En un primer momento, la Basílica de Letrán estaba dedicada
a San Juan Bautista, pero pronto la Iglesia decidió añadir la advocación de San
Juan Evangelista en la titularidad del templo lateranense. Cuando el papa tomó
esa decisión, hizo mucho más que unir dos devociones: dio el paso de implantar
en el calendario cristiano los dos hitos fundamentales del ciclo anual de las estaciones, síntesis y símbolo reducido del ciclo universal del
tiempo y de la historia.
Porque el culto ya existía: era el culto a Jano (Janus, Ianus), el culto a la regeneración anual de la tierra, a la renovación permanente, a la cosmogonía, al equilibrio... Jano era el dios de los solsticios y las puertas solsticiales, el dios de los comienzos y los finales, el dios de la iniciación a los misterios, la puerta iniciática...
Los antiguos tenían gran veneración al sol y, por tanto, a los solsticios, momentos en los que el sol llega a sus puntos más lejanos de oscilación, en junio y en diciembre, aparentando detenerse (Sol Stitium, sol quieto). El ciclo anual se entendía dividido en dos mitades, desde el solsticio de invierno, que es la "Janua Coeli", "Puerta de los dioses", donde el descenso al mundo interior se hace introspección hacia la sabiduría, debiendo superar el hito crítico del equinoccio de primavera, hasta el solsticio de verano, la "Janua Inferni", la "Puerta de los hombres", descendente hacia lo vivencial, en un tránsito que nos llevará otra vez, tras la cosecha, al solsticio de invierno.
Se invocaba a Jano públicamente al inicio del año, por lo que le fue consagrado el primer mes. Observemos que en todos los idiomas provenientes, en mayor o menor medida, del latín, el nombre del mes deriva de Jano. En castellano, de "janero" se pasó a "enero".
Por tanto, Jano, llamado Bifronte, tenía dos rostros mirando en direcciones opuestas: uno hacia el pasado que condiciona lo que somos, a los recuerdos; el otro hacia el futuro, a la mejora a la que debemos aspirar, a los proyectos. Un tercer rostro, invisible, observa el eterno presente, contempla la eternidad. En el Cristianismo, ese tercer rostro es, obviamente, Jesús, el Sol de Justicia.
Jano era patrón de los collegia fabrorum, las cofradías de constructores romanos. Y, por cierto, el culto de las logias medievales a los santos Juanes se conserva en la masonería actual, para la que tanta importancia tiene sobre el ciclo siempre repetido.
¿Cuál de los dos Juanes es San Juan de Letrán? Pues, sencillamente, los dos: El Bautista, el santo del solsticio de verano, y el Evangelista, el santo del solsticio de invierno. Uno es el precursor, el pasado; otro es el sucesor en la relación familiar y trascendental.
El espíritu del ciclo anual de las puertas está presente en Sevilla, tanto en su forma pagana, arcaica, romana, de Jano, como en la cristiana. Veamos antes la pagana, por coherencia cronológica.
La sevillana Casa de
Pilatos, perteneciente desde el siglo XVII a los duques de Medinaceli,
representa mucho en la historia y en la peculiaridad de Sevilla. Pedro
Enríquez, Adelantado Mayor de Andalucía, y Catalina de Ribera comenzaron su
edificación sobre solares confiscados por la Inquisición. Su hijo, Fadrique
Enríquez de Ribera, primer marqués de Tarifa, y su sobrino, Per Afán de Ribera,
ampliaron y decoraron la Casa, que tiene una importante influencia italiana,
consecuencia del viaje que hizo Fadrique por Italia, camino de Tierra Santa, en
1518, aunque este estilo importado no es óbice, precisamente, para que se
considere a la casa un prototipo de palacio andaluz. Precisamente, Fadrique, el
mismo que trajo a Sevilla la práctica devocional del Vía Crucis, desde su casa,
ya de Pilatos, hasta la Cruz del Campo, se trajo de Génova, nada menos que para
presidir desde el centro el patio principal del palacio, una fuente renacentista,
claramente pagana: la fuente de Jano Bifronte.
Hoy, en el frontal
del paso de la Virgen de los Desamparados, de San Esteban, se reproduce la
fachada sevillana, italianizante pero con la Cruz de Jerusalén, de la Casa de
Pilatos, tan cercana a la Hermandad en todos los sentidos. ¡Qué casualidad que
la corporación tenga como distintivo la Cruz de Ocho Beatitudes con la caña del
ignominio! Precisamente vienen a coincidir el origen hospitalario de la imagen
mariana de los Desamparados, bajo el cobijo de la Cruz de Jerusalén que preside
el Hospital de las Cinco Llagas –la misma cruz de la fachada la Casa de
Pilatos–, con el espíritu hospitalario de la Orden de San Juan que fundaran los
amalfitanos en Jerusalén. Y además es titular de la Hermandad otro santo Juan:
San Juan de Ribera.
Y Sevilla, que no solo fue la nueva Jerusalén, sino que fue
también la nueva Roma, entendió el bifrontismo sanjuanista a la perfección. Y
ya que se había asumido aquí la cruz blanca o plateada de las Ocho Beatitudes
como Cruz de San Juan de Letrán, el siguiente paso caía por su peso: la Cruz de
San Juan podía utilizarse como distintivo heráldico de la devoción a San Juan
Evangelista. Y así tenemos, con el Evangelista como titular, a Santa Genoveva, con el águila junto a la cruz,
o a la joven Hermandad de La Misión. Por su parte, los nazarenos del Cachorro
lucen el escudo corporativo con la Cruz de Malta en sus capas, y una gran
encomienda de San Juan en el pecho. ¿Será por la encomienda que Nuestro Padre
hizo a la Madre y al discípulo amado cuando ya se sentía morir?
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