangre
de Cristo cuando la propia sangre de María irrigó el diminuto cuerpo de su Hijo
nascituro. Y este corazón de la Madre Virgen es, sin duda, el recipiente más
insigne, el vaso merecedor del mayor honor —Vas honorabile—, el más
genuino Santo Grial, símbolo primordial del Cristianismo y de toda misión
sagrada de búsqueda de lo trascendental. El Santo Corazón de María lo es todo
porque en él están las cráteras sagradas de todas las religiones, desde el
caldero celta al caldero de Medea asociado a Jasón y al vaso cosmogónico de
Platón;
es el vaso de oro que contiene la inmortalidad, el vaso santo que
Melquisedec dio a Abraham, la copa del ómer diario (Éxodo 16:16), el
cáliz sagrado de la Sagrada Cena Sacramental, el cuenco que inspiró a Chrétien
de Troyes, el vaso glosado por Robert de Boron en el que José de Arimatea
habría recogido la sangre de Cristo, que es el mismo cáliz del ángel ante el
Cristo de las Aguas, y el mismo de santa María Magdalena ante el Cristo de las
Cinco —sangrantes— Llagas, según el libro de Reglas de 1819 de la hermandad de
la Trinidad;
es, de forma concluyente, el vaso único del arte, el trofeo
sagrado que requería una fórmula alquímica para su consecución…
Porque todas estas figuras,
significativas de fines ideales e inaprensibles, sacralizando la búsqueda de
nuestro propio ideal interior, no son sino figuras, precursoras o testigos, en
la filosofía, en la historia, en la leyenda o en la representación cofrade, del
Corazón de María. Y, naturalmente, también del propio Corazón de Jesús.
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Del libro de Antonio
Hernández Lázaro El paso de palio: la búsqueda, Editorial Almuzara,
2018, pp. 195-197.
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