Sevilla creyó un día
poder trocar tiniebla en alborada,
hacer de esta hora fría
oración entregada,
y fue posible el sol de madrugada.
Sevilla soñó un día
vivir la buena nueva del mañana.
Se encomendó a María
y la sintió cercana,
mujer sin mancha, perla sevillana.
Sevilla anheló un día
ver el alba al final de la negrura,
siguió su clara guía
y halló en la noche oscura
de alma el bálsamo de su dulzura.
Sevilla escuchó un día
el armonioso canto de la gloria,
sublime melodía,
leal dedicatoria,
fiel coro angelical por su victoria.
Sevilla entendió un día
que la resurrección era alcanzable
y vivió la alegría
de la gracia incontable
y de la plenitud indescifrable.
Sevilla quiso un día
convertir las tristezas en fulgores,
el llanto en fantasía,
las penas en clamores,
y dio forma al querer de sus amores.
Sevila anduvo un día
el camino de amor del paraíso
rindiendo pleitesía
–dichoso compromiso–
a la que es Reina porque Dios lo quiso.
Sevilla encontró un día
un sentido feliz de penitencia
haciendo compañía
a la eterna inocencia
que impera tras la sórdida Sentencia.
Sevilla aprendió un día
a ser el aire para un palio en vuelo,
se hizo candelería,
se transformó en pañuelo
y presintió subir con Ella al cielo.
Sevilla esperó un día,
y descubrió, en esa su Esperanza,
la luz de mediodía,
los vientos de bonanza,
y en María encontró su semejanza.
Y en la Virgen confía
sabiéndose de Gracia de Dios llena.
¡Venturoso fue el día
en que vio, enhorabuena,
que aquí bajó a vivir la Macarena!
No hay comentarios:
Publicar un comentario