En 1767 fue nombrado
intendente de Andalucía y asistente de la ciudad de Sevilla Pablo de Olavide y
Jáuregui.
Había nacido en Lima, importante metrópoli del Virreinato del Perú, en 1725. De formación jesuita, ya era
doctor en Teología con dieciocho años. Su juventud fue tumultuosa, llegando a
ser encarcelado y sus bienes confiscados (1). Pero se vino a España y enderezó
su vida, Hizo un matrimonio muy afortunado con Isabel de los Ríos, que le donó
sus bienes en vida, lo que además le permitió ingresar en la Orden de Santiago.
Viajó por Europa. En París fue amigo y huésped de Voltaire en su finca “Les
Délices” (2). Olavide y Voltaire se admiraron mutuamente. Voltaire, el
filósofo más importante y significativo de la Ilustración francesa, que es
tanto como decir de la Ilustración universal, fue quien resucitó la memoria de
los templarios en el capítulo 66 de su Historia Universal, llamado Du
suplice des templiers et de l’extincion de cette ordre. Cuando el Temple
fue liquidado, los papas y los reyes de Francia intentaron también liquidar su
memoria, y durante cuatro siglos lo consiguieron, hasta que Voltaire se atrevió
a tratar el tema.
¿Puede extrañarnos que Olavide
sintiera admiración y respeto por los caballeros del Temple, a despecho de los
pronunciamientos oficiales? Además, se rumoreaba que tanto él como el conde de Aranda eran masones.
Olavide, perseguido y todo, hacía
gala de una personalidad fascinante. En Madrid dirigió el Hospicio de San
Fernando y fue síndico personero (4), llegando a ser aclamado por los barrios.
Al estrenar sus cargos en Sevilla,
trajo a su residencia del Alcázar un verdadero cargamento de libros prohibidos,
lo que provocó más recelo de la Inquisición (5). En la Sevilla de los 3.500
religiosos, según el censo del conde de Aranda, Olavide se enfrentó a todo lo
que hiciera falta: a las injusticias, a las escaseces y a la relajación de los
conventos, y consiguientemente a los munícipes, a los gremios y a las
jerarquías eclesiásticas. Quiso regular los toros y las cofradías. Amó a
Sevilla –era nieto del capitán sevillano Agustín de Jáuregui– e hizo gala aquí
de una rectitud que no había tenido en su juventud peruana.
El afrancesado Olavide renovó la vieja Sevilla, organizándola en cinco cuarteles (quarteles, a imitación de los quartiers de París), con ocho barrios cada uno y manzanas dentro de estos. A él le debe la ciudad su primer plano, en 1771. Hizo colocar los característicos azulejos que son hoy un verdadero tesoro no suficientemente valorado; todos presididos por una pequeña cruz, que responde (¡qué casualidad!) al formato de la cruz templaria, la cruz que los freires franceses llamaron pattée porque parece tener pies en sus extremos, la cruz patada otorgada como emblema a la Orden por el papa cisterciense Eugenio III, el mismo que requirió a su maestro, Bernardo de Claraval, que predicara la Segunda Cruzada. Y en la Catedral de Sevilla, de acuerdo con su importancia, se colocó una lápida señalando cuartel, barrio y manzana, con su correspondiente cruz.
Entre las misiones de Olavide estaban la reforma
universitaria, con planes de estudios progresistas y fomento de la ciencia y el
enciclopedismo, y la liquidación de los bienes de los expulsados jesuitas (6).
Así que este fiel ejecutor de los deseos de Carlos III unificó y centralizó los
estudios universitarios, hasta entonces dispersos y en poder de los
eclesiásticos, y la universidad hispalense se fundó precisamente en el edificio
rehabilitado de la antigua Casa Profesa de los Jesuitas. Respetó el nombre de
la calle, que siguió siendo de la Compañía, seguramente en recuerdo grato de su
formación juvenil. Y el Cristo jesuita de la Buena Muerte pasó a ser el Cristo
de la Universidad.
En la antigua cripta jesuita montó el Panteón de Sevillanos
Ilustres, siguiendo –también– el modelo de París. Hoy, el Panteón acoge, en lugar principal, los
mausoleos de dos prohombres de la Orden de Santiago: Lorenzo Suárez de Figueroa, maestre y promotor del convento de Santiago de la Espada de la calle San Vicente, y el teólogo, humanista y bibliógrafo Benito Arias Montano, un sevillano nacido en la templaria Fregenal de la Sierra, que también había estado enterrado en el templo sevillano de los caballeros santiaguistas.
En homenaje a Voltaire, el asistente Olavide urbanizó en la finca Bellaflor, junto al río, el primer espacio
verde de la ciudad, los jardines de Las Delicias, y hasta hizo una plaza. Los jardines merecieron a su vez, ya en XIX, el homenaje del asistente Arjona, quien los enriqueció con estatuas procedentes de la residencia estival al modo romano que tenían los cardenales de Sevilla en Umbrete (7)..
Y se empeñó en adecentar, regularizar y recuperar
definitivamente la “malsana e inmoral barriada de la laguna”, “un sitio yermo,
convertido en muladar, con barrancos cenagosos”. Decretó la demolición de la
mancebía y la construcción de una magnífica zona residencial de nueva planta,
con el apoyo técnico de Manuel Prudencio de
Molviedro, aunque para ello tuvo que superar algunas dificultades como
las que surgieron por “unas casillas que están contra la muralla”, que eran de
un “santo clérigo” (8), el cual pedía “un disparate”. El viejo compás se
integró como barrio 2º en el cuartel A.
Se dio forma a la nueva calle sobre la
antigua laguna, que podría “lucir en cualquiera Corte”, con un trazado
rectilíneo que incluso sorprende en el plano de 1771, y a la que se le dio el
nombre de Olavide por iniciativa de los colaboradores del asistente (9). La calle se dotó de
“casas magníficas”, incluida la Capitanía General de la Provincia (10).
Y el asistente mandó poner en invierno faroles o linternas en los balcones, porque no quería en Sevilla un nuevo motín de Esquilache.
Pero Olavide se tuvo que ir precipitadamente a Madrid
en 1776 para responder ante el Santo Oficio (¡tercera persecución inquisitorial
que ronda la Pajería!), porque lo denunció el capuchino alemán fray Romualdo de Friburgo,
elemento incordiante en la tarea de Olavide de repoblador de Sierra Morena, celoso del poder de este como intendente de las Nuevas Poblaciones, lo que además hizo que el peruano tuviera que pasar largas temporadas en su palacio de La Carolina, en detrimento, sin duda, de su actividad en Sevilla. Lo acusaron de iluminado, cuando en realidad era un ilustrado, que no
es lo mismo. Fue condenado por hereje, infame y miembro podrido de la religión.
Como los templarios. En Sevilla, tras su caída se prohibieron muchas de las
actividades promovidas por el asistente, como el teatro.
Después de un cautiverio un tanto peculiar, huyó a Francia,
donde revivió los elogios de Voltaire y de otros filósofos, vivió la
Revolución, fue nombrado “Ciudadano de Honor” y luego fue perseguido como
extranjero sospechoso y encarcelado en el castillo de Cheverny, donde escribió El
Evangelio en triunfo buscando que “todos
estuvieran persuadidos por convencimiento íntimo de que la religión viene de
Dios” (11), y hasta trabajó en un proyecto de idioma universal, antes del
esperanto (¡como los templarios, que lo intentaron de forma esotérica en su
proyecto de sinarquía mundial!).
Gracias al éxito de su libro volvió a España con permiso de
Carlos IV y finalmente se retiró a Baeza, donde murió en 1803. Se le enterró en
la iglesia de San Pablo pero sus restos, los restos del que creó el Panteón de
Sevillanos Ilustres, no están localizados.
Hoy lleva su nombre la segunda universidad de la ciudad de
Sevilla.
(1) Defourneax, Marcelin. Pablo
de Olavide, el afrancesado
(2) Ibid. 1
(3) Campomanes fue admirador y
biógrafo del benedictino Feijoo, autor de Ensayo sobre la causa de los
templarios.
(4) Ibid. 1. El síndico personero era una especie de defensor del pueblo.
(5) Ibid. 1
(5) Ibid. 1
(6) Ibid. 1
(7) Romero Murube, Joaquín. Los jardines de Sevilla (Casas y calles de Sevilla).
(8) Carta de Molviedro. A.H.N. Inquisición 3606
(8) Carta de Molviedro. A.H.N. Inquisición 3606
(9) Matute y Gaviria, Justino. Anales
eclesiásticos y seculares de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Sevilla. Tomo
II.
(10) González de León, Félix. Noticia
histórica de los nombres de las calles de esta M.N.M.L.Y M.H. Ciudad de Sevilla
(11) Olavide y Jáuregui, Pablo de. El
Evangelio en triunfo
www.wikipedia.org
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