En 1956, la capilla del Mayor Dolor fue cedida a los Padres
Claretianos, quienes la cedieron en 1981 a la Hermandad de Jesús Despojado de sus
Vestiduras, que provenía de San Bartolomé.
Pero antes hay que hablar de Santa Ana. En 1972, Rafael
Manzano dirigió la restauración de la Real Parroquia que había sido levantada
por el Rey Sabio en la puebla dispuesta por él mismo al sur del castillo de
Triana. Con la idea de respetar el diseño original, mantuvo el ladrillo visto
en el interior, y descartó las cartelas del Vía Crucis que habían estado
colgadas sobre los muros enfoscados y encalados. Dicen que se inventó un nuevo
diseño para marcar las estaciones y que, queriendo hacer algo acorde con el
siglo XIII, creó un nuevo Vía Crucis, embutiendo en el ladrillo mudéjar del
templo fortificado pequeñas lápidas cuadradas, todas iguales, ¡con cruces templarias!
La práctica del Vía Crucis comenzó espontáneamente en
Jerusalén. En 1536, Fadrique Enríquez de Ribera, después de su viaje a Tierra
Santa, la instauró en Sevilla. Y dentro de las iglesias no comenzó hasta 1686, cuando
Inocencio XI la permitió a los franciscanos, extendiéndose con carácter general
en 1726 con Benedicto XIII. Sin embargo, puede que hubiera un culto precursor
propagado por los peregrinos a Tierra Santa y por los guardianes de los
caminos, los caballeros del Temple, como parece evidenciarse en la zamorana
ermita de Los Remedios (1). Y estas cruces de Zamora son muy similares a las de
Santa Ana. ¿Encontró algo Manzano en Santa Ana que le diera la idea del Vía
Crucis templario?
La cruz roja patada (pattée
en francés), que fue emblema visigótico, está seguramente inspirada en el crismón de cuatro brazos. Proveniente de la cruz celta y heredera de
la vieja rueda druídica, es alegoría solar de los inicios y los ciclos (2) y símbolo sagrado de la
cuadratura del círculo. Significa la unión del cielo y la tierra. El vacío entre los brazos semeja una flor de cuatro pétalos o trébol de cuatro hojas, símbolo de los druidas celtas y de los maestros iniciadores. Sus cuatro brazos iguales representan a los cuatro evangelistas, las cuatro estaciones y los cuatro elementos. Se piensa que fue esta la cruz, que está presente en la iconografía del Agnus Dei, la otorgada en 1147 al
Temple por el papa cisterciense Eugenio III, el mismo que requirió a su
maestro, Bernardo de Claraval, que predicara la Segunda Cruzada. La usaron en
sus signos los reyes de Castilla desde la Cruzada de Las Navas de Tolosa hasta
que empezaron las intrigas: Alfonso VIII, Enrique I, Fernando III y Alfonso X.
Valga como muestra el de Fernando III datado en 1217.
La canastilla del paso de Jesús Despojado evoca los templos
por los que ha pasado, con las efigies de los santos titulares. Allí está el Apóstol
Natanael (Regalo de Dios), llamado Bartolomé por ser hijo de Tolmay o Ptolomeo
(el que abre los surcos). San Bartolomé fue objeto de fuerte devoción por los
freires del Temple, quienes lo relacionaban con la inmortalidad porque
sobrevivió al desollamiento al que lo sometió Astiagés, rey de Armenia (3). Así
que con la llegada de este santo al Compás de la Laguna se produce también una
especie de histórica cuadratura del círculo.
En el Cañón del río Lobos, en Soria, en un lugar
sorprendentemente insólito a una distancia asombrosamente igual del cabo de
Creus y del de Finiesterre, está la ermita templaria de San Bartolomé de Ucero,
(4) que perteneció al cenobio de San Juan de Otero, y en la que se venera a la
Virgen de la Salud. En los hastiales de los dos brazos del crucero, hay sendas pentalfas
invertidas, enigmáticas y sobrecogredoras, figurándose en cada una diez
corazones. La pentalfa, de un solo trazo continuo, contiene el simbolismo de la regla áurea y la quintaesencia, y es considerada símbolo de la salud y de la felicidad (5). Su inversión nos habla de obra no culminada, de un permanente estar en el camino…
Y dentro del templo, en el suelo, una cruz patada inserta en
un círculo, con una flor de vida hexagonal en el centro, transmite a quienes la
pisan la energía de este lugar de poder. Por otra parte, no olvidemos que el hexágono es la
base del Sello de Salomón o Estrella de David.
Pues bien, hay en Sevilla, en la calle Duque Cornejo, una
casa que perteneció al Cabildo, como acredita su emblema, y que tiene esgrafiados con la cruz patada y la flor de la vida. Le corresponde el número 6, aunque afortunadamente se ha respetado la fachada.
Pero además ya hemos visto que, gracias a Olavide, tal vez
sea Sevilla la ciudad con más cruces patadas…
San Bartolomé es patrón de Jerez de los Caballeros, la base
templaria para contribuir a la conquista de Sevilla, y de Villalba del Alcor,
el lugar que conquistaron y bautizaron los templarios procedentes de un lugar
leonés llamado Villalba del Alcor (que se cambió el nombre en 1916 para evitar
confusiones y hoy se llama Villalba de los Alcores, en la provincia de
Valladolid), donde sigue en pie la iglesia de Nuestra Señora del Temple. El
Temple dedicó mucha atención a la Villalba del reino de Sevilla, como extensión
de la posesión de Rostiñana, para promover la implantación en La Rábida, porque
tenía la idea fija de montar un puerto en el Atlántico como el que tenía en
La Rochelle. La iglesia parroquial de San Bartolomé de Villalba del Alcor es una obra arquitectónica excepcional, que más bien parece, por sus bóvedas y sus azulejos, una mezquita fortificada (6).
Cuenta también Villalba con un templo
octogonal, la ermita de Santa Águeda. Y además muy cerca de San Bartolomé, una
cruz patada, con los extremos ligeramente cóncavos, luce en la fachada del convento carmelita del bienaventurado San Juan
Bautista, el precursor de Cristo, el santo del solsticio de verano, cuya cabeza
cortada, emblema de desprendimiento, supuso tanta inspiración y devoción a los
caballeros del Temple.
El octógono representa la perfección. Las iglesias octogonales,
siempre enigmáticas, son en su gran mayoría obra del Temple, porque
precisamente están inspiradas en el Santuario de la Roca de Jerusalén, el Kubbat-el-Sakhra, levantado en el centro
del espacio que había sido del Templo de Salomón. Junto a ella está el Kubbat-el-Aqsa, la Cúpula Felicísima que
Balduino II entregó en 1118 a
nueve caballeros, los Pobres Compañeros de Cristo, que pasaron a serlo también
del Templo de Salomón (7) y que luego serían llamados templarios.
Puede ser casualidad, pero existe una torre octogonal
inserta en los muros de la iglesia sevillana de San Gil, la primera que
encontraba el visitante que entraba en Sevilla por donde únicamente se podía
entrar desde tierra, desde el norte (al oeste, el Guadalquivir; al este y al
sur, el Tagarete), enfilando el Cardo
Maximus. Será casualidad, pero san Gil, ermitaño de
origen griego, abogado contra enfermedades como la epilepsia, el mal de
San Gil, era otra devoción templaria, presente en Luna o en Huete.
A finales del siglo XIII, quedó dibujado el mapa triangular
de las posesiones templarias en el antiguo reino de Sevilla, con Xerez (de los
Caballeros) como núcleo principal del bayliato de Badajoz, Sevilla como capital
y Lepe como núcleo costero. Lo sorprendente es que la distancia desde el castillo de Xerez a
nuestra casa de la Pajería, a la isla de Saltés y al centro de Lepe es, en los tres casos, de 124 kilómetros (8).
Hay que cerrar haciendo referencia a las devociones marianas
relacionadas con la Pajería, desde la Virgen Negra de Atocha hasta Santa María de Barrameda, que tuvo su ermita junto al hospicio que construyeron los templarios, para que fuera apeadero y embarcadero del priorato sevillano, para controlar el Guadalquivir desde la desembocadura hasta la Pajería, y todo ello con permiso de Alfonso X y como premio a su ayuda en la conquista de la otra Jerez, la que luego fue de la Frontera (9).
Hay que mencionar a aquellas otras dos Vírgenes llamadas de los Remedios (como la de Zamora): la patrona de Fregenal, la fresneda templaria en la sierra, y la de La Rábida, en la costa. Hay que contemplar a las fernandinas y alfonsinas y a las que aparecieron: las de la Bella y de Escardiel, pasando (¡cómo no!) por el Rocío, y la Piedad de Santa Marina. Hay que referirse con singular ternura a la teresiana Virgen del Carmen. Y a la del Dulce Nombre, de las niñas perdidas. Hay que recordar a la de las Fiebres y hay que dar las gracias por la de Roca-Amador. Y hay que ver el Domingo de Ramos a la Virgen de los Dolores y Misericordia, que es asistida por el otro san Juan, el Evangelista, el del solsticio de invierno, y que, curiosamente, luce en la delantera de su paso una miniatura de la de Escardiel. El marianismo de Sevilla y de su reino es proverbial. Por supuesto, debemos agradecérselo a san Fernando, que sin duda vino inspirado por san Bernardo.
Hay que mencionar a aquellas otras dos Vírgenes llamadas de los Remedios (como la de Zamora): la patrona de Fregenal, la fresneda templaria en la sierra, y la de La Rábida, en la costa. Hay que contemplar a las fernandinas y alfonsinas y a las que aparecieron: las de la Bella y de Escardiel, pasando (¡cómo no!) por el Rocío, y la Piedad de Santa Marina. Hay que referirse con singular ternura a la teresiana Virgen del Carmen. Y a la del Dulce Nombre, de las niñas perdidas. Hay que recordar a la de las Fiebres y hay que dar las gracias por la de Roca-Amador. Y hay que ver el Domingo de Ramos a la Virgen de los Dolores y Misericordia, que es asistida por el otro san Juan, el Evangelista, el del solsticio de invierno, y que, curiosamente, luce en la delantera de su paso una miniatura de la de Escardiel. El marianismo de Sevilla y de su reino es proverbial. Por supuesto, debemos agradecérselo a san Fernando, que sin duda vino inspirado por san Bernardo.
Fue precisamente Bernardo de Claraval quien puntualizó, con
gran carga gnóstica y sufí (10), que “Dios es longitud, anchura, altura y
profundidad” (11). Hemos visto –muy por encima– la geometría. La tercera
dimensión la buscaremos en los cielos, en la próxima entrega de la serie, a
modo de epílogo.
(1) Sergio Pérez, historiador
vinculado al proyecto “Zamora Románica”, atribuye las cruces templarias de la
ermita de Los Remedios a una “especie de culto previo a los viacrucis”, que
habría sido propagado por los peregrinos y los templarios.
(2) El uso del participio pasivo en ambos géneros es normal
en heráldica (p.e. timbrado, cuartelado, acostada, superada, etc.). En cuanto a
la simbología de los inicios y los ciclos, cabe decir que es una constante en
la mitología universal. Roma la personificó en el culto a Jano y la iglesia
católica la ha personificado en los santos Juanes. Se recomienda al respecto la
lectura de la serie “Sevilla y la Cruz de las Ocho Beatitudes” en este
mismo blog.
(3) Ávila Granados, Jesús. La mitología templaria
(4) García Atienza, Juan. Guía de la España templaria
(5) Almazán Gracia, Ángel. El mandala templario del río Lobos
(6) Ibid. 4
(7) Alarcón Herrera, Rafael. A la sombra de los templarios
(8) Carrillo, Emilio. La
Orden del Temple, un nuevo descubrimiento
(9) Velázquez-Gaztelu, Juan Pedro. Fundaciones de todas las iglesias, conventos y ermitas de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Sanlúcar de Barrameda. Año de 1758
(10) Blaschke, Jorge. Los grandes enigmas del cristianismo
(10) Blaschke, Jorge. Los grandes enigmas del cristianismo
(11) San Bernardo. De
consideratione ad Eugenium Papam
No hay comentarios:
Publicar un comentario