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Toda
cueva es concavidad y toda concavidad viene a ser como una cueva. Cóncavo era
el Mar de Bronce del Templo de Salomón, imagen de un mar de gracias y virtudes,
figuración de las aguas primordiales. La Iglesia vio en María un reflejo del
Mar de Bronce, como ha visto siempre en Ella las aguas esenciales,
amnióticas. Quizá por esto existe, más allá del fundamento vinculado a san
Fernando y a la conquista de la ciudad, la advocación a la Virgen de
las Aguas.
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María Santísima de las Aguas |
Las
palabras de san Gabriel son una actualización del «Fiat lux» («Hágase
la luz»), una renovación de la cosmogonía, de la Creación, porque la
Encarnación de Cristo en el seno de la Virgen María tiene la connotación de un
acto de Creación, con el Espíritu cubriendo a María de igual modo que el viento
de Dios había aleteado sobre las aguas.
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El
tocado de tul, inspirado en la imaginería castellana del Renacimiento y en el
arte barroco de Velázquez y Murillo, lo vemos envolviendo como un velo, sobre
el manto, la cabeza, los hombros y las mangas de Nuestra Señora de las Aguas,
en una expresión tan rotunda de dolor y de misticismo que no necesita puñal, y
en una plasmación tan fina de sevillanismo que no precisa de toca ni de
bordados en el manto.
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Del
libro de Antonio Hernández Lázaro El paso de palio: la búsqueda,
Editorial Almuzara, 2018, pp. 29, 65 y 190.
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