Los conventos sevillanos son la mejor muestra de cómo Sevilla asumió el culto simultáneo a los dos santos Juanes, que es tanto como decir que asumió la contemplación del ciclo anual y eterno de las puertas de lo divino y lo humano. El libro Sevilla Oculta (1) es la muestra más rica de esto que afirmo, recogiendo nueve casos de este bifrontismo devocional, en otras tantas iglesias conventuales femeninas, edificadas entre los siglos XIII y XVII por las distintas órdenes.
Tal vez sería más exacto llamarlo, mejor que bifrontismo, "enfrentismo" (si se me admite la palabra), porque los santos solsticiales suelen estar en nuestras iglesias sevillanas a ambos lados de la nave: el Evangelista en el lado del Evangelio y el Bautista enfrente.
Las clarisas franciscanas tuvieron su convento pocos años después de la conquista por cesión de Sancho IV de unas viviendas que habían pertenecido en el repartimiento a un hijo del Santo Rey, Don Fadrique, el que fue desleal con su hermano mayor Alfonso X y ajusticiado en consecuencia, el de la famosa torre, dentro del palacio de Bibarragel, junto a la puerta del mismo nombre (o de Bib Arragel o Vib Arragel). En la torre parece que murió un caluroso verano la princesa Cristina de Noruega, primera esposa de otro de los hijos de Fernando III, el templario Felipe, que no llegó a ejercer como arzobispo de Sevilla, aunque había sido preparado para ello. En Santa Clara, dos retablos gemelos están dedicados a los santos Juanes, trazados por Martínez Montañés con aportación de Francisco de Ocampo.
En otros casos, los santos están en paralelo, lo que no deja de ser una forma de bifrontismo. Es el caso del Convento de las Madres Comendadoras del Espíritu Santo, donde están las Niñas de la Doctrina, y es el caso también del Convento de la Encarnación, de religiosas agustinas, frente a la Catedral. En ambos retablos mayores aparecen de nuevo nuestros Santos Juanes, acompañando a la Inmaculada o a la Asunción.
Y al ser la forma más sutil, resulta ser la más sevillana: de San Juan de la Palma sale cada Domingo de Ramos María Santísima de la Amargura, enmarcada por el Bautista, por la puerta que predica que no ha nacido de mujer nadie más grande que él, y asistida por el Evangelista, que, a su lado, le abre la puerta del camino que ambos deben seguir juntos.
Y todo ello después de un cuerpo de nazarenos que ostentan calladamente la Cruz de Malta en su antifaz, sobre su pecho, y tras un Silencio Blanco que es principio y fin de todas las beatitudes.
(1) Valdivieso González, Enrique y Morales Martínez, Alfredo J., con fotos de Arenas Sevilla Oculta
www.artesacro.org
www.sevillapedia.wikanda.es
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