Se celebraron espectaculares
procesiones en Sevilla. Incluso la cofradía de la Concepción del
reticente convento dominico de Regina celebró en 1616 una brillante procesión,
en la que participaron “los hijos que llaman del padre Bernardo del Toro” que
“salieron en forma de congregación”.1
Inmaculada con el retrato de Mateo Vázquez de Leca de Francisco Pacheco. Colección del marqués de la Reunión González Polvillo, Antonio, op.cit. |
El arzobispo de Sevilla, Pedro de
Castro, mandó al arcediano, Mateo Vázquez de Leca, y al cabeza de la Congregación de la Granada , Bernardo de Toro,
en comisión a Madrid, de donde fueron a Roma, ya como embajadores de Felipe
III. En 1617, Pablo V, que seguía sin querer enfrentarse a los dominicos,
otorgó un Breve favorable con la
decisión salomónica de permitir las prédicas tanto a maculistas como a
inmaculistas, prohibiendo que cada parte censurara a la contraria.2 Vázquez
de Leca volvió para dar la noticia. Se desató la fiesta general en Sevilla,
pese a la consigna papal de evitar celebraciones. La gente gritaba por las
calles: “¡Sin pecado original!”. Hasta se escenificó un negro pecado original
en la calle Colcheros (hoy Tetuán).3
En 1617, el jesuita Juan de Pineda
juró defender la tesis inmaculista y todos los presentes en su misa juraron con
él. Eran años prósperos para la
Compañía de Jesús. Entre 1619 y 1620 se abrieron dos colegios
jesuitas en ambos extremos de la calle de la Garbancera , junto a la Alameda : el colegio de los
Irlandeses o Chiquitos al principio (donde está hoy el cine Alameda) y el
dedicado expresamente a la
Inmaculada Concepción , también llamado de las Becas (o de las
“becas coloradas”), en la calle hoy llamada Becas.4
Por las mismas fechas se fundó en
Santa Ana la hermandad de la Purísima Virgen
María, que tras varias fusiones está hoy integrada en la de la Esperanza de Triana, con
la Pura y Limpia Concepción de María Santísima como titular. La devoción ha
inspirado el nombre de la calle Pureza, la antigua calle Larga de Triana.
Estatua de Martínez Montañés en la plaza del Salvador |
Inmaculada con el retrato de Bernardo de Toro de Francisco Pacheco. Colección de don Miguel Granados González Polvillo, Antonio, op.cit. |
Tal vez Pacheco fuera también congregante. Además de policromar muchas obras de
Montañés, empezando por el Cristo de los Cálices, retrató, por separado,
con la Inmaculada ,
a Cid, a Toro y a Vázquez de Leca.5 Era costumbre, porque Roelas había
pintado a la Inmaculada
con Hernando de Mata. Pero la iconografía apocalíptica no estaba aún madura.
La Congregación alcanzó repercusión
universal. La misma Inquisición que había reprimido la reforma luterana no pudo
con la reforma inmaculista. De las dos opciones que nacieron en Lebrija, una
perdió y la otra ganó. Pero, en 1632, tras morir el arzobispo Castro, se
destapó este foco sevillano de reformistas que era la Congregación de la Granada. Lógicamente ,
la dominica Inquisición los persiguió duramente, por alumbrados y, de camino,
por inmaculistas, porque el Santo Oficio no podía consentir que nadie
interpretara las Sagradas Escrituras. Bernardo de Toro falleció en Roma en 1643
y parece que ahí acabó la historia de la Congregación de la Granada tras un siglo de
existencia.6
Decayó la euforia inmaculista
institucional, pero el fervor popular siguió muy vivo. El tema de la Inmaculada Concepción
no estaba resuelto en la
Iglesia. En 1644, una decretal de los dominicos del Santo
Oficio de Roma autorizó que se llamara “inmaculada” a la Virgen, pero no a su
concepción. No se publicó la decretal, pero los dominicos censuraron libros
sobre el tema. Cuando la noticia de la decretal romana llegó a Sevilla, el
cabildo colgó un cuadro de la
Inmaculada de Murillo con la inscripción “Concebida sin
pecado” y la ciudad pidió la intervención del rey ante el papa.
En 1649 ocurrió en Sevilla un
episodio determinante para su historia: después de una primavera tremendamente
lluviosa, que provocó inundaciones de barrios enteros, la ciudad se vio
afectada por la terrible epidemia de la peste bubónica africana. La plaga
afectó sobre todo a las parroquias pobres, como la Macarena o Triana. La
gente se agolpaba ante el Hospital de las Cinco Llagas. En cuatro meses murieron
unas 60.000 personas, casi la mitad de la población,7 y se improvisaron
cementerios, llamados “carneros”, en las afueras de las murallas, rodeando la
ciudad. En Madrid se prohibió que entraran personas o bienes procedentes de
Sevilla. Y en medio de la gran desgracia, murió de peste Montañés con 81 años,
siendo enterrado en la desaparecida iglesia de la Magdalena.
Tras la epidemia, aunque la caridad
fue paliativo de la miseria y de la injusticia, la ciudad tardó en recuperarse
de la apocalíptica experiencia. Floreció la devoción a la Buena Muerte y al
Buen Fin. Y, en salomónico contraste, vendrían también los seises, cuando en
1654 se decidió que cantaran sus cánticos y bailaran sus bailes también para la Inmaculada.
En 1656, el alcalde y otros
miembros de la junta de la hermandad de los Negros, para sufragar gastos de una
fiesta de desagravio a la Inmaculada, se vendieron como esclavos al pie de la
cruz de madera en la calle de los Catalanes, hoy Albareda, junto a la plaza de
San Francisco, en el lugar desde entonces llamado “Cruz del Negro”. Los
nazarenos del Cristo de la
Fundación –de canastilla con salomónicas columnas de caoba– y
de la Virgen
de los Ángeles llevan hoy con legítimo orgullo el escapulario azul sobre su
túnica blanca.
Estatua de Murillo en el monumento a la Inmaculada Concepción, en la plaza del Triunfo |
El último libro de la Biblia narra cómo aparece
en el cielo una mujer “revestida de sol, con la luna bajo sus pies y con corona
de doce estrellas sobre la cabeza”.8 Ya, en la visión de Juan, el Cordero
había abierto el libro de los siete sellos, empezando por los cuatro primeros
mientras aparecían los cuatro jinetes: la victoria, la guerra, el hambre y la
muerte. Ya habían sonado las trompetas… Y entonces apareció la mujer, encinta,
con dolores de parto y angustias por dar a luz. Satanás, dragón de color de
fuego, de siete cabezas y diez cuernos, quiso devorar al fruto del vientre de
la mujer, pero Miguel, el ángel, lo evitó. El dragón vencido persiguió a la
mujer con la intención de acosar a su descendencia. Luego vino la gran bestia
de siete cabezas y diez cuernos, cuyo número, 666, sería la marca necesaria
para que cualquiera, rico o pobre, pudiera “comprar o vender”, y otra bestia,
con apariencia de cordero, ejecutaba sus mandatos. Vino entonces el Cordero
sobre el monte Sion, con los ciento cuarenta y cuatro mil rescatados. Vinieron
los ángeles y el Hijo del hombre, y vino Babilonia, la gran prostituta (me
resisto a escribirlo como lo pienso y como ha quedado en la sabiduría popular),
montada en un dragón escarlata, también con siete cabezas y diez cuernos. Y,
tras la caída de Babilonia y la exterminación de las bestias, Satanás sería
encerrado por un milenio, pasado el cual será liberado y vencido
definitivamente. Será entonces la hora del juicio final y de la Jerusalén celeste, con
el trono de Dios y del Cordero.9
Importante papel el de la mujer
apocalíptica, la gran madre, la reina del cielo.
Como reina del cielo adoraban los
fenicios a Astarté,10 e incluso le rindió culto Salomón, el más sabio entre los
hombres, con la consiguiente ira de Dios.11 Cuenta la leyenda que Astarté,
perseguida por el fenicio Melkart (Hércules para los amigos), se refugió en la
orilla derecha del río ¡y fundó Triana! Hércules remontó el río por amor, se
estableció en la orilla izquierda y fundó Spal, según lo cual se equivocó de
orilla en cuanto a sus pretensiones amorosas. Astarté, adorada en Tartessos y,
asociada a Venus, fue llamada “Estrella de la mañana”.12 Graciosísimo.
Inmaculada Concepción de Bartolome Esteban Murillo. Museo del Prado. Madrid |
Por Sevilla habían pasado los
cuatro jinetes del Apocalipsis: el de la victoria y el de la guerra, en el
Imperio; el del hambre, con el declive; el de la muerte, con la pestilencia.
Y Murillo, intérprete de la
sensibilidad de esta tierra, que retrató con ternura la penuria sevillana,
pintó cerca de veinte Inmaculadas, las Inmaculadas de Murillo, que
conformarían, ya para siempre, la apocalíptica iconografía inmaculista
universal.
En 1661, la insistencia sevillana en
defensa del misterio dio sus frutos con el papa Alejandro VII, que proclamó la
antigüedad de la pía creencia y admitió la fiesta, en su bula Sollicitudo omnium ecclesiarum. Para
celebrarlo, se remodeló la iglesia de Santa María la Blanca a expensas de
Justino de Neve, con cuadros de Murillo y con columnas salomónicas…
1. Hazañas y la Rúa , Joaquín.Vázquez de Leca, 1573-1649 citado por
Sanz, María Jesús en Fiestas sevillanas
de la Inmaculada Concepción
en el siglo XVII
2. Huerga
Teruelo, Álvaro. Historia de los
Alumbrados (1570-1630). IV: Los Alumbrados de Sevilla (1605-1630)
3. Ros, Carlos. La
Inmaculada
4. Madrazo, Pedro de. Sevilla y Cádiz
5. González Polvillo, Antonio. La
Congregación de la Granada , el Inmaculismo
sevillano y los retratos realizados por Francisco Pacheco de tres de sus
principales protagonistas: Miguel Cid, Bernardo de Toro y Mateo Vázquez de Leca
6. Ibid. 5
7. Domínguez Ortiz, Antonio. Historia de Sevilla. La Sevilla del siglo XVII
8. Apocalipsis 12
9. Apocalipsis 6-22
10. Jeremías 7, 17-19
11. 1 Reyes 11.5
12. Lauriño, Manuel. Visión mitológica de Triana
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