Al iniciarse el siglo XVII, la denominación de Pajería no
solo designaba a la calle, sino que en realidad se aplicaba a todo el espacio
de la mancebía, incluida la laguna que existía al norte del antiguo compás.
¿Qué fue en el siglo del claroscuro de nuestra casa de la
Pajería, de aquella que había sido palacio del rey Sabio, priorato del Temple,
convento carmelita descalzo de San José, hospicio de niñas desamparadas, lugar para el consuelo del Dulce Nombre, y sabe Dios qué más?
Al otro lado de la muralla, entre esta y el río, el bullicioso y cosmopolita Arenal. Por el norte lo delimitaba el arrabal de la Cestería, con sus calles: Vírgenes (actual Santas Patronas), de casas adosadas a la muralla; Galera, con su cárcel de mujeres; Cestería (primer tramo de Pastor y Landero y posiblemente parte de Galera, donde está la placa del nombre antiguo); y extendiéndose hasta la actual calle Arenal. Por el sur lo delimitaba el arrabal de la Carretería, que parece que aún no tenía rotuladas sus calles, junto a las Atarazanas. En el centro estaba el monte del Malbaratillo, vertedero de la ciudad y al mismo tiempo lugar de mercadillo, junto al cual se erigió, tras la peste de 1649, una cruz que dio origen a una ermita y, más adelante, a la actual capilla del Baratillo. Con el tiempo, el monte sería nuestra plaza de toros. Y hoy la Santa Cruz es el primer titular que se proclama en el título de la corporación de la calle Adriano.
El lugar era imperio de todo tipo de marginados, pícaros y bravucones pendencieros, personajes de novela que, siendo reales, eran teatrales. Por eso era un lugar famoso incluso fuera de Sevilla. Cervantes nos contó cómo Pedro del Rincón y Diego Cortado vinieron a vender aquí, por veinte reales, las dos camisas que le habían robado, según entraban en Sevilla, a un francés (2). Quién sabe, después de todo, si Cervantes, con experiencia carcelaria, no se inspiró en hechos reales. Quizá no sea casualidad que la casa de Monipodio se haya localizado en la calle Betis, en las inmediaciones de Santa Ana, a poca distancia del puerto de las Muelas (o las Mulas) y no lejos del castillo inquisitorial de San Jorge. Quizá el nombre de Monipodio, el padrino que rebautizó a los dos pícaros, era un nombre ficticio para el hermano mayor o el capataz de la Garduña. En esta hermandad y cofradía de delincuentes, bajo la autoridad absoluta del hermano mayor estaban los capataces provinciales y, a sus órdenes, todo un ejército de punteadores (matones y asesinos), floreadores (ladrones), postulantes (recaudadores), fuelles (aprendices, entre los que estaban los chivatos y soplones) y, por supuesto, sirenas (prostitutas y sirvientas delatoras). Un tercio de las ganancias (que no eran pocas) iba para el culto a las Ánimas Benditas del Purgatorio. Precisamente en Santa Ana hubo una hermandad de Ánimas, con capilla presidida por san Miguel, el pesador, y allí se sepultaban los hermanos de toda condición social.
Sevilla era, además del imperio de los conventos, del comercio, de la aristocracia, de las cofradías y de la Inquisición, el del crimen organizado, que se movía a sus anchas por el Arenal.
Y sin embargo, este espacio abierto, junto al río, era también, paradójicamente, lugar de paseo y esparcimiento (3) a pie, a caballo o en coche.
El Arenal es proscenio del gran escenario teatral que es
Sevilla. Si nos imaginamos ser espectadores, sobre el caserío de Triana, en la
vertical de Santa Ana, con el convento de Los Remedios a la derecha y el
castillo a la izquierda, percibiremos el río como foso orquestal... y, como
telón de fondo del Arenal, la vista clásica de Sevilla, con la Catedral, la
Giralda y las otras torres (4), y el muro de la Pajería en primer plano. Vista
estereotipada e icónica de nuestra ciudad, que incluso ha hecho que el plano
tópico de Sevilla responda a esta visión de oeste a este, en lugar de tener el
norte arriba como todos los demás.
Por culpa de los mosquitos de las lagunas, la ciudad era un foco de paludismo, y además había brotes de cólera todos los años. Se daban numerosos casos de fiebres, llamadas en la época tercianas y cuartanas, según los días que duraban. Hasta tal extremo fue así que se extendió la devoción a la Virgen de las Fiebres, en el cercano convento de San Pablo (7).
En la fangosa laguna de la Pajería se había criado el lagarto que el sultán de Egipto regalara a su pretendida Berenguela, la hija de Alfonso X. El lagarto fue el mejor guardián de la piscifactoría que tenían los templarios. ¿Y no se comía los peces? Pues no, porque comía de la mano de Isidoro de León, el venerable Isidoro Hispalense, maestro de los freires, el que renunció al trato carnal que le había recomendado el médico y recibió la ayuda de la Virgen de Atocha (8).
En la fangosa laguna de la Pajería se había criado el lagarto que el sultán de Egipto regalara a su pretendida Berenguela, la hija de Alfonso X. El lagarto fue el mejor guardián de la piscifactoría que tenían los templarios. ¿Y no se comía los peces? Pues no, porque comía de la mano de Isidoro de León, el venerable Isidoro Hispalense, maestro de los freires, el que renunció al trato carnal que le había recomendado el médico y recibió la ayuda de la Virgen de Atocha (8).
A la orilla de la laguna seguían existiendo las “casuchas” de prostitución. La propia calle de la Pajería, la principal del antiguo compás, era angosta y tortuosa, hasta el extremo de que los ejes de los carruajes dañaban las fachadas. Aún peor era la calle de las Mancebías o de las Boticas, desde Harinas al “Compás del Sur de la Laguna” (10).
Sobre 1612, una vez desecada la laguna definitivamente, se
instaló allí un mercado y, en el centro de la
zona más ancha, al norte, aprovechando también la plaza de la Tonelería, la
“Hermita de Nuestra Señora del Mayor Dolor, “una pobre ermita” (11), “pequeñita
pero muy primorosa en su construcción, con su media naranja y linterna” (12).
En ella residió al parecer una hermandad de la Santísima Cruz y Nuestra Señora
del Mayor Dolor, a la que se debió la colocación frente a la ermita de una
cruz, que permaneció allí hasta comienzos del siglo XIX (13).
En ese año de 1612, en un intento de rehabilitar la zona, se labró la
calle nueva de la Laguna, base de la actual Castelar, y por contra se derribó el arquillo de Atocha. Las casas de comercio carnal fueron
proscritas en todo el reino por Felipe IV en 1623, pero no desaparecieron en la
Pajería. Incluso hubo un intento municipal por reabrir “oficialmente” la
mancebía en 1631. Y así fue avanzando el siglo, con el Arenal y la Laguna, como
dos nombres propios...
(1) Serrera Contreras, Ramón María. Lope de Vega y el Arenal de Sevilla. Se llaman Lucinda las protagonistas de El Arenal de Sevilla y El ruiseñor de Sevilla
(2) Cervantes Saavedra, Miguel de. Rinconete y Cortadillo
(2) Cervantes Saavedra, Miguel de. Rinconete y Cortadillo
(3) Montoto
Sedas, Santiago. El Arenal de Sevilla en la historia y la literatura
(4) Ibid. 2
(5) Ibid. 2
(6) Vega Carpio,
Félix Lope de. El ruiseñor de Sevilla
(7) Mena y Calvo, José María de. Todas las Vírgenes de Sevilla
(8) Alarcón Herrera, Rafael. La maldición de los santos templarios
(8) Alarcón Herrera, Rafael. La maldición de los santos templarios
(9) Ibid. 8. No
tengo constancia concreta de una iglesia del Temple en el compás, pero parece
obvio que debió de haber una, posiblemente junto a la laguna.
(10) González de
León, Félix. Noticia histórica del origen de los nombres de las calles de
esta M.N.M.L y M.H. ciudad de Sevilla
(11) Matute y
Gaviria, Justino. Anales eclesiásticos y seculares de la Muy Noble y Muy
Leal Ciudad de Sevilla
(12) Ibid. 10
(13) Falcón
Márquez, Teodoro. Una arquitectura para el culto. Sevilla Penitente, tomo 1
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