Hasta
el siglo XIX, todos los palios eran luctuosos, sobrios y severos;
eran palios de cajón, sin ninguna concesión a la creatividad
estética en el remate de las caídas. En la segunda mitad del siglo
empezaron a verse ejemplos innovadores en el color y la forma. Las
bambalinas de Montserrat, de 1855, de valiente y menudo diseño
asimétrico, exteriores a los varales y con corbatas angulares,
trajeron un azul oscuro de cielo estrellado, adornado con las flores
de las virtudes marianas. Como otra corriente, se diseñaron palios
negros con grandes hojas de acanto y hojarasca, como el de cajón de
la Virgen de Loreto, que hoy es de la Virgen de las Tristezas, en
1885, o el del Mayor Dolor en su Soledad, de 1886, que ya apuntaba la
tendencia de vincular las caídas a los espacios entrevarales. En
1898, las bambalinas de cajón de la Virgen de las Lágrimas
remataban en una línea curva, como un dosel, con un sutil toque
femenino en sus sedas de colores.1
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Monumento a Juan Manuel Rodríguez Ojeda |
Pero
en 1901, Juan Manuel Rodríguez Ojeda, con el palio azul de la
Amargura, rompió definitivamente los esquemas y trajo la alegría al
paso de palio. Floreció el arte exuberante del bordado de realce,
que llenó de motivos vegetales y simbólicas figuras de oro abultado
los terciopelos de los palios y vinieron para quedarse el color y la
curva. Fue un fenómeno cultural popular, pero culto, y según
avanzaba el nuevo siglo se fue
desarrollando y consolidando el estilo.
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Nuestra Señora de la Hiniesta |
De 1906 son las bambalinas de
la Hiniesta, de un azul claro lánguido y tranquilizador, tono de
bondad, de lealtad y de gloria, de un alto cielo, ya diurno, bordado
con la albedo de la
plata, en busca de la inocencia y del perdón.2
También
es de cielo de azul y plata el palio de la Candelaria, de 1924. Y de
1929 es el palio neogótico de Nuestra Madre y Señora de la Merced,
con hojas de cardina sobre terciopelo azul y medallones de Cristo
Salvador del Mundo, los apóstoles y las patronas santas Justa y
Rufina. El concepto de palio de cielo se mantuvo con el Dulce Nombre,
la Palma, las Angustias, los Ángeles o la Estrella, y con el de la
Virgen de Guadalupe, que tiene a la Inmaculada de la plaza del
Triunfo, fiel a la iconografía de Murillo, bordada en sus
bambalinas.3
Se
había abierto la puerta a una nueva forma de entender el marianismo;
se había dado cauce a la alegría en Semana Santa. Con los colores
vino la exaltación de las emociones, que hasta entonces se diría
que estaban referidas únicamente a la contrita devoción a la Virgen
dolorosa. Y con las curvas y los picos de las bambalinas la devoción
mariana se impregnó de matices, contemplando las virtudes femeninas
en la Virgen, para alabarla y consolarla a un tiempo. Entraron nuevos
elementos decorativos: caracolas, anillas, conchas, macetillas,
salcillos, piñones,... que se sumaron a los elementos de cerrajería
sevillana y diseños populares de los mantones de Manila. Llegaron
las sedas, los terciopelos, las mallas, las telas caladas, los
efectos aéreos y translúcidos. Se multiplicaron los elementos
decorativos y simbólicos, se buscó la armonía, y se atendió al
dinamismo de la marcha del paso, dándole un aire femenino al hacer
bailar rítmicamente las bambalinas con las mecidas.4 Y la
experiencia simultánea del arrepentimiento y la compasión –dos
caras de una misma moneda en Semana Santa– condujo al pueblo
sevillano a una suerte de purificación catártica.5
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Maria Santísima de la Estrella |
Pero
he aquí que ese proceso de feminización de las caídas del palio en
el siglo XX viene a ser como el proceso alquímico de la sublimación,
el peldaño que sigue a la calcinación por el fuego sagrado,6 a
la “noche oscura del alma”, a la soledad y la desolación,7 a
la angustia existencial de la fase iniciática. La sublimación
alquímica supera la nigredo
que representa la materia prima para la gran obra, la piedra sobre la
que pone sus pies la Virgen;8 es como una resurrección
que hace etéreos los sólidos; es un momento imponente e inspirador,
transportador y elevador, trascendente y magnífico, que levanta las
barreras del tiempo y del espacio; es un instante santo, perceptible
solo por los iniciados, una súbita experiencia de alegría, una
llamada al refugio de la paz interior.9 Solo la
sublimación hace la paz entre el cuerpo y el espíritu.10 Sevilla, buscando esa paz, más allá de los renglones torcidos del
siglo XX, sintió haberla encontrado en el paso blanco y argénteo de
la Virgen de la Paz, en plena posguerra.11 Pero volvamos a los
primeros años de la pasada centuria.
Juan
Manuel realizó en 1908 el palio rojo de la Macarena, con bambalinas
de malla de oro, fusionando a la perfección, de forma
revolucionaria, lo erudito y lo popular. El palio se perdió, pero la
idea no podía perderse, y ese palio sirvió de inspiración para el
que hoy presta su calidez a la Esperanza Macarena en la Madrugada del
Viernes Santo.12
Siguió
vivo el modelo de palio de cajón de un rojo granate, siguiendo el
ejemplo del de la Victoria, y Rodríguez Ojeda creó el del Mayor
Dolor y Traspaso y el de la Presentación, que recuerda la
iconografía inmaculista anterior a Pacheco al combinar con el azul
del manto. Casi es de cajón el palio granate, más moderno,
de los Dolores de Santa Cruz, con cartelas de símbolos de la Letanía
Lauretana. En 1924, Juan Manuel firmó el paso del Subterráneo,
armonizando morado, azul y rojo, aún con ecos decimonónicos. Con el
morado se exaltaron el arrepentimiento y la penitencia, como
ocurriría más tarde, en 1954, con el palio de la Caridad del
Baratillo.13
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Maria Santísima de la Amargura |
Las
bambalinas juanmanuelinas se hicieron ya rojas en el palio de la
Amargura, en el de Madre de Dios de la Palma y en los póstumos del
Refugio y de la Encarnación. El rojo pasional, a lo largo del siglo,
caracterizó el dosel del Valle, bordado en plata, y las bambalinas
de Regla, de la O, de la Angustia o del Buen Fin.14 Se
mostraban ya, abiertamente, los sentimientos de pasión y martirio,
porque el rojo es la esencia y la expresión culminante del color,
referente de actividad y de intensidad, de fuerza y de calor, de la
sangre palpitante y del fuego, de los sentidos vivos y ardientes, del
amor apasionado.15 La obra en rojo, la rubedo,
es la tercera fase de la gran obra, el tono de la evolución
espiritual.
La
religión y la alquimia tienen más paralelismos de lo que se
reconoce.16 La exaltación es, en la gran obra alquímica, el
peldaño en el que se convierten los cuerpos existenciales en oro
puro y es con el oro como se alcanza la piedra filosofal. Porque el
oro es imagen de la luz solar y de la inteligencia divina, de los
bienes espirituales y de la iluminación suprema, y simboliza todo lo
superior. Por eso en el oro está la gloria en la liturgia católica.17
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María Santísima del Rosario en sus Misterios Dolorosos |
Tenían
que proliferar las bambalinas de oro siguiendo el modelo de la
Macarena, y proliferaron. Y el paso de palio alcanzó su máxima
expresión gloriosa, desde la ligereza de las bambalinas de la Virgen
del Socorro hasta la gravidez de las del Patrocinio, desde la
contención de las de los Desamparados hasta la magnificencia de las
de la Esperanza de Triana, estando en medio las de la Virgen de la
Salud que hacen dorado el paso blanco del barrio León, las de las
Aguas del Museo de agudas formas triangulares, las de la Aurora del Domingo de Resurrección y las de la Regina
Sacratissimi Rosarii de Monte
Sión, de motivos vegetales y hojas de acanto, rematadas por jarrones
de flores a modo de airosa crestería, y cuya música se acompaña
del tintineo de los rosarios que cuelgan de los varales.18 En
este palio de la Virgen del Rosario, sobre el negro de
sus faldones y el blanco de
su manto abullonado –los tonos distintivos de la Orden de
Predicadores–, luce en su palio, directamente, el oro de la
perfección, como la estrella que adornó la frente de santo Domingo
de Guzmán.19 El paso, más reciente, de la otra Virgen del
Rosario, la del Polígono de San Pablo, nos describe la cruz
trinitaria con su palio azul combinado con el manto rojo. Pero hay
también un oro inmaculista junto al palio celeste, en las bambalinas
de la Virgen de Consolación, como el sol que reviste a la mujer del
Apocalipsis.
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Nuestra Señora del Patrocinio |
Porque esta vieja urbe siempre ha salido de los episodios apocalípticos exaltando su devoción a la Virgen María. Después del desastroso siglo XIV, con una epidemia de peste y una guerra por el trono, y con el conflicto que degeneró en la destrucción de la judería, no pensó en otra cosa que en edificar una catedral que hiciera que nos tomaran por locos. Después de la peste de 1649, se amparó en la devoción a la Inmaculada Concepción, viéndola, por los ojos de Murillo, reinar en el cielo que profetizara Juan de Patmos.20 Y tras el convulso siglo XIX y el desastre del noventa y ocho, en medio de la debacle y la desmoralización, en ese momento crítico, encontró la forma de exaltar sus emociones marianas, personificando en Ella su esperanza.
Por
eso, finalmente, florecieron las bambalinas verdes para mostrarnos el
camino. Pero, como la piedra primordial representada por el león
verde escondido en la cueva de la montaña, que, tras vencer al
dragón, se yergue para “devorar” el sol de oro, solo podremos
emprender ese camino si nos hacemos espiritualmente de oro,
tras vencer al dragón de nuestras propias imperfecciones. Solo
así el neófito se convierte en iniciado y podrá comprender el
Apocalipsis.21
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María Santísima del Rocío |
El
verde sustancial, primigenio, es el del palio de la Virgen del Sol. Y
el verde exultante de esperanza y de honra, de juventud y belleza, de
purificación y regeneración, es el que vemos en las bambalinas de
la Esperanza de la Trinidad y en las de la Esperanza aunada con la
Gracia de San Roque. Y es el que vemos en las bambalinas libres,
verdes y áureas, con sus conchas santiaguinas y sus cuernos de la
abundancia, de la dolorosa del Rocío.22 Es coherente, porque el
sagrado rocío, el agua sutil y pura que desciende del cielo
anunciando la aurora, alude a la iluminación espiritual, porque es
condensación del espíritu celeste, energía del creciente calor del
sol y elemento fundamental para alcanzar el elixir de la vida, porque
es agua portadora del secreto del aire, a punto de volverse tierra
con el fuego secreto de la naturaleza.23 Todos
intentaban atrapar sus gotas en primavera, en las noches de luna
llena, porque confería la inmortalidad. Para los orientales, el
“árbol del dulce rocío”, en la montaña sagrada, era el eje del
mundo.24
Siempre
la piedra, siempre la cueva, siempre la montaña, siempre el centro
del mundo. Y siempre la Virgen para purificarnos tras cada
Apocalipsis.
1.
Mañes Manaute, Antonio. Esplendor y simbolismo en los bordados,
en Sevilla penitente, tomo III
2.
Mañes, ob.cit. Cirlot, Juan Eduardo. Diccionario de símbolos
3.
Mañes, ob.cit.
4.
Mañes, ob.cit.
5.
“Catharsis (criticism)” - Encyclopedia
Britannica (www.es.wikipedia.org).
Sobre la relación de la catarsis con la nigredo, cfr. el Manual
del caballero Rosacruz de
Aldo Lavagnini (Magister).
7.
San Juan de la Cruz. La noche oscura del alma.
En el poema y el tratado del místico carmelita se narra el viaje del
alma desde el cuerpo muerto hasta su unión con Dios.
8.
En la Catedral de Toledo se puede observar, tras una reja, la piedra
en la que puso sus pies la Virgen cuando se apareció para imponer la
casulla a san Ildefonso (www.leyendasdetoledo.com).
Se recomienda leer el capítulo 2 de esta serie, titulado El
centro del mundo.
10.
Las Heras, Antonio. Alquimia
11.
Se recomienda leer el capítulo 6 de
esta serie, titulado La albedo.
12.
Mañes, ob.cit.
13.
Mañes, ob.cit.
14.
Mañes, ob.cit.
15.
Cirlot, ob.cit.
16.
Arola, Raimon. Alquimia y religión
20.
Apocalipsis 12: 1-6. Se recomienda leer el capítulo 7 de esta
serie, titulado La Virgen en el cielo y el cielo en la ciudad.
21.
Arola, ob.cit. También www.concienciadeser.es
24.
Cirlot, ob.cit.
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