Tras el Concilio de Trento y la Contrarreforma, fueron
muchas las tensionas en Sevilla entre los católicos y los no pocos seguidores
de Martín Lutero. El clero se esforzaba en contrarrestar las inquietudes
intelectualistas protestantes con constantes soflamas emocionadas y
enardecidas, rotundas, en posesión de la verdad.
La leyenda cuenta que, en 1537, un fraile franciscano, desde
el púlpito de San Juan Bautista, anunció a los protestantes que su conducta
perversa sería conocida por los guardianes del catolicismo más tarde o más
temprano. Uno de los asistentes, al salir, aprovechando que no veía a nadie en
la plaza triangular que todos conocemos, se dirigió a una palmera y le dijo que
la Madre de Jesús no quedó virgen tras el parto. Y se quedó tan a gusto. Al día
siguiente fue denunciado por un anciano ante la Inquisición en el Castillo de
San Jorge y lo apresaron, pero desmintió el hecho. Fueron a buscar al anciano
testigo, pero en la dirección facilitada vivía un joven, que declaró que el
viejo era su abuelo, muerto hacía ochenta años y enterrado bajo la palma del
cementerio de la plaza de San Juan. Cuando los inquisidores le contaron esto al
protestante, este confesó.
La parroquia de San Juan Bautista pasó a llamarse desde
entonces en la tradición popular sevillana, tan esotérica y tan para iniciados,
San Juan de la Palma.
La palma tiene una triple significación, que podemos
recorrer sintéticamente de lo más antiguo a lo más moderno o, como suele
coincidir casi siempre, de oriente a occidente. Así, vemos que era señal de
enterramiento, probablemente ya en los pueblos caldeos, pero también fue en
muchos pueblos, y sigue siéndolo, un símbolo de fecundidad. En tercer lugar,
constatamos que ya era símbolo de victoria en Roma, siendo adoptada por el
primer cristianismo romano como símbolo de la victoria espiritual sobre el mal,
victoria que tiene su paradigma en el martirio. Todo resulta coherente.
Era lógico y natural
que floreciera en Sevilla la advocación mariana de la Palma. El cardenal
Rodrigo de Castro Osorio aprobó en 1593 las Reglas de la Hermandad del Santo
Sudario (1) de Nuestro Señor Jesucristo y Madre de Dios de la Palma, con
residencia canónica en la parroquia de San Juan, el Bautista, el de la Palma.
Pero a finales del siglo XVI había empezado ya la decadencia
económica. El mismo cardenal decretó la reducción de hospitales, que afectó,
entre otras muchas, a la corporación de la Iniesta y San Juan de Letrán que se
había fundado en 1560 en la calle Rascaviejas, y que tuvo que trasladarse en
1587 a San Julián.
Tras Rodrigo de Castro
vino Fernando Niño de Guevara, inquisidor como el anterior. Para él las
cofradías de penitencia se producían de forma irreverente, sin la necesaria
espiritualidad. Su reforma, impopular entonces, sentó muchas bases formales y
espirituales de nuestra actual Semana Santa.
Vino después Pedro de
Castro y Quiñones, que decretó en 1623 una reducción de cofradías, por la cual
se unieron a la de San Juan de Letrán, en San Julián, al menos tres corporaciones: una era la del Santo Cristo de la Demostración y Madre de Dios
de la Presentación, de mulatos; otra era la del Santo Sudario y Madre de Dios
de la Palma; otra era la de Montserrat, cuyos nazarenos llevan en el antifaz un escudo que incluye la Cruz de San Juan.
La Hermandad de San Juan de Letrán cayó en la indigencia como consecuencia de la peste de 1649 y en 1671, tras redactarse unas
nuevas –y conflictivas– reglas, dejó de ser cofradía de penitencia.
De entre los cofrades de la Iniesta surgió en San Julián una nueva
corporación con tal sentido penitencial que no quiso ser de gloria. En
1699 hicieron su primera estación de penitencia. Cuenta Carrero que, como no
tenían imagen de Virgen propia, procesionaron con una Dolorosa que le cedió la
Hermandad de la Iniesta (2), lo cual no deja de ser insólito. ¿Fue así
efectivamente? Muchos piensan que este
grupo de cofrades, buscando la advocación de su Virgen, encontraron su
identidad en el profundo amargor del sabor de la iniesta, y titularon a su
Virgen como la de la Amargura, que no era otra que la antigua Iniesta Dolorosa.
Por otra parte, la
Hermandad del Santo Sudario y Madre de Dios de la Palma emigró después a San
Andrés y de allí a San Antonio. Está claro que en San Antonio se hizo
franciscana. Luego vino la historia conocida que dio origen a la Hermandad del
Cristo de Burgos y Madre de Dios de la Palma. Y así tenemos en el Miércoles
Santo a dos Vírgenes advocadas de la Palma.
Trasladada a San Juan
de la Palma, la Hermandad de la Amargura ocupó la capilla funeraria cedida por
los Esquivel, en armonía con la corporación de la Santa Cruz de Caño Quebrado,
allí residente y origen de la actual Hermandad de la Soledad de San
Buenaventura. La Hermandad de la Amargura celebró su primer cabildo en San Juan
en 1725 y se impregnó del espíritu
contrarreformista de las predicaciones jesuitas del cercano noviciado
salomónico de San Luis de los Franceses.
La Historia siguió su curso. Los jesuitas fueron expulsados en 1767, acusados de meterse en política.
En 1788 se culminó la
renovación barroca del templo de San Juan de la Palma, como atestigua su
espadaña, presidida por la Cruz de las Ocho Beatitudes.
Y en la plaza sigue habiendo una palmera, porque una plaza de San Juan sin palmera es como un jardín sin flores.
Y en la plaza sigue habiendo una palmera, porque una plaza de San Juan sin palmera es como un jardín sin flores.
(1) Este Santo Sudario es la Sábana Santa, que ya se encontraba en Turín.
(2) Carrero Rodríguez, Juan. Anales de las Cofradías
Sevillanas
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