lunes, 27 de mayo de 2013

PRÓXIMA CONFERENCIA SOBRE SAN FERNANDO

El próximo 29 de mayo, víspera de la fiesta de San Fernando y del Corpus Christi, que este año coinciden en el jueves 30 de mayo, Antonio Hernández Lázaro disertará sobre San Fernando en el Excmo. Ateneo de Sevilla, dentro del Curso de Temas Sevillanos, a partir de las 18:30.

lunes, 20 de mayo de 2013

KIRIOTISSA SEVILLANA: POR ELLA REINAN LOS REYES Y POR ELLA NOS VAMOS AL ROCÍO (PASANDO POR TRIANA)


En el siglo XII, la Iglesia decidió, siguiendo las recomendaciones de San Bernardo, que lo mejor era promover abiertamente el culto a la Madre de Jesús, a la que muchos pueblos tendían a identificar con la Madre Tierra. Existían temores de que se considerara a María como una diosa, pero se pensó que, antes que intentar impedir las prácticas devocionales marianas, era preferible integrar esa devoción, canalizarla, “virginizarla” (si se me permite la expresión) y así, en la medida de lo posible, controlarla.

A partir de aquel momento, Europa se llenó de imágenes románicas de María, muchas de ellas negras, todas respondiendo a determinados –pocos– formatos, de una acusada simbología.

De entre estos, sin entrar ahora (ya entraremos) en el apasionante tema de las Vírgenes Negras, merece nuestra atención el modelo iconográfico de la Kiriotissa (1), que nació en la iglesia griega, y en el que la Gran Madre es representada como trono de la sabiduría. El modelo, de tradición bizantina, se difundió en Occidente de acuerdo con la plástica del arte románico, con una fuerte carga alegórica y expresiva y con más atención por la didáctica que por la estética formal. La Sabiduría por excelencia es el Hijo que, como pequeño Pantocrátor, nos es mostrado por la Madre, sentada estática y rígidamente en la cátedra, con un hieratismo frontal que es signo de fe inmutable.

Era el modelo imperante en el momento de la conquista de Sevilla. Según se cuenta, Fernando III traía consigo tres simulacros marianos de dicho modelo: el primero, la encantadora Virgen de las Batallas, de pequeño formato, de un marfil preparado para colgar de su montura; el segundo, muy probablemente, la Virgen de Valme, que protagonizó el conocido episodio en el primer campamento real y que fue legada a Gonzalo Nazareno, encargado de repoblar el territorio, junto con sus dos hermanas, Elvira y Estefanía; el tercero sería la Virgen del Barco, que aparece en el primer sello de la ciudad de Sevilla sobre la proa de la nave de Bonifaz y que muchos identifican con la Virgen de la Sede, que preside el mayor retablo de la Cristiandad.

Pero ¿y la Virgen de los Reyes? Parece lo más lógico que fuera recibida o encargada por el Rey Santo una vez conquistada la ciudad. Nuestra patrona, además, es modelo para otras, como las también llamadas de los Reyes, en San Clemente y en la Hermandad de los Sastres de San Ildefonso, y la Virgen de las Aguas, del Salvador.

¿Que la imagen de la Virgen de los Reyes está hecha por manos francesas? Puede ser, pero, con ella, lo que se produce es, ni más ni menos, la “sevillanización” (segundo palabro, que espero que se me permita) de la Kiriotissa. Ya tenemos a la que es sedes sapientiae en tamaño humano y coronada, y podemos modificar la postura de sus brazos y vestirla de acuerdo con cada situación y cada momento del calendario.

A la Madre fernandina la sucedió la alfonsina. Y a la Madre de la Madre fernandina, que apareció en Dos Hermanas, muy cerca de la Virgen de Valme, la sucedió también la Madre de la Madre alfonsina. En efecto, Alfonso X el Sabio, agradecido por la intervención milagrosa de Santa Ana en la curación de su mal en los ojos, le dedicó el templo que durante siglos vino a ser la catedral de Triana.



No es difícil comprobar, viendo la cara de Santa Ana, su parecido con la que era conocida ya en el siglo XIV como “Sancta María de las Rocinas” y que en cada Pentecostés se impregna del Espíritu Santo, Blanca Paloma, en ese lugar de poder que son las marismas almonteñas. ¿Estuvo en un primer momento sentada en su cátedra la Virgen del Rocío? Es posible, pero el caso es que ahora está en pie. También ha cambiado la dirección de su mirada, que ha pasado del estatismo inicial a la comunicación directa con su pueblo.

El palio es otra historia. En el Barroco apareció este elemento en los pasos específicamente marianos de nuestras Dolorosas en Semana Santa, superando el juicio crítico del Abad Gordillo. Hoy no entenderíamos nuestra religiosidad sin él. Y, definitivamente, el Romanticismo dio un nuevo impulso al uso del palio para las glorias de María. Juan Talavera concibió la tumbilla de la Virgen de los Reyes en 1914. La Virgen del Rocío ya tenía palio desde que en 1822 lo terminara Juan de Astorga y desde 1934 tiene el actual, de Cayetano González.

La concavidad sagrada, la cueva que presta cobijo a tantas devociones marianas, está recreada aquí en la oquedad del palio. Y la piedra sagrada, el betilo que es soporte de tantos y tantos simulacros medievales, se ha convertido en peana de plata...

Se ha impuesto el modelo sevillano. O quizá es más exacto decir que se ha ido imponiendo a medida que ha ido generándose, acrisolándose a lo largo de los siglos.



(1) Mena, José María de. Todas las Vírgenes de Sevilla
www.hermandadmatrizrocio.org
www.wikipedia.org

miércoles, 15 de mayo de 2013

SEVILLA, NUEVA JERUSALÉN

La historia de Sevilla habría sido distinta sin Berenguela de Castilla.

Hay que valorar su decisión de abdicar en su hijo, que reinaría como Fernando III desde 1217, con apenas 18 años de edad. Castilla necesitaba el empuje de un varón y así lo vio Berenguela, que dio el paso frente al criterio de su esposo y tío, Alfonso IX de León. El papa respaldó la iniciativa, pese a que había anulado el matrimonio de ambos por su parentesco carnal, porque entendió también la necesidad de una fuerza varonil que diera impulso a la Cruzada occidental que era ya la Reconquista desde las Navas de Tolosa.

Y hay que reconocer su capacidad de resolución, a la muerte de Alfonso IX, negociando con las hijas del primer matrimonio de este, Sancha y Dulce, la renuncia en favor de Fernando, con el argumento de las ventajas de reunificar ambos reinos, para mejor proseguir la Cruzada hispana.

Y el que había nacido como Fernando Alfónsez de Borgoña fue, desde 1230, Fernando III de Castilla y León, el rey cruzado epígono del más elevado espíritu caballeresco, llamado a las más nobles gestas. Entre 1230 y 1246 conquistó todo el norte de Andalucía y llegó a las puertas de la antigua Híspalis, ocupada por los sarracenos (1).

Las Cruzadas, independientemente de su desastrosa secuencia, se justificaban, desde un punto de vista religioso, por la búsqueda de la Jerusalén Celestial, rasgo fundamental del Apocalipsis, restauración espiritual del concepto de ciudad y justificación de la Guerra Santa que formulara San Bernardo, el impulsor del Císter y de la Orden del Temple –del Templo de Salomón–, el predicador de la 2ª Cruzada, el glosador de la tierra en el cielo y el gran mariano universal, frente a la Iglesia institucional temerosa de que se adorara a la Madre de Cristo como a una diosa...

San Bernardo de Claraval es, por todo ello, el padre espiritual de San Fernando. En buena medida, Sevilla ostenta sus títulos gracias a ambos.

¿Sevilla era una conquista más? No. Sevilla era la gran metrópoli a recuperar para la Cristiandad y para la corona castellano-leonesa, la capital del valle del río grande, que es tanto como decir del Jardín de las Hespérides (2), la ciudad deseada para ser cabeza de toda España... y nueva Jerusalén.

Porque mientras Fernando ganaba todas sus batallas, su primo Luis IX de Francia se estrellaba en sus anhelos cruzados.

Ya no era necesario, para alcanzar la Jerusalén Celestial, partir de la ciudad física en la que padeció, murió y resucitó Jesús. Perfectamente se podía lograr partiendo de otra ciudad que pudiera ser capital del reino de Dios en la Tierra y puerta del Cielo. Esa ciudad, para Fernando, no era otra que Sevilla.

En el asedio a Sevilla, como sabemos, fue un hecho fundamental la hazaña de Bonifaz, rompiendo el puente de barcas, el día 3 de mayo de 1248, en que se conmemora el descubrimiento de la Vera Cruz –la cruz verdadera– en el monte Calvario, por la emperatriz Elena, la madre de Constantino, que promovió la cofradía de los guardianes del Santo Sepulcro y les legó la cruz que hoy conocemos como Cruz de Jerusalén.

Esta cruz está formada por cinco cruces que representan las Cinco Llagas y la vemos en el edificio del Hospital de este nombre, sede del Parlamento andaluz, en la Casa de Pilatos (!) y en los escudos de varias de nuestras cofradías, de los que el más representativo es, sin duda, el de la Hermandad del Silencio, donde la cruz aparece orlada, limpiamente, por el círculo inmaculista. No olvidemos que la Santa Cruz en Jerusalén es titular de esta Hermandad y que como tal tiene un simulacro: la propia cruz de guía, destinataria de saetas.

Es fácil imaginar al Santo Rey rogando a la Vera Cruz que los vientos le fueran favorables para que el almirante pudiera remontar el río y cortar el puente y con él los suministros procedentes del reino de Niebla. Y es también muy fácil imaginar la emoción del Rey Santo cuando llegó el día en que los vientos empujaron las naves y la acción cruzada. Ese día fue, precisamente, el día de la Cruz, el día de la Cruz de Mayo.

La vinculación de Sevilla con Jerusalén viene de antiguo. Ya el Apóstol Santiago, según la leyenda, nombró primer obispo de Sevilla a su discípulo Pío –el mártir San Pío–, que construyó la primera iglesia sevillana, llamada Santa Jerusalén, a las afueras de la Puerta de Córdoba (donde hoy está el convento de los capuchinos), entronizando allí a la Virgen de la Concepción. Tras la invasión vándala, se construyó intramuros un templo que recuperó el título de Santa Jerusalén y allí se entronizó la Virgen de la Concepción hasta que la invasión musulmana obligó a ocultarla. Hay quien piensa que esta imagen no es otra que la primitiva Hiniesta Gloriosa, que se habría realizado en el siglo XIV, y que desapareció en 1932.

En Sevilla instituyó su corte el Rey Santo. Y se comenzó a construir la Catedral por la salomónica Capilla Real, nueva roca para cimentar el reino. No será casualidad que la lápida de la Puerta Jerez, en la que la ciudad nos cuenta su historia en sucintos y definitivos versos, esté presidida por la Cruz de Jerusalén.

Pero, sobre todo, es en cada primavera cuando se percibe claramente que Sevilla es la nueva Jerusalén. No debe extrañarnos. No hay, en todo el mundo, otra ciudad con más pronunciamientos para ello.



(1) Mena, José María de. Entre la cruz y la espada: San Fernando
(2) Maluquer de Montes, Juan. Tartessos