En el tránsito de la Edad Media a la Moderna, desde la
Puerta de San Juan se veía, a la derecha, la magnífica iglesia gótica de la
Orden de Santiago.
Hoy, desde la calle Puerta de San Juan de Acre se ve, tras
el muro del Colegio de Nuestra Señora de la Merced que hace esquina con las
calles San Vicente y Guadalquivir, la parte alta de dicha iglesia, que ha
sobrevivido a tanta historia adversa, incluidos varios incendios.
En el año 1500 residía en esta iglesia, advocada de Santiago
de la Espada, la Hermandad del Gran Poder, cuando se agregó por primera vez a
la romana Basílica de San Juan de Letrán (1), que otorgaba indulgencias
renovables cada quince años, previo pago.
La
Archibasílica de San Juan de Letrán (San Giovanni in Laterano),
la más antigua de las cuatro basílicas mayores romanas, está dedicada a los
santos Juan Bautista y Juan Evangelista y es la catedral de Roma. Existía desde
el siglo III en terrenos de la familia de los Lateranos hasta que los incautó
Nerón. Luego Constantino los devolvió al papa Melquíades en agradecimiento por
la victoria del Puente Milvio.
El baptisterio de San Juan de Letrán –y no
olvidemos la referencia al Bautista– fue construido en el siglo V sobre el
edificio levantado por Constantino.
Visitando San Juan de Letrán se obtenían ya
“grandes remisiones e indulgencias por los pecados” y cuando una corporación se
agregaba transmitía las indulgencias a sus miembros.
En España reinaban los Reyes Católicos, que se habían
apoyado en las ciudades y en la pequeña nobleza para hacer frente a las
pretensiones de los grandes aristócratas y –lo que es más importante para el
tema que nos ocupa– de la Iglesia. Isabel y Fernando se habían empeñado en una
Inquisición “moderna” controlada por ellos. Los recelos de Sixto IV de que la
persecución religiosa volviera a ser instrumento para objetivos políticos o
económicos, como había ocurrido con los templarios, fueron superados por un
informe del arzobispo sevillano Pedro González de Mendoza y del dominico Tomás de Torquemada, sobre las prácticas judaizantes de los “marranos”, y por el amago de Fernando de Aragón de retirar el apoyo defensivo en Sicilia y Nápoles contra la permanente amenaza turca. Y así había quedado refrendada la Inquisición castellana, con una sede en Sevilla.
América estaba recién descubierta y España capitalizaba el
descubrimiento, con el respaldo del papa Alejandro VI, el valenciano Rodrigo de
Borja (2). Sevilla, núcleo del comercio americano, estaba en su mejor momento,
en rápido crecimiento en todos los órdenes y, por tanto, en el centro de un
contexto de indulgencias –instrumento romano apoyado en la nobleza sevillana– y
de inquisición –instrumento de los reyes con colaboración del clero–; de hecho se convirtió en un foco de primer
orden en la lamentable historia inquisitorial española.
Recordemos el hospital de la calle Rascaviejas, que al
parecer pertenecía a la Hermandad de la Iniesta gloriosa, donde se fundó en
1560 la Hermandad de Cristo Crucificado, Nuestra Señora de la Iniesta y San
Juan de Letrán (3). Los cofrades llevaban, siendo los primeros en hacerlo, un
capirote cónico, como los reos de la Inquisición, y un escapulario negro con la
insignia corporativa. ¿Era esta insignia la misma Cruz de las Ocho Beatitudes
que los cofrades habían conocido en el vecino Convento de Santa Isabel?
Respecto al capirote, hay que señalar que aportaba un significado profundo. En
los autos de fe de la Inquisición, el capirote identificaba al reo y lo ridiculizaba,
además de facilitar, sin duda, la acción de las llamas. Con el capirote, el
nazareno hace examen de conciencia y se confiesa reo culpable de la Pasión y
Muerte de Cristo.
Así que tenemos al
menos dos hermandades vinculadas a San Juan de Letrán, pero puede que hubiera
más. En esa época llegó a haber en nuestra ciudad, según José Sánchez Herrero
(4) unas cien cofradías, aunque no fueran reconocidas por ninguna autoridad y
muchas no tuvieran más de diez hermanos.
Desde Roma se abusó de la venta de indulgencias, lo que dio
lugar a la Reforma Protestante y a la Contrarreforma subsiguiente. A partir del
Concilio de Trento, clausurado en 1563, las muchas agregaciones sevillanas a San
Juan de Letrán fueron de otra forma, y no estuvieron exentas de espíritu
cruzado. Las veremos en próximas entregas.
(1) Duque del Castillo,
Rafael. Apuntes para la historia de la Hermandad del Gran Poder
(2) En valenciano, léase “Borya”. Los italianos, para leer
“Borya”, escriben “Borgia”.
(3) Aunque en 1949 la Academia de Estudios Sevillanos colocó
un azulejo en la fachada de la calle Hiniesta, declarando que en 1461 se fundó
allí el Hospital y Hermandad de Nuestra Señora de la Hiniesta, hay que entender
que se trataría de 1561 y que además no es la misma Hermandad de la Hiniesta
(con hache) que todos conocemos.
(4) Sánchez Herrero, José. Las cofradías sevillanas. Los
comienzos (VV.AA. Las cofradías de Sevilla, historia, antropología,
arte)
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