En 1924, Armando de Soto Morillas compró la casa del número 60 de la
calle Zaragoza. Por razones y motivaciones últimas que no conocemos, quería
recuperar lo más fielmente posible su aspecto anterior a la reforma del siglo
XIX, la fisonomía de cuando fue priorato del Temple o, al menos, de cuando fue
convento carmelita. Y encargó la reforma a Vicente Traver (1), quien devolvió a
la vieja casa de la Pajería su aire medieval, señorial y severo, y reconstruyó,
tras el zaguán, el patio que pareciera de alcorza a santa Teresa.
La casa tiene el detalle peculiar de contar hasta la primera
planta, en su fachada principal, con trece huecos, entre puertas y ventanas,
entre los que no hay dos iguales, y con otros nueve huecos, también diferentes,
en su trasera. Soto colocó en la fachada principal el escudo heráldico de su
apellido. Hay que decir que la morada cuenta con una extraordinaria colección
de puertas y herrajes antiguos.
Hacía dos años que en el término de Trigueros, en la finca
“La Lobita”, propiedad de Armando de Soto, se había descubierto por unos
trabajadores un dolmen del neolítico, del tercer milenio a.C. El dolmen de Soto,
como es conocido desde entonces, es uno de los más importantes de Europa y pertenece
en la actualidad a la Junta de Andalucía. Está orientado al Este, de manera que
el atrio permite registrar los equinoccios y solsticios y observar el cielo. Los
primeros rayos del sol en el equinoccio de primavera llegan hasta la cabecera,
a lo largo de veintiún metros y medio.
Este espléndido monumento megalítico testimonia el culto a
los antepasados, pero también a la madre tierra, a la femineidad, a la
fertilidad, a la fecundidad, a la regeneración y a la purificación espiritual.
Hay una enigmática piedra, que es representación de un cuerpo de mujer con la parte de la
cabeza hincada en el suelo. Y hay un deambulatorio alrededor del túmulo
circular de 75 metros
de diámetro, testimonio del crómlech originario, que sin duda responde al mismo
principio que inspiró a los templarios de Eunate.
En Trigueros, los caballeros del Temple, en buena armonía
con los antonianos, construyeron una magnífica iglesia gótica aprovechando y
respetando los muros de la fortaleza almohade, y la dedicaron a san Antonio
Abad, el asceta y eremita egipcio del siglo III que se apoyaba en un bastón en
forma de tau (2) y llegó a los 105 años. El santo, con la tau en el pecho, es
el patrón de Trigueros, el protector de los ermitaños y los enterradores y también,
como san Antón, el protector de los animales.
Hay que hablar de la tau, la última letra del alfabeto
hebreo y la decimonovena del griego, pero también un símbolo de vida eterna,
heredero de la cruz ansata egipcia, en la que también está el disco solar. Incluso
había sido símbolo de Mitra, el dios solar de los persas. Según la profecía de
Ezequiel es el signo de los que “lloran
y gimen por todas las abominaciones que se cometen” (3), y según el Apocalipsis
de san Juan es el de los elegidos para la salvación en el Juicio Final (4). La
tau es signo de regeneración. En Egipto, el sonido “t” al final de la palabra
conformaba el femenino.
Los Hermanos Hospitalarios de San Antonio, llamados
antonianos, atendían a los leprosos y a todo tipo de desheredados por la salud,
y sobre todo a los enfermos del fuego de san Antón, el mal provocado por
consumir pan de centeno afectado por el cornezuelo. En la Edad Media, este mal
era tan frecuente entre los que no podían permitirse el pan de trigo, que se
crearon hospitales, en los que los antonianos, con la tau en el pecho, cuidaban
y enterraban a estos desgraciados. La devoción a san Antonio Abad tuvo, como es
lógico, mucha importancia en la Edad Media e incluso después. En Castrogeriz,
el Camino de Santiago atraviesa las ruinas del Hospital de San Antón. En
Sevilla, la iniciativa real fundó en la calle de Armas el hospital Casa de San Antón, junto a la actual iglesia de San
Antonio Abad, donde reside la Hermanad del Silencio, que luce la tau, la cruz
primigenia, junto a la Cruz de Jerusalén.
La tau, que es hoy emblema del castillo templario de
Ponferrada, fue la cruz esotérica de estos freires, que la usaron discretamente
como signo de conocimiento de tradiciones arcanas, de cuando el hombre empezó a
observar el cielo y a estudiar el ciclo anual a partir de la constelación de
Tauro.
Así que en Trigueros estamos ante los orígenes, ante la
Madre Tierra, en un lugar de poder telúrico y de culto ancestral, como tantos
otros asentamientos de los caballeros del Temple.
La templaria Trigueros era un hito en la ruta desde Xerez de
Badajoz y Fregenal de la Sierra hasta La Rábida… y el mar. Los templarios
estaban determinados a alcanzar el mar, y concretamente el Océano Atlántico.
¿Por qué? ¿Para moverse por el Mediterráneo? Ya estaban posicionados en Aragón.
¿Para ir al norte? Tampoco tiene sentido. Dejémoslo ahí.
En la orilla izquierda del río Tinto, justo donde este
desemboca en el Odiel, y frente a la isla de Saltés, en la peña de Saturno,
hubo un altar fenicio para Baal y luego otro romano para Proserpina. Existió más
tarde un ribat, especie de convento fortificado musulmán, y tras la conquista
cristiana el lugar fue entregado al Temple, junto con Saltés. Y en ese lugar,
denominado La Rábida, está ahora el convento franciscano que alberga la imagen
de alabastro de la Virgen de los Milagros, Santa María de La Rábida, venerada
desde el siglo XIII por los templarios. Según testigos de la leyenda (5), la
virgen encontrada allí era morena y fue aclarada después. Por cierto que
también los franciscanos llevan la tau desde que san Francisco de Asís hizo de ella
su señal.
A finales del siglo XV, desde La Rábida había preparado su cruzada
Cristóbal Colón, el mismo que había contraído matrimonio con la hija del
maestre de la portuguesa Orden de Cristo, heredera del Temple, y que había
recogido el conocimiento de los mapas atlánticos de la templaria escuela de Sagres (6); Christophorus Columbus, el palomo portador, como su propio nombre indica, de
Cristo y de la paz. Del cercano puerto de Palos partieron las carabelas con la
cruz templaria en sus velas…
(1) Vázquez Consuegra, Guillermo. Sevilla cien edificios
(2) Vorágine, Santiago de la. La leyenda dorada
(3) Ezequiel, 9:4
(4) Apocalipsis, 7
(5) Gómez Marín, José Antonio. Vírgenes onubenses
(6) Marino, Ruggero. Cristóbal Colón, el último de los templarios
(6) Marino, Ruggero. Cristóbal Colón, el último de los templarios
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