miércoles, 15 de mayo de 2013

SEVILLA, NUEVA JERUSALÉN

La historia de Sevilla habría sido distinta sin Berenguela de Castilla.

Hay que valorar su decisión de abdicar en su hijo, que reinaría como Fernando III desde 1217, con apenas 18 años de edad. Castilla necesitaba el empuje de un varón y así lo vio Berenguela, que dio el paso frente al criterio de su esposo y tío, Alfonso IX de León. El papa respaldó la iniciativa, pese a que había anulado el matrimonio de ambos por su parentesco carnal, porque entendió también la necesidad de una fuerza varonil que diera impulso a la Cruzada occidental que era ya la Reconquista desde las Navas de Tolosa.

Y hay que reconocer su capacidad de resolución, a la muerte de Alfonso IX, negociando con las hijas del primer matrimonio de este, Sancha y Dulce, la renuncia en favor de Fernando, con el argumento de las ventajas de reunificar ambos reinos, para mejor proseguir la Cruzada hispana.

Y el que había nacido como Fernando Alfónsez de Borgoña fue, desde 1230, Fernando III de Castilla y León, el rey cruzado epígono del más elevado espíritu caballeresco, llamado a las más nobles gestas. Entre 1230 y 1246 conquistó todo el norte de Andalucía y llegó a las puertas de la antigua Híspalis, ocupada por los sarracenos (1).

Las Cruzadas, independientemente de su desastrosa secuencia, se justificaban, desde un punto de vista religioso, por la búsqueda de la Jerusalén Celestial, rasgo fundamental del Apocalipsis, restauración espiritual del concepto de ciudad y justificación de la Guerra Santa que formulara San Bernardo, el impulsor del Císter y de la Orden del Temple –del Templo de Salomón–, el predicador de la 2ª Cruzada, el glosador de la tierra en el cielo y el gran mariano universal, frente a la Iglesia institucional temerosa de que se adorara a la Madre de Cristo como a una diosa...

San Bernardo de Claraval es, por todo ello, el padre espiritual de San Fernando. En buena medida, Sevilla ostenta sus títulos gracias a ambos.

¿Sevilla era una conquista más? No. Sevilla era la gran metrópoli a recuperar para la Cristiandad y para la corona castellano-leonesa, la capital del valle del río grande, que es tanto como decir del Jardín de las Hespérides (2), la ciudad deseada para ser cabeza de toda España... y nueva Jerusalén.

Porque mientras Fernando ganaba todas sus batallas, su primo Luis IX de Francia se estrellaba en sus anhelos cruzados.

Ya no era necesario, para alcanzar la Jerusalén Celestial, partir de la ciudad física en la que padeció, murió y resucitó Jesús. Perfectamente se podía lograr partiendo de otra ciudad que pudiera ser capital del reino de Dios en la Tierra y puerta del Cielo. Esa ciudad, para Fernando, no era otra que Sevilla.

En el asedio a Sevilla, como sabemos, fue un hecho fundamental la hazaña de Bonifaz, rompiendo el puente de barcas, el día 3 de mayo de 1248, en que se conmemora el descubrimiento de la Vera Cruz –la cruz verdadera– en el monte Calvario, por la emperatriz Elena, la madre de Constantino, que promovió la cofradía de los guardianes del Santo Sepulcro y les legó la cruz que hoy conocemos como Cruz de Jerusalén.

Esta cruz está formada por cinco cruces que representan las Cinco Llagas y la vemos en el edificio del Hospital de este nombre, sede del Parlamento andaluz, en la Casa de Pilatos (!) y en los escudos de varias de nuestras cofradías, de los que el más representativo es, sin duda, el de la Hermandad del Silencio, donde la cruz aparece orlada, limpiamente, por el círculo inmaculista. No olvidemos que la Santa Cruz en Jerusalén es titular de esta Hermandad y que como tal tiene un simulacro: la propia cruz de guía, destinataria de saetas.

Es fácil imaginar al Santo Rey rogando a la Vera Cruz que los vientos le fueran favorables para que el almirante pudiera remontar el río y cortar el puente y con él los suministros procedentes del reino de Niebla. Y es también muy fácil imaginar la emoción del Rey Santo cuando llegó el día en que los vientos empujaron las naves y la acción cruzada. Ese día fue, precisamente, el día de la Cruz, el día de la Cruz de Mayo.

La vinculación de Sevilla con Jerusalén viene de antiguo. Ya el Apóstol Santiago, según la leyenda, nombró primer obispo de Sevilla a su discípulo Pío –el mártir San Pío–, que construyó la primera iglesia sevillana, llamada Santa Jerusalén, a las afueras de la Puerta de Córdoba (donde hoy está el convento de los capuchinos), entronizando allí a la Virgen de la Concepción. Tras la invasión vándala, se construyó intramuros un templo que recuperó el título de Santa Jerusalén y allí se entronizó la Virgen de la Concepción hasta que la invasión musulmana obligó a ocultarla. Hay quien piensa que esta imagen no es otra que la primitiva Hiniesta Gloriosa, que se habría realizado en el siglo XIV, y que desapareció en 1932.

En Sevilla instituyó su corte el Rey Santo. Y se comenzó a construir la Catedral por la salomónica Capilla Real, nueva roca para cimentar el reino. No será casualidad que la lápida de la Puerta Jerez, en la que la ciudad nos cuenta su historia en sucintos y definitivos versos, esté presidida por la Cruz de Jerusalén.

Pero, sobre todo, es en cada primavera cuando se percibe claramente que Sevilla es la nueva Jerusalén. No debe extrañarnos. No hay, en todo el mundo, otra ciudad con más pronunciamientos para ello.



(1) Mena, José María de. Entre la cruz y la espada: San Fernando
(2) Maluquer de Montes, Juan. Tartessos


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