lunes, 29 de julio de 2013

SEVILLA Y LAS OCHO BEATITUDES DE SAN JUAN (7: DE JANO A LETRÁN Y DE LETRÁN A SEVILLA Y A LA CRUZ COMO SIGNO TAMBIÉN DEL EVANGELISTA)

En un primer momento, la Basílica de Letrán estaba dedicada a San Juan Bautista, pero pronto la Iglesia decidió añadir la advocación de San Juan Evangelista en la titularidad del templo lateranense. Cuando el papa tomó esa decisión, hizo mucho más que unir dos devociones: dio el paso de implantar en el calendario cristiano los dos hitos fundamentales del ciclo anual de las estaciones, síntesis y símbolo reducido del ciclo universal del tiempo y de la historia.

Porque el culto ya existía: era el culto a Jano (Janus, Ianus), el culto a la regeneración anual de la tierra, a la renovación permanente, a la cosmogonía, al equilibrio... Jano era el dios de los solsticios y las puertas solsticiales, el dios de los comienzos y los finales, el dios de la iniciación a los misterios, la puerta iniciática...

Los antiguos tenían gran veneración al sol y, por tanto, a los solsticios, momentos en los que el sol llega a sus puntos más lejanos de oscilación, en junio y en diciembre, aparentando detenerse (Sol Stitium, sol quieto). El ciclo anual se entendía dividido en dos mitades, desde el solsticio de invierno, que es la "Janua Coeli", "Puerta de los dioses", donde el descenso al mundo interior se hace introspección hacia la sabiduría, debiendo superar el hito crítico del equinoccio de primavera, hasta el solsticio de verano, la "Janua Inferni", la "Puerta de los hombres", descendente hacia lo vivencial, en un tránsito que nos llevará otra vez, tras la cosecha, al solsticio de invierno.

Se invocaba a Jano públicamente al inicio del año, por lo que le fue consagrado el primer mes. Observemos que en todos los idiomas provenientes, en mayor o menor medida, del latín, el nombre del mes deriva  de Jano. En castellano, de "janero" se pasó a "enero".

Por tanto, Jano, llamado Bifronte, tenía dos rostros mirando en direcciones opuestas: uno hacia el pasado que condiciona lo que somos, a los recuerdos; el otro hacia el futuro, a la mejora a la que debemos aspirar, a los proyectos. Un tercer rostro, invisible, observa el eterno presente, contempla la eternidad. En el Cristianismo, ese tercer rostro es, obviamente, Jesús, el Sol de Justicia.

Jano era patrón de los collegia fabrorum, las cofradías de constructores romanos. Y, por cierto, el culto de las logias medievales a los santos Juanes se conserva en la masonería actual, para la que tanta importancia tiene sobre el ciclo siempre repetido.

¿Cuál de los dos Juanes es San Juan de Letrán? Pues, sencillamente, los dos: El Bautista, el santo del solsticio de verano, y el Evangelista, el santo del solsticio de invierno. Uno es el precursor, el pasado; otro es el sucesor en la relación familiar y trascendental.

El espíritu del ciclo anual de las puertas está presente en Sevilla, tanto en su forma pagana, arcaica, romana, de Jano, como en la cristiana. Veamos antes la pagana, por coherencia cronológica.

La sevillana Casa de Pilatos, perteneciente desde el siglo XVII a los duques de Medinaceli, representa mucho en la historia y en la peculiaridad de Sevilla. Pedro Enríquez, Adelantado Mayor de Andalucía, y Catalina de Ribera comenzaron su edificación sobre solares confiscados por la Inquisición. Su hijo, Fadrique Enríquez de Ribera, primer marqués de Tarifa, y su sobrino, Per Afán de Ribera, ampliaron y decoraron la Casa, que tiene una importante influencia italiana, consecuencia del viaje que hizo Fadrique por Italia, camino de Tierra Santa, en 1518, aunque este estilo importado no es óbice, precisamente, para que se considere a la casa un prototipo de palacio andaluz. Precisamente, Fadrique, el mismo que trajo a Sevilla la práctica devocional del Vía Crucis, desde su casa, ya de Pilatos, hasta la Cruz del Campo, se trajo de Génova, nada menos que para presidir desde el centro el patio principal del palacio, una fuente renacentista, claramente pagana: la fuente de Jano Bifronte.

Hoy, en el frontal del paso de la Virgen de los Desamparados, de San Esteban, se reproduce la fachada sevillana, italianizante pero con la Cruz de Jerusalén, de la Casa de Pilatos, tan cercana a la Hermandad en todos los sentidos. ¡Qué casualidad que la corporación tenga como distintivo la Cruz de Ocho Beatitudes con la caña del ignominio! Precisamente vienen a coincidir el origen hospitalario de la imagen mariana de los Desamparados, bajo el cobijo de la Cruz de Jerusalén que preside el Hospital de las Cinco Llagas –la misma cruz de la fachada la Casa de Pilatos–, con el espíritu hospitalario de la Orden de San Juan que fundaran los amalfitanos en Jerusalén. Y además es titular de la Hermandad otro santo Juan: San Juan de Ribera.

Y Sevilla, que no solo fue la nueva Jerusalén, sino que fue también la nueva Roma, entendió el bifrontismo sanjuanista a la perfección. Y ya que se había asumido aquí la cruz blanca o plateada de las Ocho Beatitudes como Cruz de San Juan de Letrán, el siguiente paso caía por su peso: la Cruz de San Juan podía utilizarse como distintivo heráldico de la devoción a San Juan Evangelista. Y así tenemos, con el Evangelista como titular, a Santa Genoveva, con el águila junto a la cruz, o a la joven Hermandad de La Misión. Por su parte, los nazarenos del Cachorro lucen el escudo corporativo con la Cruz de Malta en sus capas, y una gran encomienda de San Juan en el pecho. ¿Será por la encomienda que Nuestro Padre hizo a la Madre y al discípulo amado cuando ya se sentía morir?

La próxima entrada, que cerrará el tema, nos demostrará hasta qué punto entendió y entiende Sevilla el sanjuanismo solsticial.



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lunes, 22 de julio de 2013

SEVILLA Y LAS OCHO BEATITUDES DE SAN JUAN (6: BULA PARA LA CRUZADA SEVILLANA DE LETRÁN)

El Concilio de Trento reafirmó el culto a la Virgen y a los santos y originó en Sevilla, como ya hemos visto, un movimiento importante de defensa de estos valores contrarreformistas.

Sevilla se vinculaba cada vez más a Roma, lo que produjo agregaciones a instituciones romanas, entre las que nos interesan específicamente las agregaciones a la catedral romana, la Basílica de San Juan de Letrán: en 1594 y 1641 se agregó la Soledad (hoy de San Lorenzo), en 1601 lo hizo la Entrada en Jerusalén y en 1608 el Amor, luego fusionadas, en 1668 estaban unidas “todas las iglesias del Convento Grande de San Francisco de Sevilla”, en 1697 se agregó la Hermandad de Montesión.

Las Reglas del Gran Poder de 1570 ya recogían entre sus cultos una solemne función a San Juan Bautista y la celebración de la festividad de San Juan de Letrán. Esta Hermandad ya fue la primera en agregarse a Letrán, en 1500 y en 1794 renovó la agregación a perpetuidad, como lo acredita la lápida que hay en la fachada de San Lorenzo que da a la calle Eslava, y en cuya cabecera figura nuestra Cruz de San Juan. Por cierto que esta lápida se encuentra a la espalda de la que fue capilla del Señor en la parroquia, la cual permanece hoy, aunque ocupada por la Virgen del Dulce Nombre, decorada con azulejos en los que se ven motivos heráldicos del Gran Poder, incluida la Cruz de San Juan.

La vocación romana de esta corporación, fundada en San Benito de Calatrava (1), viene de antiguo. Según Duque del Castillo (2), fue de las primeras cofradías en usar el senatus como insignia, lo cual le originó críticas, por ser una hermandad “seria”. Modernamente, esa vocación romana se ha renovado, como queda patente en la inspiración arquitectónica del templo en el Panteón de Roma y en el sagrario que hay a los pies del Señor, que sintetiza la fachada de San Juan de Letrán con la cúpula de San Pedro. En la basílica del Señor de Sevilla se reproduce como motivo heráldico principal, la Cruz de las Ocho Beatitudes.

La Capillita de San José, humilde, aunque barroca, y entrañable, no es de una cofradía, pero seguramente lo fue. El gremio de carpinteros empezó a edificarla en 1699 y no se terminó hasta 1766. Estaba a medio construir cuando se agregó a Letrán en 1729, según atestigua su propia lápida, en la que claramente se detalla el requisito de la Bula de la Santa Cruzada (la letra pequeña).

La Bula de Cruzada, en principio, concedía indulgencias a los cruzados, pero también se otorgó a los españoles que daban dinero para la guerra contra los africanos. La Comisaría General de Cruzada tenía atribuciones consultivas, judiciales y de gobierno para gestionar los ingresos procedentes de las tres gracias de cruzada, subsidio y excusado, concedidas por la Santa Sede a la corona española para la defensa de la fe católica, sin intervención de Hacienda.

En 1791 se agregó a Letrán la Cena; El Valle lo hizo en 1803 por 15 años y a perpetuidad en 1817; en 1830 se adhirió la Macarena, que renovó la agregación en 1864. A principios del siglo XIX, entran en la Hermandad del Silencio muchos clérigos, con lo que la corporación recibe distintos privilegios de Roma, como el rango de Archicofradía y la agregación a la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén (3). La Hermandad, en su orla de cultos se proclama “Agregada a la Basílica del Salvador y del Santo Sepulcro, de Jerusalén; y a las de San Juan de Letrán, Santa María la Mayor y de la Santa Cruz de Jerusalén, de Roma”, y en su estandarte lo acredita.

En 1850, el papa decidió que, puesto que ya no había cruzadas, el dinero se aplicara a la reparación de templos, gastos de seminario y culto, gestionándose por las diócesis, en virtud del Concordato de 1851. En 1871 se extendió la aplicación a determinados edificios e instituciones, entre los que se encontraba San Juan de Letrán. En el siglo XX ha seguido habiendo iniciativas de agregación a Letrán: en 1933 se agregó San Vicente y también se ha agregado la Hermandad de la Vera Cruz.

¿Desde cuándo se utilizó en Sevilla la Cruz de San Juan, blanca o de plata, como distintivo de agregación a San Juan de Letrán? Puede deducirse que el fundamento para tal uso, en principio, es la propia figura del Bautista. Recordemos también que hubo en Sevilla una Hermandad de la Iniesta y San Juan de Letrán, junto al convento hospitalario de Santa Isabel. El hecho cierto es que las corporaciones adheridas a Letrán han incorporado de forma regular en Sevilla, al menos desde principios del XVIII la Cruz blanca de las Ocho Beatitudes. Además, fuera de Sevilla no se da, salvo algunas excepciones, el uso heráldico de esta cruz en las entidades agregadas a Letrán.

Tampoco en Letrán, en Roma, se encuentra nuestra cruz. La actual Archibasilica Sanctissimi Salvatoris et Sancti Iohannes Baptista et Evangelista in Laterano Omnium urbis e orbis eccesiarum mater et caput es fruto de la gran transformación barroca, del siglo XVII, y en ella no tiene cabida un signo medieval proveniente, después de todo, de la provincia italiana de Amalfi.

Además de todo esto, el influjo lateranense propicia que la Cruz de San Juan pase a ser –en Sevilla– signo, también, del Evangelista. Este uso dual del símbolo será argumento de las próximas entradas.



(1) Entre los investigadores e historiadores existen dudas respecto a si la sede fundacional es San Benito de Calatrava, en la actual calle Calatrava, o San Benito de la Calzada. Me decido por la primera siguiendo a José Manuel Gutiérrez Pérez, según el cual, el monasterio de San Benito, de la Calzada, se fundó con la advocación de Santo Domingo de Silos y mantuvo el nombre hasta el siglo XVI, por lo que el único lugar dedicado a San Benito, en la fecha de la fundación de la Hermandad, sería la iglesia de la Orden de Calatrava, hoy dedicada a la docencia. Gutiérrez Pérez, José Manuel (O.S.A.). Los agustinos en la religiosidad sevillana
(2) Duque del Castillo, Rafael. Apuntes para la historia de la Hermandad del Gran Poder
(3) Carrero Rodríguez, Juan. Anales de las Cofradías Sevillanas


miércoles, 17 de julio de 2013

SEVILLA Y LAS OCHO BEATITUDES DE SAN JUAN (5: SAN JUAN DE SEVILLA, LA PALMA DE TRENTO)

Tras el Concilio de Trento y la Contrarreforma, fueron muchas las tensionas en Sevilla entre los católicos y los no pocos seguidores de Martín Lutero. El clero se esforzaba en contrarrestar las inquietudes intelectualistas protestantes con constantes soflamas emocionadas y enardecidas, rotundas, en posesión de la verdad.

La leyenda cuenta que, en 1537, un fraile franciscano, desde el púlpito de San Juan Bautista, anunció a los protestantes que su conducta perversa sería conocida por los guardianes del catolicismo más tarde o más temprano. Uno de los asistentes, al salir, aprovechando que no veía a nadie en la plaza triangular que todos conocemos, se dirigió a una palmera y le dijo que la Madre de Jesús no quedó virgen tras el parto. Y se quedó tan a gusto. Al día siguiente fue denunciado por un anciano ante la Inquisición en el Castillo de San Jorge y lo apresaron, pero desmintió el hecho. Fueron a buscar al anciano testigo, pero en la dirección facilitada vivía un joven, que declaró que el viejo era su abuelo, muerto hacía ochenta años y enterrado bajo la palma del cementerio de la plaza de San Juan. Cuando los inquisidores le contaron esto al protestante, este confesó.

La parroquia de San Juan Bautista pasó a llamarse desde entonces en la tradición popular sevillana, tan esotérica y tan para iniciados, San Juan de la Palma.

La palma tiene una triple significación, que podemos recorrer sintéticamente de lo más antiguo a lo más moderno o, como suele coincidir casi siempre, de oriente a occidente. Así, vemos que era señal de enterramiento, probablemente ya en los pueblos caldeos, pero también fue en muchos pueblos, y sigue siéndolo, un símbolo de fecundidad. En tercer lugar, constatamos que ya era símbolo de victoria en Roma, siendo adoptada por el primer cristianismo romano como símbolo de la victoria espiritual sobre el mal, victoria que tiene su paradigma en el martirio. Todo resulta coherente.

Era lógico y natural que floreciera en Sevilla la advocación mariana de la Palma. El cardenal Rodrigo de Castro Osorio aprobó en 1593 las Reglas de la Hermandad del Santo Sudario (1) de Nuestro Señor Jesucristo y Madre de Dios de la Palma, con residencia canónica en la parroquia de San Juan, el Bautista, el de la Palma.

Pero a finales del siglo XVI había empezado ya la decadencia económica. El mismo cardenal decretó la reducción de hospitales, que afectó, entre otras muchas, a la corporación de la Iniesta y San Juan de Letrán que se había fundado en 1560 en la calle Rascaviejas, y que tuvo que trasladarse en 1587 a San Julián.

Tras Rodrigo de Castro vino Fernando Niño de Guevara, inquisidor como el anterior. Para él las cofradías de penitencia se producían de forma irreverente, sin la necesaria espiritualidad. Su reforma, impopular entonces, sentó muchas bases formales y espirituales de nuestra actual Semana Santa.

Vino después Pedro de Castro y Quiñones, que decretó en 1623 una reducción de cofradías, por la cual se unieron a la de San Juan de Letrán, en San Julián, al menos tres corporaciones: una era la del Santo Cristo de la Demostración y Madre de Dios de la Presentación, de mulatos; otra era la del Santo Sudario y Madre de Dios de la Palma; otra era la de Montserrat, cuyos nazarenos llevan en el antifaz un escudo que incluye la Cruz de San Juan.

La Hermandad de San Juan de Letrán cayó en la indigencia como consecuencia de la peste de 1649 y en 1671, tras redactarse unas nuevas ­–y conflictivas– reglas, dejó de ser cofradía de penitencia.

De entre los cofrades de la Iniesta surgió en San Julián una nueva corporación con tal sentido penitencial que no quiso ser de gloria. En 1699 hicieron su primera estación de penitencia. Cuenta Carrero que, como no tenían imagen de Virgen propia, procesionaron con una Dolorosa que le cedió la Hermandad de la Iniesta (2), lo cual no deja de ser insólito. ¿Fue así efectivamente? Muchos piensan que este grupo de cofrades, buscando la advocación de su Virgen, encontraron su identidad en el profundo amargor del sabor de la iniesta, y titularon a su Virgen como la de la Amargura, que no era otra que la antigua Iniesta Dolorosa.

Por otra parte, la Hermandad del Santo Sudario y Madre de Dios de la Palma emigró después a San Andrés y de allí a San Antonio. Está claro que en San Antonio se hizo franciscana. Luego vino la historia conocida que dio origen a la Hermandad del Cristo de Burgos y Madre de Dios de la Palma. Y así tenemos en el Miércoles Santo a dos Vírgenes advocadas de la Palma.

Trasladada a San Juan de la Palma, la Hermandad de la Amargura ocupó la capilla funeraria cedida por los Esquivel, en armonía con la corporación de la Santa Cruz de Caño Quebrado, allí residente y origen de la actual Hermandad de la Soledad de San Buenaventura. La Hermandad de la Amargura celebró su primer cabildo en San Juan en 1725 y se impregnó del espíritu contrarreformista de las predicaciones jesuitas del cercano noviciado salomónico de San Luis de los Franceses.

La Historia siguió su curso. Los jesuitas fueron expulsados en 1767, acusados de meterse en política.

En 1788 se culminó la renovación barroca del templo de San Juan de la Palma, como atestigua su espadaña, presidida por la Cruz de las Ocho Beatitudes.

Y en la plaza sigue habiendo una palmera, porque una plaza de San Juan sin palmera es como un jardín sin flores.





(1) Este Santo Sudario es la Sábana Santa, que ya se encontraba en Turín.
(2) Carrero Rodríguez, Juan. Anales de las Cofradías Sevillanas
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miércoles, 10 de julio de 2013

SEVILLA Y LAS OCHO BEATITUDES DE SAN JUAN (4: SEVILLA CATÓLICA, APOSTÓLICA... Y ROMANA)

En el tránsito de la Edad Media a la Moderna, desde la Puerta de San Juan se veía, a la derecha, la magnífica iglesia gótica de la Orden de Santiago.

Hoy, desde la calle Puerta de San Juan de Acre se ve, tras el muro del Colegio de Nuestra Señora de la Merced que hace esquina con las calles San Vicente y Guadalquivir, la parte alta de dicha iglesia, que ha sobrevivido a tanta historia adversa, incluidos varios incendios.

En el año 1500 residía en esta iglesia, advocada de Santiago de la Espada, la Hermandad del Gran Poder, cuando se agregó por primera vez a la romana Basílica de San Juan de Letrán (1), que otorgaba indulgencias renovables cada quince años, previo pago.

La Archibasílica de San Juan de Letrán (San Giovanni in Laterano), la más antigua de las cuatro basílicas mayores romanas, está dedicada a los santos Juan Bautista y Juan Evangelista y es la catedral de Roma. Existía desde el siglo III en terrenos de la familia de los Lateranos hasta que los incautó Nerón. Luego Constantino los devolvió al papa Melquíades en agradecimiento por la victoria del Puente Milvio.

El baptisterio de San Juan de Letrán –y no olvidemos la referencia al Bautista– fue construido en el siglo V sobre el edificio levantado por Constantino.

Visitando San Juan de Letrán se obtenían ya “grandes remisiones e indulgencias por los pecados” y cuando una corporación se agregaba transmitía las indulgencias a sus miembros.

En España reinaban los Reyes Católicos, que se habían apoyado en las ciudades y en la pequeña nobleza para hacer frente a las pretensiones de los grandes aristócratas y –lo que es más importante para el tema que nos ocupa– de la Iglesia. Isabel y Fernando se habían empeñado en una Inquisición “moderna” controlada por ellos. Los recelos de Sixto IV de que la persecución religiosa volviera a ser instrumento para objetivos políticos o económicos, como había ocurrido con los templarios, fueron superados por un informe del arzobispo sevillano Pedro González de Mendoza y del dominico Tomás de Torquemada, sobre las prácticas judaizantes de los “marranos”, y por el amago de Fernando de Aragón de retirar el apoyo defensivo en Sicilia y Nápoles contra la permanente amenaza turca. Y así había quedado refrendada la Inquisición castellana, con una sede en Sevilla.

América estaba recién descubierta y España capitalizaba el descubrimiento, con el respaldo del papa Alejandro VI, el valenciano Rodrigo de Borja (2). Sevilla, núcleo del comercio americano, estaba en su mejor momento, en rápido crecimiento en todos los órdenes y, por tanto, en el centro de un contexto de indulgencias –instrumento romano apoyado en la nobleza sevillana– y de inquisición –instrumento de los reyes con colaboración del clero–; de hecho se convirtió en un foco de primer orden en la lamentable historia inquisitorial española.

Recordemos el hospital de la calle Rascaviejas, que al parecer pertenecía a la Hermandad de la Iniesta gloriosa, donde se fundó en 1560 la Hermandad de Cristo Crucificado, Nuestra Señora de la Iniesta y San Juan de Letrán (3). Los cofrades llevaban, siendo los primeros en hacerlo, un capirote cónico, como los reos de la Inquisición, y un escapulario negro con la insignia corporativa. ¿Era esta insignia la misma Cruz de las Ocho Beatitudes que los cofrades habían conocido en el vecino Convento de Santa Isabel?

Respecto al capirote, hay que señalar que aportaba un significado profundo. En los autos de fe de la Inquisición, el capirote identificaba al reo y lo ridiculizaba, además de facilitar, sin duda, la acción de las llamas. Con el capirote, el nazareno hace examen de conciencia y se confiesa reo culpable de la Pasión y Muerte de Cristo.

Así que tenemos al menos dos hermandades vinculadas a San Juan de Letrán, pero puede que hubiera más. En esa época llegó a haber en nuestra ciudad, según José Sánchez Herrero (4) unas cien cofradías, aunque no fueran reconocidas por ninguna autoridad y muchas no tuvieran más de diez hermanos.

Desde Roma se abusó de la venta de indulgencias, lo que dio lugar a la Reforma Protestante y a la Contrarreforma subsiguiente. A partir del Concilio de Trento, clausurado en 1563, las muchas agregaciones sevillanas a San Juan de Letrán fueron de otra forma, y no estuvieron exentas de espíritu cruzado. Las veremos en próximas entregas.



(1) Duque del Castillo, Rafael. Apuntes para la historia de la Hermandad del Gran Poder
(2) En valenciano, léase “Borya”. Los italianos, para leer “Borya”, escriben “Borgia”.
(3) Aunque en 1949 la Academia de Estudios Sevillanos colocó un azulejo en la fachada de la calle Hiniesta, declarando que en 1461 se fundó allí el Hospital y Hermandad de Nuestra Señora de la Hiniesta, hay que entender que se trataría de 1561 y que además no es la misma Hermandad de la Hiniesta (con hache) que todos conocemos.
(4) Sánchez Herrero, José. Las cofradías sevillanas. Los comienzos (VV.AA. Las cofradías de Sevilla, historia, antropología, arte)

martes, 2 de julio de 2013

SEVILLA Y LAS OCHO BEATITUDES DE SAN JUAN (3: CALIDAD Y NOBLEZA DE LA MUJER SEVILLANA)

La pujanza de la Orden de San Juan en Sevilla se evidencia por la fundación en su seno de un convento de monjas, lo que, ciertamente, no era tan habitual en las órdenes de caballería.

En este caso, fue una bula otorgada en la sede de la Orden en Rodas, en 1490, a la viuda de don Gonzalo Farfán de los Godos, la ilustre dama sevillana doña Isabel de León, por mediación de su hijo, frey Antón Farfán de los Godos, para fundar un monasterio de clausura en sus propias casas de la collación de San Marcos, a gloria de Dios, de la Virgen María y de San Juan Bautista (1). Los Farfán de los Godos eran mozárabes que vinieron de Marruecos en el siglo XIV, pero se consideraban descendientes directos de los godos peninsulares, estando la rama muy vinculada a Sevilla.

El convento se dedicó a San Juan, indirectamente, por su advocación a su madre, Santa Isabel y a la Visitación que a esta hizo Nuestra Señora, por estar ya esperando al que sería Juan el Bautista. Doña Isabel, la Farfana, fue la primera priora del cenobio, integrado por “mujeres sin tacha” (2) “de calidad y nobleza” (3), dispuestas a ceder sus bienes a la institución, que se dedicó a suministrar lienzos a peregrinos de Tierra Santa. En 1493 se consagró la iglesia, no sin controversia con la autoridad eclesiástica, celosa de que no se le hubiera pedido permiso. El monasterio llegó a tener, entre otras propiedades, nueve cortijos: dos en Lora, dos en Villanueva de los Infantes y otros, respectivamente, en Marchena, Carmona, Lebrija, Alcolea y Paterna. Frey Antón Farfán de los Godos llegó a ser comendador de Fregenal, Salamanca y Peñalver, además ser promotor de la encomienda de Alcolea, de lo que queda testimonio en el escudo de la localidad.

Gracias a los abundantes ingresos de estas propiedades, creció el convento en importancia y riqueza artística. De la primera época queda el claustro, con pilares de ladrillo mudéjar, además de la fuente de mármol. La iglesia es de principios del XVII (3), de Alonso de Vandelvira, con portada principal manierista, con un magnífico relieve de la Visitación, de Andrés de Ocampo, y una cruz de San Juan coronándolo.

Juan de Mesa hizo el retablo mayor, con una gran cruz de San Juan, pinturas de Juan del Castillo de la vida de San Juan: nacimiento, infancia, bautismo de Cristo, degollación... y esculturas de los padres, Isabel y Zacarías.


En un retablo de Juan de Oviedo y Juan Martínez Montañés, está el impresionante Cristo de la Misericordia, de otro Juan, Juan de Mesa. Por todo el recinto hay cruces de San Juan, o de ocho beatitudes, o de Malta... (ya la orden estaba en Malta, desde que en 1530 el emperador Carlos, con el beneplácito del papa Clemente VII, les cediera la isla, ocho años después de que los hospitalarios hubieran salido de Rodas).Incluso, la espadaña manierista nos muestra dos cruces, en este caso sobre fondo azul (lo cual no significa nada en relación con los principios amalfitanos, sino solo que se trata de azulejos...).

Con la Desamortización de Mendizábal, en el XIX, el lugar se convirtió en cárcel de mujeres. Luego fue reformatorio, también de mujeres, conocido como “casa de las arrepentidas”, bajo tutela de las religiosas de San Felipe Neri. Hoy siguen allí las filipenses, Hijas de María Dolorosa, dedicadas a la formación de niñas y a trabajos de costura, no ya de lienzos para peregrinos, sino de bordados. Es curioso el carácter permanentemente femenino del enclave.

Volviendo a finales del XV, qué casualidad que la casa de enfrente de la calle Rascaviejas (hoy Hiniesta) la donara el clérigo Luis Alfonso, beneficiado de cuartos (4) para hospital del gremio de huertanos, germen de la cofradía de Nuestro Señor Jesucristo Crucificado, Nuestra Señora de la Iniesta (sin hache) y San Juan de Letrán (5). Pero, como hay que comentar mucho sobre la vinculación de las instituciones sevillanas con San Juan de Letrán, lo veremos en una próxima entrega.

Solo una referencia a una tierna leyenda para terminar esta entrega: cada Viernes Santo, de madrugada, sale de Santa Isabel el alma del nazarenito Tomasín, con su varita, para hacer penitencia con su Hermandad de Los Gitanos, cuyo hábito no pudo llevar en su corta vida.



(1) González Carballo, José. La Orden de San Juan en Sevilla (Siglos XIII-XVI)
(2) Ortiz de Zúñiga, Diego. Anales eclesiásticos y seculares de la ... ciudad de Sevilla
(3) VV.AA. Sevilla oculta. Monasterios y conventos de clausura
(4) Un beneficio eclesiástico era un cargo con rentas a vavor de su titular o beneficiado. Un cuarto era la cuarta parte de un beneficio.
(5) Carrero Rodríguez, Juan. Anales de las Cofradías Sevillanas
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