Los conventos sevillanos son la mejor muestra de cómo Sevilla asumió el culto simultáneo a los dos santos Juanes, que es tanto como decir que asumió la contemplación del ciclo anual y eterno de las puertas de lo divino y lo humano. El libro Sevilla Oculta (1) es la muestra más rica de esto que afirmo, recogiendo nueve casos de este bifrontismo devocional, en otras tantas iglesias conventuales femeninas, edificadas entre los siglos XIII y XVII por las distintas órdenes.
Tal vez sería más exacto llamarlo, mejor que bifrontismo, "enfrentismo" (si se me admite la palabra), porque los santos solsticiales suelen estar en nuestras iglesias sevillanas a ambos lados de la nave: el Evangelista en el lado del Evangelio y el Bautista enfrente.
Las clarisas franciscanas tuvieron su convento pocos años después de la conquista por cesión de Sancho IV de unas viviendas que habían pertenecido en el repartimiento a un hijo del Santo Rey, Don Fadrique, el que fue desleal con su hermano mayor Alfonso X y ajusticiado en consecuencia, el de la famosa torre, dentro del palacio de Bibarragel, junto a la puerta del mismo nombre (o de Bib Arragel o Vib Arragel). En la torre parece que murió un caluroso verano la princesa Cristina de Noruega, primera esposa de otro de los hijos de Fernando III, el templario Felipe, que no llegó a ejercer como arzobispo de Sevilla, aunque había sido preparado para ello. En Santa Clara, dos retablos gemelos están dedicados a los santos Juanes, trazados por Martínez Montañés con aportación de Francisco de Ocampo.
Doña María Coronel, la que desfigurara su rostro estando en Santa Clara para no ser atractiva a Pedro I y luego enviudara de don Juan de la Cerda, encarcelado y muerto por el rey, fundó en 1374 otro convento de franciscanas clarisas, el de Santa Inés, cuando llegó al trono Enrique de Trastámara. La familia Enríquez de Ribera fue mecenas de la institución, llegando Catalina Enríquez a ser abadesa. En el retablo mayor de Santa Inés, ambos Juanes, obras de Juan de Remesal, flanquean a la santa titular.
En el Convento de San Leandro, levantado sobre las casas que el rey cruel ofreció a la abadesa agustina, el mismo convento de las yemas, están uno frente al otro los dos altares gemelos del Bautista, portentosas realizaciones de Juan Martínez Montañés, con su Cruz de Ocho Beatitudes en el ático, y del Evangelista, con el águila. En 1475 se fundó el convento de jerónimas de Santa Paula, muestra principal de la obra en Sevilla de Francisco Niculoso Pisano, y también aquí están enfrentados ambos Juanes en retablos de Alonso Cano el del Evangelista (1635) y de Felipe de Rivas el del Bautista (1637), con espléndidas esculturas de Montañés. En plena judería, sobre casas confiscadas a los judíos, tuvieron su convento las religiosas dominicas de Madre de Dios con ayuda de Isabel la Católica, que tan buena relación tuvo con la Orden de Predicadores, y de nuevo aquí, frente a frente, dos bellos retablos, de Jerónimo Hernández el del Evangelista y anónimo el del Bautista, intencionadamente similar. El Convento de Santa Ana, de monjas carmelitas, data de 1606; los retablos de los dos santos solsticiales están (¡cómo no!), uno en el lado derecho y otro en el izquierdo, y además, la bóveda del coro bajo está decorada con yeserías de principios del XVII, con dos cruces de Ocho Beatitudes y dos águilas.
En otros casos, los santos están en paralelo, lo que no deja de ser una forma de bifrontismo. Es el caso del Convento de las Madres Comendadoras del Espíritu Santo, donde están las Niñas de la Doctrina, y es el caso también del Convento de la Encarnación, de religiosas agustinas, frente a la Catedral. En ambos retablos mayores aparecen de nuevo nuestros Santos Juanes, acompañando a la Inmaculada o a la Asunción.
Y al ser la forma más sutil, resulta ser la más sevillana: de San Juan de la Palma sale cada Domingo de Ramos María Santísima de la Amargura, enmarcada por el Bautista, por la puerta que predica que no ha nacido de mujer nadie más grande que él, y asistida por el Evangelista, que, a su lado, le abre la puerta del camino que ambos deben seguir juntos.
Y todo ello después de un cuerpo de nazarenos que ostentan calladamente la Cruz de Malta en su antifaz, sobre su pecho, y tras un Silencio Blanco que es principio y fin de todas las beatitudes.
(1) Valdivieso González, Enrique y Morales Martínez, Alfredo J., con fotos de Arenas Sevilla Oculta
www.artesacro.org
www.sevillapedia.wikanda.es
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