martes, 13 de mayo de 2014

SEVILLA SALOMÓNICA (19: CON LAS LUCES, LAS CRUCES)

Así como en el siglo XVII Sevilla había sufrido la calamidad de la peste, también tuvo que soportar otra catástrofe a mediados del XVIII. La ciudad, aunque estaba bien avanzado el siglo de las Luces, vivía aún en el Barroco cuando sufrió, en 1755, el terremoto (de Lisboa) que hizo tañer solas las campanas de la Giralda. Fue una ruina para el caserío de la ciudad y convirtió sus calles en “teatros de amargura y sentimiento”, pero no ocasionó pérdidas personales, lo que se atribuyó a la intercesión de la Virgen Inmaculada.1 Y su triunfo dio nombre a la plaza entre la Catedral, la Lonja, el Alcázar y el Hospital del Rey.

En 1760 fue nombrado asistente de Sevilla Ramón de Larumbe, caballero de la Orden de Santiago, miembro del Consejo del “cathólico y muy alto y poderoso Sr. D. Carlos III”, intendente general del ejército de los Cuatro Reinos de Andalucía y superintendente general de Rentas.2

Lápida de la columna de la izquierda
(según el espectador) de la pareja exterior
de la Alameda de Hércules
El asistente Larumbe completó el paseo de la Alameda de Hércules en 1764, con un nuevo distilo en el extremo cercano a la muralla, dando réplica al que colocara el conde de Barajas en el siglo XVI con columnas procedentes del templo romano de la Costanilla. Cayetano de Acosta realizó las nuevas columnas, rematadas por leones y escudos representativos de España y Sevilla. En ellas, sendas lápidas, prácticamente ilegibles ya, presentan en su cabecera, en salomónica solución, dos símbolos que además, por separado, tienen seguramente raíces salomónicas: el símbolo civil, el lema de la ciudad, el “nomadejado” de Alfonso X, acaso infundido por el nudo infinito de Salomón;3 y el símbolo religioso, la cruz patada (pattée) que difundieron los templarios, los Pobres Compañeros (Commilitones, compañeros de lucha) de Cristo y del Templo de Salomón, desde que el papa cisterciense Eugenio III se la otorgó en 1147. La forma ensanchada de sus extremos –como patas– parece inspirada en el crismón pirenaico. Es la misma cruz del Agnus Dei y de los sellos de los maestres templarios. Sobre su simbología se ha escrito mucho, como alegoría del ciclo solar y de la cuadratura del círculo, y como señal de los maestros iniciadores.4

El gran patrocinador de los templarios fue san Bernardo. La disciplinada orden, aguerrida y religiosa a un tiempo, daba cuerpo a los deseos del santo en su vocación de librar Tierra Santa de los enemigos del Cristianismo. El Doctor melifluo, como era llamado Bernardo, le dio su respaldo moral y espiritual en su Elogio de la nueva milicia (De laude novae militiae), inspiró su regla, de grandes analogías cistercienses, y fue su principal valedor en lo económico y en lo político.

San Bernardo había ingresado en el Císter en 1109, cuando la orden, restauradora del rigor benedictino, tenía apenas una década de existencia. En 1115 fundó la comunidad de Claraval (Clairvaux), cambiando el nombre del valle de la Amargura, y dos años después fue investido como abad. Por su influencia –fundó sesenta y ocho monasterios en toda Europa–, puede afirmarse que fue el padre del gran crecimiento cisterciense.5 El Císter y el Temple, por tanto, estaban estrechamente unidos.

Hornacina del brocal del pozo
de San Isidoro del Campo
Alonso Pérez de Guzmán, el Bueno, y su mujer, María Alonso Coronel, fundaron en 1301 el monasterio de San Isidoro del Campo en el lugar donde según la tradición estaba el colegio que creó san Isidoro, el arzobispo sevillano que fuera ponderado como un nuevo Salomón, y donde estuvo enterrado el santo patrón sevillano hasta el traslado a León en 1063.6 El monasterio se entregó a los monjes del Císter –caso insólito en el sur de España–. Luego vendrían los jerónimos. Pero antes, la iglesia cisterciense guardó como reliquia, en una hornacina protegida por una reja, un fragmento del brocal del pozo erosionado por el agua y la soga, que había hecho meditar al santo sobre el valor de la perseverancia, con una leyenda en latín que proclama que la gota horada la piedra; y, sobre la leyenda, la cruz patada.7

Lápida de limosnas de la
Capilla de San José
Un detalle significativo:  San Isidoro del Campo, junto a Itálica, responde a la misma tipología de templo fortificado de la Real Parroquia de Santa Ana, donde desde la restauración de 1972 lucen cruces templarias,8 y de la parroquia de San Antón de Trigueros, que los templarios construyeron para los antonianos.9

En Sevilla, podemos ver la cruz patada en lápidas, en el Salvador, en la Magdalena o en la Capillita de San José, que construyeron los carpinteros sevillanos. Pero, ciertamente, no abunda en las iglesias sevillanas, y está totalmente ausente en la heráldica cofrade de la ciudad, salvo el significativo caso de la cruz patada de plata de los mercedarios.10

En 1767 fue nombrado asistente de Sevilla Pablo de Olavide. Había nacido en Perú y había tenido una azarosa juventud, aparte de una exquisita formación, y había vivido en Francia, quedando impregnado de la filosofía de la Ilustración. Es curiosa la personalidad de Olavide, en la que se aúnan el espíritu filosófico enciclopedista, ponderado incluso por Voltaire, y una fuerte conciencia católica, que lo llevó a ser caballero de la Orden de Santiago e incluso a escribir El Evangelio en triunfo.11

Azulejos de cuarteles, barrios y manzanas
Cuando Carlos III, aconsejado por Campomames, lo designó superintendente para las Nuevas Poblaciones y asistente de Sevilla, Olavide pensó implantar aquí ideas y criterios propios de París. Mandó realizar el primer plano de Sevilla en 1771. Modernizó el gobierno municipal e instituyó la figura del alcalde de barrio. Organizó la ciudad en cuarteles (quartiers), barrios y manzanas, rotulando las calles, las lindes de las manzanas y determinados edificios relevantes, con pequeños azulejos. El ejemplo lo siguieron muchos particulares para los números de las casas. Y en todos los azulejos, por sistema, presidiendo, la misma cruz patada que utilizara la orden templaria, de francesas y cistercienses raíces.

Azulejos de edificios y casas
Raíces francesas tuvieron también los jardines de las Delicias, luego afinados por el asistente Arjona en 1825. El propio nombre que dio Olavide a la novedosa zona verde de Sevilla es un homenaje a Voltaire, del que fue huésped en su finca de recreo, llamada “Les Délices”. El Panteón de Sevillanos Ilustres es otro ejemplo parisino, aprovechando la cripta de la Casa Profesa de los expulsados jesuitas. Olavide, encargado de dar utilidad a los bienes de la Compañía y, por otra parte, de crear la Universidad sevillana, laica y unitaria, concibió así salomónicamente el nuevo uso integral del edificio de la calle de la Compañía (hoy Laraña, aunque con Olavide conservó el antiguo nombre dedicado a los jesuitas),12 manteniendo y aun abriendo a la ciudad la devoción del Cristo de la Buena Muerte. No deja de ser curioso: Sevilla, que había sido la nueva Jerusalén, la nueva Roma e incluso la nueva Babilonia, quería ser la nueva París.

Olavide ocupó el cargo de asistente en Sevilla hasta que en 1778 tuvo que comparecer ante el tribunal de la Inquisición.13

Azulejos de calles
¿Obedece la cruz de los azulejos a un ánimo de homenajear a los templarios? No olvidemos que Voltaire y Campomanes, dos de los amigos de Olavide, se significaron como historiadores recuperadores de la memoria de los caballeros del Templo de Salomón.14 Por otra parte, se cree, aunque no hay seguridad, que Olavide era masón. Otro de sus empeños fue la recuperación del barrio de la Mancebía, antes ocupado por el compás templario de Sevilla...

En cualquier caso, ahí están los “azulejos de Olavide”, un tesoro de la historia hispalense, gracias a los cuales conservamos memoria viva de nombres antiguos y entrañables. Hasta en la Catedral colocó el asistente un distintivo (de piedra en este caso) para señalizar cuartel, barrio y manzana…

Habremos de centrarnos en la Catedral en la próxima entrada.



1. Roda Peña, José. Sevilla, hitos y mitos
2. Placa del mercado de la Feria, en Omnium Sanctorum, abierto en el mismo año de 1764. En ella solo figura el lema NO8DO.
3. Se recomienda la lectura del artículo núm. 2 de esta serie, Rey sabio, nudo infinito.
4. Se recomienda la lectura del artículo núm. 14 de la serie La casa de la Pajería y sus circuntancias, titulado Geometría y devociones.
5. Merton, Thomas. San Bernardo, el último de los padres
6. Se recomienda la lectura del artículo núm. 1 de esta serie, Etimologías, letanías, columnas y tronos de la sabiduría.
7. Guía del Monasterio de San Isidoro del Campo, editada por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía
8. Ibid. 3
9. Se recomienda la lectura del artículo núm. 13 de la serie La casa de la Pajería y sus circuntancias, titulado Al fin, los orígenes; por fin, el mar.
10. Se recomienda la lectura del artículo núm. 16 de esta serie, Elevar la mirada y dar gracias al cielo.
11. Defourneaux, Marcelin. Pablo de Olavide, el afrancesado
12. Ibid. 11
13. Ibid. 11
14. Voltaire. Historia Universal. Rodríguez Campomanes, Pedro. Dissertaciones históricas del Orden y Cavallería de los Templarios. Se recomienda la lectura del artículo núm. 10 de la serie La casa de la Pajería y sus circuntancias, titulado La cruz en triunfo.

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