En el siglo XII, la Iglesia decidió, siguiendo las
recomendaciones de San Bernardo, que lo mejor era promover abiertamente el
culto a la Madre de Jesús, a la que muchos pueblos tendían a identificar con la
Madre Tierra. Existían temores de que se considerara a María como una diosa,
pero se pensó que, antes que intentar impedir las prácticas devocionales
marianas, era preferible integrar esa devoción, canalizarla, “virginizarla” (si
se me permite la expresión) y así, en la medida de lo posible, controlarla.
A partir de aquel momento, Europa se llenó de imágenes
románicas de María, muchas de ellas negras, todas respondiendo a determinados
–pocos– formatos, de una acusada simbología.
De entre estos, sin entrar ahora (ya entraremos) en el
apasionante tema de las Vírgenes Negras, merece nuestra atención el modelo
iconográfico de la Kiriotissa (1), que nació en la iglesia griega, y en el que la
Gran Madre es representada como trono de la sabiduría. El modelo, de tradición
bizantina, se difundió en Occidente de acuerdo con la plástica del arte
románico, con una fuerte carga alegórica y expresiva y con más atención por la
didáctica que por la estética formal. La Sabiduría por excelencia es el Hijo
que, como pequeño Pantocrátor, nos es mostrado por la Madre, sentada estática y
rígidamente en la cátedra, con un hieratismo frontal que es signo de fe
inmutable.
Era el modelo imperante en el momento de la conquista de
Sevilla. Según se cuenta, Fernando III traía consigo tres simulacros marianos
de dicho modelo: el primero, la encantadora Virgen de las Batallas, de pequeño
formato, de un marfil preparado para colgar de su montura; el segundo, muy
probablemente, la Virgen de Valme, que protagonizó el conocido episodio en el
primer campamento real y que fue legada a Gonzalo Nazareno, encargado de
repoblar el territorio, junto con sus dos hermanas, Elvira y Estefanía; el
tercero sería la Virgen del Barco, que aparece en el primer sello de la ciudad
de Sevilla sobre la proa de la nave de Bonifaz y que muchos identifican con la
Virgen de la Sede, que preside el mayor retablo de la Cristiandad.
¿Que la imagen de la Virgen de los Reyes está hecha por manos francesas? Puede ser, pero, con ella, lo que se produce es, ni más ni menos, la “sevillanización” (segundo palabro, que espero que se me permita) de la Kiriotissa. Ya tenemos a la que es sedes sapientiae en tamaño humano y coronada, y podemos modificar la postura de sus brazos y vestirla de acuerdo con cada situación y cada momento del calendario.
A la Madre fernandina la sucedió la alfonsina. Y a la Madre de la Madre fernandina, que apareció en Dos Hermanas, muy cerca de la Virgen de Valme, la sucedió también la Madre de la Madre alfonsina. En efecto, Alfonso X el Sabio, agradecido por la intervención milagrosa de Santa Ana en la curación de su mal en los ojos, le dedicó el templo que durante siglos vino a ser la catedral de Triana.
No es difícil comprobar, viendo la cara de Santa Ana, su parecido con la que era conocida ya en el siglo XIV como “Sancta María de las Rocinas” y que en cada Pentecostés se impregna del Espíritu Santo, Blanca Paloma, en ese lugar de poder que son las marismas almonteñas. ¿Estuvo en un primer momento sentada en su cátedra la Virgen
del Rocío? Es posible, pero el caso es que ahora está en pie. También ha
cambiado la dirección de su mirada, que ha pasado del estatismo inicial a la
comunicación directa con su pueblo.
El palio es otra historia. En el Barroco apareció este
elemento en los pasos específicamente marianos de nuestras Dolorosas en Semana
Santa, superando el juicio crítico del Abad Gordillo. Hoy no entenderíamos
nuestra religiosidad sin él. Y, definitivamente, el Romanticismo dio un nuevo
impulso al uso del palio para las glorias de María. Juan Talavera concibió la tumbilla de la Virgen de los Reyes
en 1914. La Virgen del Rocío ya tenía palio desde que en 1822 lo terminara Juan
de Astorga y desde 1934 tiene el actual, de Cayetano González.
La concavidad sagrada, la cueva que presta cobijo a tantas devociones marianas, está recreada aquí en la oquedad
del palio. Y la piedra sagrada, el betilo que es soporte de tantos y tantos
simulacros medievales, se ha convertido en peana de plata...
Se ha impuesto el modelo sevillano. O quizá es más exacto decir que se ha ido imponiendo a medida que ha ido generándose, acrisolándose a lo largo de los siglos.
(1) Mena, José María de. Todas las Vírgenes de Sevilla
www.hermandadmatrizrocio.org
www.wikipedia.org
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