martes, 3 de diciembre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (12: UN MONTE, UNAS AGUAS, UNOS CAMINOS Y UN CASTILLO)

La versión romántica de los caballeros templarios –o, por mejor decir, de sus ánimas en pena– fue la más tenebrosa. Un sevillano, Gustavo Adolfo Bécquer, tuvo que ser quien la creara en El monte de las ánimas, junto a la ermita soriana de San Saturio, en la encomienda templaria de San Polo (1).

Casualmente, junto a Bécquer, en el Panteón de la Anunciación otrora jesuita, reposa otro sevillano ilustre: el historiador del arte José Gestoso y Pérez, que en 1885 dirigió la restauración de la iglesia de Santa Marina.

La iglesia parroquial de Santa Marina de Sevilla fue una de las primeras que se erigieron en nuestra ciudad tras la conquista en 1248, en una zona de fuerte vitalidad económica, sobre el antiguo Cardo Maximus de la Híspalis romana. Su portada es un monumento a la castidad. Pero es mucho más.

En uno de los prótomos más cercanos al Padre Eterno, el que está a la izquierda del espectador, aparece santa Marina con un niño (no perdamos de vista que si se tratara de la Virgen María, el niño estaría en el centro o sobre su pierna izquierda). Según La leyenda dorada (2), Marina se hizo pasar por varón para entrar en un convento. Tan bien hizo este papel que fue acusada por una mujer de ser padre de su criatura. Marina renunció a defenderse y cuidó al chaval. Solo cundo murió se descubrió la verdad.

En el lado derecho, a la misma altura, está santa Margarita de Antioquía. Pero santa Margarita es venerada en la iglesia ortodoxa como santa Marina de Antioquia (la margarita, en este caso, no es una flor, sino una perla). Lleva en su mano un libro, una Biblia (como la pintó Zurbarán).

En los prótomos inferiores están otras dos vírgenes: santa Catalina, con su rueda, dentro de la cual parece adivinarse una cruz patada (como en la de la templaria Benavente, en Zamora), y santa Bárbara, con su torre.

Pero nos fijaremos en los frisos. En el friso derecho, de nuevo santa Marina de Antioquia, que sufrió el acoso de Olibrio y fue sacrificada a una bestia maligna, pudiendo, sin embargo, rasgar sus entrañas armada con una pequeña cruz (3), plasmando así la victoria sobre el mal (como san Miguel, como san Jorge), con el simbolismo de la perla que resucita. Hoy reside en este templo la hermandad de la Resurrección, por una encantadora casualidad. Y en el friso izquierdo, una figura humana con tres cuadrúpedos y otra persona más lejana (4), en lo que se adivina como representación del encuentro de Marina con otro Olibrio. ¿O es el mismo?.

Porque las distintas devociones a santa Marina se entremezclan, precisamente, en la Amphiloquia de Galicia (5), en el lugar llamado Santa Mariña d’Augas Santas, cerca de Allariz, en Orense (6), que perteneció a los templarios. Cuenta la leyenda que Mariña fue perseguida y decapitada por el prefecto romano Olibrio, que la pretendió inútilmente. La cabeza de Marina dio tres botes: “creo, creo, creo”, y se generaron tres manantiales. Su tumba es en realidad una piedra megalítica. En este enclave, sagrado desde el pasado más remoto, existe además una fuente milagrera a los pies de la santa, dentro de un roble, el árbol icónico de los celtas.

¿Participaron artesanos gallegos en la construcción de la iglesia sevillana de Santa Marina? Porque si es así, parece evidente la influencia templaria en este templo al martirio por la castidad. Un dato: existe en Córdoba la fernandina iglesia parroquial de Santa Marina de Aguas Santas. Y –¡oh coincidencia!– reside en ella la hermandad del Resucitado.

Pero es que hay otro detalle que abona la tesis templaria en nuestra Santa Marina: la restauración de José Gestoso desveló que la capilla del lado sur había sido fundada por el infante Felipe Fernández de Castilla, el quinto hijo de Fernando III el Santo, destinado a ocupar la sede arzobispal hispalense. En esta capilla, ocupada desde 1676 por la Hermandad de la Piedad (7), más conocida hoy como de la Sagrada Mortaja, aparecieron, efectivamente, escudos con losanges alternando castillos y águilas de Suabia (8). Sin duda Felipe había previsto reposar eternamente bajo la bóveda de esta capilla.

Felipe había estudiado con los templarios en Toledo y en Castrogeriz; luego, en la Sorbona de París, tutelado por la casa del Temple, compartió aula con santo Tomás de Aquino y san Buenaventura para recibir las enseñanzas de san Alberto Magno. Con veinte años era abad de Covarrubias, aun sin recibir órdenes sagradas, por bula de Inocencio IV. Y luego llegó a nuestra ciudad y, aunque hay otras versiones, es probable que fuera él quien trajera una imagen pintada de la Virgen de Rocamador (o Roca-Amador) que le habría regalado en París su tío san Luis (9) para el hospital y hospicio de ancianos franceses que había junto a la iglesia de San Lorenzo. La Virgen, que hoy es titular de la hermandad de La Soledad de San Lorenzo, ha tenido siempre gran devoción por parte de los miembros de las órdenes de caballería.

Sin llegar a ocupar la sede episcopal sevillana, Felipe renunció a ella por consejo de su hermano y rey Alfonso X, y con treinta años se casó con la princesa Cristina Olav de Noruega. Vivieron en el palacio de Bibarragel, junto a la torre que era de su hermano don Fadrique, pero Cristina no resistió el calor sevillano y murió a los cuatro años. El infante Felipe se marchó de Sevilla y se opuso a Alfonso X –como casi toda la clase noble–, llegando a aliarse con el rey moro de Granada. Y fue excomulgado.

Pero era donado templario (10) y, cuando murió en 1274, el Temple le dedicó un mausoleo digno de un rey en el templo de Santa María de Jesé, Nuestra Señora del Templo (hoy Santa María la Blanca), en la encomienda de Villasirga (hoy Villalcázar de Sirga), en pleno Camino de Santiago. Este sorprendente templo, de grandiosas proporciones, en un pequeño pueblo en medio del páramo palentino, es una auténtica y misteriosa morada filosofal, que alberga a la Virgen de las Cantigas, cuyos milagros fueron evocados por el rey Alfonso (11). El mausoleo, en el que aparece Felipe con la espada desenvainada, rodeado de referencias templarias, fue lugar de veneración durante años. Junto a él se sepultó luego en otro extraordinario sarcófago a su segunda esposa, Leonor Ruiz de Castro.

Hay que hacer otro apunte sobre José Gestoso: fue él quien fijó el centro geométrico de la ciudad, precisamente en la calle que hoy lleva su nombre y que entonces era llamada Venera, porque existía allí una venera, o concha, o vieira (12). Pero ¿por qué había allí una venera? Además, hay otra, más pequeña, en una esquina en la casa 13 de la calle Daoiz, lo que puede hacer pensar que se ha marcado un territorio. Hay que remontarse nuevamente al Camino de Santiago, pero hay que ir aún más lejos, porque la venera fue una idealización cristianizada de la huella de la pata de oca, símbolo ancestral de la fuerza del espíritu de dominar la materia, signo rúnico de la vida, profusamente utilizado por los compañeros constructores (13). La pata de oca fue también el distintivo que se aplicó, ya en la alta Edad Media, a los marginados agotes (o cagotes, cagots en Francia), tildados de leprosos; solo podían dedicarse a algunos oficios, como la cantería o la carpintería, y todo el mundo les daba la espalda. Todo el mundo... menos los templarios, que les dieron trabajo dentro de las cofradías de constructores a lo largo del Camino de Santiago (14). Ciertamente, no parece casual que esta sevillana calle Venera esté entre la parroquia y la capilla de San Andrés, de cúpula ochavada, junto a la que hubo un hospital para alarifes. Hoy, la cruz de los constructores ilumina el rostro de la panadera Virgen de Regla.

Y otro detalle, cuando menos, curioso: la lápida de la tumba de José Gestoso está presidida por una cruz patada.

Pero volvamos a la Pajería. La casa donde habían estado los templarios y las carmelitas permaneció prácticamente intacta hasta 1882, año en que se reformó a fondo siguiendo patrones neoclásicos, con cierros acristalados y balcones  (15). Menos mal que antes el cardenal carmelita Joaquim Lluch i Garriga mandó hacer antes de la reforma un dibujo de su estado primitivo, y con él ilustró una edición del Tratado de las Moradas ese mismo año (16), poco antes de morir. Por delante de ella ya discurría el Camino de Santiago, el de la Vía de la Plata, que se abre en la puerta de San Miguel de la Catedral hispalense.



(1) Bécquer, Gustavo Adolfo. Rimas y leyendas. El monte de las ánimas
(2) Vorágine, Santiago de la. La leyenda dorada
(3) Gómez Ramos, Rafael. La iglesia de Santa Marina de Sevilla
(4) Ibid. 2
(5) Alarcón Herrera, Rafael. La maldición de los santos templarios
(6) Musquera, Xavier. Los templarios en España
(7) Bermejo y Carballo, José. Glorias religiosas de Sevilla
(8) Osma, Guillermo Joaquín de. Apuntes sobre cerámica morisca. Azulejos sevillanos del siglo XIII
(9) Se estima que la pintura actual es posterior, de mediados a finales del siglo XIV. Según otra leyenda, tres caballeros franceses de la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén fueron liberados milagrosamente de los turcos por la Virgen, por lo que construyeron a sus expensas el santuario de Rocamadour en Francia.
(10) Ibid. 5. El donado es un caballero que no profesa los votos de pobreza, castidad y obediencia.
(11) Alfonso X el Sabio. Cantigas de Santa María
(12) González de León, Félix. Noticia histórica del origen de los nombres de las calles de esta M.N.M.L y M.H. ciudad de Sevilla
(13) Alarcón Herrera, Rafael. A la sombra de los templarios, que cita al Líber Santi Jacobi: "Estas dos conchas de la venera, que están talladas como los dedos de una mano".
(14) Lamy, Michel. La otra historia de los templarios
(15) Vázquez Consuegra, Guillermo. Sevilla, cien edificios
(16) Lluch i Garriga, Joaquim. El castillo interior o Tratado de las moradas, escrito por Santa Teresa de Jesús

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