viernes, 12 de abril de 2019

VIERNES DE DOLORES, VIERNES DE AMOR

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El amor cortés era, claramente, un amor humano, diferenciado del amor místico profesado a la Virgen, pero compartía con este un tronco común platónico. San Bernardo distinguía claramente lo cortés de lo místico, y, de hecho, no le gustaba el amor cortesano. Pero la deriva fue inevitable, porque el amor a la Virgen, que feminizaba lo divino, se sentía como un espejo del amor cortés, que divinizaba lo femenino. Se asumía como adecuado aplicar a la Virgen el concepto del eterno femenino, agradable, dulce, atractivo e incluso deleitoso. Se veía a María idealizada en un amor imperecedero, transmutándose así la atracción humana en devoción mariana, de índole superior aunque con claves sensoriales.
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Paso de María Santísima del Amor
La hiperdulía devenía así enamorada, embelesada. Se había abierto la puerta a un amor cortés platónico, idealizado, sublimado, específicamente dedicado a la Virgen María. Lo sensorial fue aceptado como vehículo de religión, llegando a admitirse en el culto a la Virgen María una cierta y moderada sensualidad, porque María, como era un ideal inalcanzable, podía ser venerada —como de hecho lo fue y aun lo es— con oraciones apasionadas y románticas meditaciones, impidiendo su perfección que el placer experimentado en el acercamiento a Ella fuera pecaminoso.
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El rojo es el color de la Encarnación y del Amor Hermoso y es por ello el tono de la evolución espiritual. Para san Isidoro hay concordancia entre el color y el calor, y así, al ser el rojo la coloración más saturada, es para este santo hispalense el tono del fuego y del Sol. Todo tiene sentido.
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Del libro de Antonio Hernández Lázaro El paso de palio: la búsqueda, Editorial Almuzara, 2018, pp. 152, 153 y 206.


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