martes, 29 de octubre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (8: NON NOBIS DOMINE, QUI UT TU)

La sombra del Temple es más alargada y sutil de lo que parece, incluso en Sevilla, donde estuvieron poco más de medio siglo.

Tras la disolución de la Orden, decretada en 1312, en el reino de Castilla y León, muchos templarios se integraron en las órdenes de Calatrava –sobre todo– y Alcántara y los bienes pasaron al rey, a los concejos o a la Orden de San Juan. En Aragón, muchos bienes pasaron a San Juan, pero se creó en 1317 la Orden de Montesa, que dio continuidad a la militancia templaria y a muchos de sus bienes. Y hay que hablar también de Portugal, donde los templarios tenían aún mayor influencia y donde en 1319 se creó la Orden de Cristo, clara heredera del Temple.

Pues bien, a principios del siglo XVII encontramos a un sevillano en la Orden de Santa María de Montesa y de San Jorge de Alfama, que así es el nombre completo de la institución promovida por Jaime II de Aragón y centralizada en el valenciano castillo de Montesa. Y no se trata de un sevillano cualquiera, sino de Juan de Oviedo y de la Bandera, jurado y maestro mayor de la ciudad, ingeniero militar y arquitecto, autor del Convento de la Merced, hoy Museo de Bellas Artes, de salomónica fachada y, por lo que ahora nos interesa, de la manierista iglesia de San Benito. Por cierto que también era escultor, atribuyéndosele el Cristo del Mayor Dolor.

La fachada sur de San Benito, que da a Luis Montoto, tiene una portada del siglo XVIII, pero sus argumentos heráldicos son, sin duda, anteriores, atribuibles por tanto a Juan de Oviedo. Se trata de cuatro cruces. De derecha a izquierda según la vista, vemos la cruz de San Jorge, la misma que llevaban entonces en su capa los freires de Montesa; en el centro hay dos cruces aparentemente idénticas, pero que podrían ser perfectamente las de Calatrava y Alcántara, diferenciadas solo en el color original (1); ...y en el extremo izquierdo la portuguesa cruz de Cristo (2), lo que es sin duda sorprendente: con su inclusión se completa precisamente el cuadro de las órdenes peninsulares que acogieron a los proscritos templarios y dieron con ello continuidad al espíritu caballeresco de san Bernardo, reformador de la Regla de san Benito (3). ¡La portada es el mapa de la Iberia templaria tras el Temple!


Es el momento de recordar otra vez el espíritu caballeresco de los nazarenos de San Benito.

Y otro detalle curioso: el último maestre de Montesa, que negoció con Felipe II la incorporación de la Orden a la corona, fue Pedro Luis Garcerán de Borja, hermano de san Francisco de Borja, el jesuita que sucedió en 1565 a Pedro Laínez como general de la Compañía.

Aunque no está acreditada la existencia histórica del romano Jorge de Capadocia, se le atribuye haber muerto martirizado en el año 303 por haberse confesado cristiano ante Diocleciano. Según leyenda medieval, es vencedor del dragón y salvador de la doncella que iba a serle sacrificada. La doncella es la Iglesia y el dragón es Satanás, el mal. Es el milites Christi, héroe de la Madre de Dios, patrón de caballeros y soldados y protector de los templarios. San Jorge es ejemplo de sincretismo religioso y cultural, venerado no solo en las diferentes iglesias cristianas, sino también por los musulmanes, por los judíos e incluso en iglesias afroamericanas.

La Cruz de San Jorge, roja sobre fondo blanco, fue, ya antes de las Cruzadas, signo del dominio en el Mediterráneo: patrimonio de la República de Génova en un primer momento, divisa de los templarios, protagonistas del tráfico marítimo durante las Cruzadas, salvoconducto de los ingleses más tarde en sus acciones en el Mare Nostrum y, finalmente, emblema de la Corona de Aragón. A propósito de genoveses y templarios, hay que reseñar que ambos intervinieron en la primera conquista cristiana de Almería y que hoy la Cruz de San Jorge es insignia principal del escudo de esta ciudad andaluza.

En definitiva, san Jorge es la manifestación humanizada de san Miguel.

El Arcángel Miguel (Qui ut Deus, Quién como Dios) es jefe de los ejércitos de Dios, portador de mensajes celestiales, pesador de almas, Justicia Mayor de los cielos y paladín del bien, vencedor apocalíptico del Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás (4). Y es venerado por todas las confesiones cristianas, por el judaísmo y por el islamismo. Es, sencillamente, la raíz del sincretismo que veíamos respecto a san Jorge.

¡En la catedral de Palencia hay un San Miguel con la cruz de San Jorge en el escudo!


San Miguel Arcángel siempre está en lo más alto: en el Mont Saint-Michel, en el Castel Sant’Angelo, en la Sacra San Michele junto a Turín, en el Sacromonte de Granada... Y así son también muchos enclaves templarios: Aralar, la Ara Coeli del Itinerario de Antonino, San Miguel el Alto en Toledo, la primera casa templaria castellana, la aragonesa y catalana Miravet (5) o la leonesa y extremeña Xerez de Badajoz, hoy Jerez de los Caballeros, de donde vinieron tantos templarios a la conquista de Sevilla...

En Sevilla, la campana del Colegio de San Miguel era la que llamaba al pueblo de Sevilla a los actos catedralicios cuando no había aún campanas en la Giralda. Desapareció, aunque permanece la puerta catedralicia de San Miguel frente a lo que queda del colegio, la puerta por donde entran todas las cofradías. También existió en nuestra ciudad una parroquia de San Miguel, gótica, en la plaza del Duque, pero también desapareció.

Pero al menos nos queda el templo de San Jorge.

La peste de 1649 afectó tremendamente a la nueva Babilonia que era Sevilla, reduciendo su población a casi la mitad y haciendo crecer la miseria. Junto a lo que quedaba de la laguna de la Pajería, como en muchos otros lugares de la ciudad, tuvo que improvisarse un cementerio. Con unos 70.000 habitantes, en medio de una durísima decadencia económica, la ciudad se hizo profundamente religiosa.

En 1663 fue elegido hermano mayor de la Caridad Miguel Mañara y Vicentelo de Leca, de familia oriunda de la mediterránea isla de Córcega, caballero de Calatrava desde los diez años. Miguel (¡Miguel!) se convirtió en el gran impulsor de la institución y de la iglesia del patrón de su Orden, el señor San Jorge. Los orígenes de la Hermandad de la Santa Caridad se remontan a la Edad Media, con la misión de enterrar los cadáveres que nadie reclamaba, de los ajusticiados y de los que se ahogaban en el Guadalquivir, generalmente marineros forasteros. El racionero Pedro Martínez “de la Caridad”, levantó una pequeña capilla en el cementerio de San Miguel (¡en San Miguel!), en el centro de la ciudad, conocida como “capilla de los ahogados”.

En 1670 se terminó de construir la nueva iglesia de San Jorge que es, además de un magnífico monumento al arte barroco, un monumento a la virtud de la caridad, a la muerte, a la Vera Cruz y al acto piadoso de enterrar a los muertos.

En el arco del coro, una lápida explicita: Non nobis Domine, non nobis, sed nomini tuo da gloriam. Son los versículos del Libro de los Salmos (6) con los que san Bernardo concluyó su Elogio a la Nueva Milicia dedicada a los caballeros de la Orden del Temple (7) y que estos adoptaron como su lema. Podemos traducirlo así: “No a nosotros, Señor; no nos des la gloria a nosotros, sino a tu nombre”.

¿Por qué está en La Caridad el lema templario? Ciertamente, la sombra del Temple es alargada. 



(1) La Orden de Montesa, dependiente de la de Calatrava, ostentó más tarde la misma cruz flordelisada. Así tenemos tres cruces similares: la de Calatrava, de gules (rojo), la de Alcántara, de sinople (verde) y la de Montesa, de sable (negro) con cruz de San Jorge de gules en el centro.
(2) Para confirmarlo, basta con asomarse a la reja del Consulado de Portugal, antes pabellón portugués de la Exposición del 29, y mirar al suelo.
(3) La Orden de Santiago, en cambio, adoptó la Regla de San Agustín.
(4) Apocalipsis 12, 7-9
(5) Ávila Granados, Jesús. La mitología templaria
(6) Salmos 113:9 (versión de La Vulgata)
(7) San Bernardo. De laude novae militiae ad milites templi


lunes, 21 de octubre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (7: DEL ARENAL A LA LAGUNA: UN GRAN TEATRO Y UN HUMILDE TEMPLO AL MAYOR DOLOR)

Al iniciarse el siglo XVII, la denominación de Pajería no solo designaba a la calle, sino que en realidad se aplicaba a todo el espacio de la mancebía, incluida la laguna que existía al norte del antiguo compás.

¿Qué fue en el siglo del claroscuro de nuestra casa de la Pajería, de aquella que había sido palacio del rey Sabio, priorato del Temple, convento carmelita descalzo de San José, hospicio de niñas desamparadas, lugar para el consuelo del Dulce Nombre, y sabe Dios qué más?

Por la puerta del Arenal transitaban en paralelo los clérigos, inquisidores y beneficiados de la cercana catedral, los carreteros y vendedores de todo tipo de géneros, los soldados y marineros de la calle de la Mar... y las prostitutas del compás de la Laguna (1).

Al otro lado de la muralla, entre esta y el río, el bullicioso y cosmopolita Arenal. Por el norte lo delimitaba el arrabal de la Cestería, con sus calles: Vírgenes (actual Santas Patronas), de casas adosadas a la muralla; Galera, con su cárcel de mujeres; Cestería (primer tramo de Pastor y Landero y posiblemente parte de Galera, donde está la placa del nombre antiguo); y extendiéndose hasta la actual calle Arenal. Por el sur lo delimitaba el arrabal de la Carretería, que parece que aún no tenía rotuladas sus calles, junto a las Atarazanas. En el centro estaba el monte del Malbaratillo, vertedero de la ciudad y al mismo tiempo lugar de mercadillo, junto al cual se erigió, tras la peste de 1649, una cruz que dio origen a una ermita y, más adelante, a la actual capilla del Baratillo. Con el tiempo, el monte sería nuestra plaza de toros. Y hoy la Santa Cruz es el primer titular que se proclama en el título de la corporación de la calle Adriano.

El lugar era imperio de todo tipo de marginados, pícaros y bravucones pendencieros, personajes de novela que, siendo reales, eran teatrales. Por eso era un lugar famoso incluso fuera de Sevilla. Cervantes nos contó cómo Pedro del Rincón y Diego Cortado vinieron a vender aquí, por veinte reales, las dos camisas que le habían robado, según entraban en Sevilla, a un francés (2). Quién sabe, después de todo, si Cervantes, con experiencia carcelaria, no se inspiró en hechos reales. Quizá no sea casualidad que la casa de Monipodio se haya localizado en la calle Betis, en las inmediaciones de Santa Ana, a poca distancia del puerto de las Muelas (o las Mulas) y no lejos del castillo inquisitorial de San Jorge. Quizá el nombre de Monipodio, el padrino que rebautizó a los dos pícaros, era un nombre ficticio para el hermano mayor o el capataz de la Garduña. En esta hermandad y cofradía de delincuentes, bajo la autoridad absoluta del hermano mayor estaban los capataces provinciales y, a sus órdenes, todo un ejército de punteadores (matones y asesinos), floreadores (ladrones), postulantes (recaudadores), fuelles (aprendices, entre los que estaban los chivatos y soplones) y, por supuesto, sirenas (prostitutas y sirvientas delatoras). Un tercio de las ganancias (que no eran pocas) iba para el culto a las Ánimas Benditas del Purgatorio. Precisamente en Santa Ana hubo una hermandad de Ánimas, con capilla presidida por san Miguel, el pesador, y allí se sepultaban los hermanos de toda condición social.

Sevilla era, además del imperio de los conventos, del comercio, de la aristocracia, de las cofradías y de la Inquisición, el del crimen organizado, que se movía a sus anchas por el Arenal.

Y sin embargo, este espacio abierto, junto al río, era también, paradójicamente, lugar de paseo y esparcimiento (3) a pie, a caballo o en coche.

El Arenal es proscenio del gran escenario teatral que es Sevilla. Si nos imaginamos ser espectadores, sobre el caserío de Triana, en la vertical de Santa Ana, con el convento de Los Remedios a la derecha y el castillo a la izquierda, percibiremos el río como foso orquestal... y, como telón de fondo del Arenal, la vista clásica de Sevilla, con la Catedral, la Giralda y las otras torres (4), y el muro de la Pajería en primer plano. Vista estereotipada e icónica de nuestra ciudad, que incluso ha hecho que el plano tópico de Sevilla responda a esta visión de oeste a este, en lugar de tener el norte arriba como todos los demás.

Lope de Vega escribió El Arenal de Sevilla en 1603. En Sevilla se había criado el Fénix de los Ingenios con su tío el inquisidor Miguel del Carpio (¡Cómo sería don Miguel, que aún decimos que algo “quema como Carpio”!), y en Sevilla se enamoró de Micaela de Luján, “Lucinda”, preciosa mujer del teatro destinataria de muchas de sus Rimas (5). Ella, más que el propio pajarillo, es el verdadero ruiseñor de Sevilla (6).

Volvamos intramuros. La laguna de la Pajería, a baja cota, era un resto de la desecación del brazo oriental del Guadalquivir de la época visigoda, y ocupaba un espacio mayor que la actual plaza de Molviedro, prolongándose hacia el sur, junto a la muralla, por la actual calle Castelar. Lógicamente se anegaba con las lluvias. En las frecuentes riadas del Guadalquivir, las aguas entraban en Sevilla por las depresiones fluviales de la Feria y la Pajería y dejaban la ciudad durante semanas inundada y despoblada. Y además en la Pajería, el agua encontraba muchos huecos en la muralla, abiertos en muchos casos intencionada e incontroladamente para acceder a los burdeles.

Por culpa de los mosquitos de las lagunas, la ciudad era un foco de paludismo, y además había brotes de cólera todos los años. Se daban numerosos casos de fiebres, llamadas en la época tercianas y cuartanas, según los días que duraban. Hasta tal extremo fue así que se extendió la devoción a la Virgen de las Fiebres, en el cercano convento de San Pablo (7).

En la fangosa laguna de la Pajería se había criado el lagarto que el sultán de Egipto regalara a su pretendida Berenguela, la hija de Alfonso X. El lagarto fue el mejor guardián de la piscifactoría que tenían los templarios. ¿Y no se comía los peces? Pues no, porque comía de la mano de Isidoro de León, el venerable Isidoro Hispalense, maestro de los freires, el que renunció al trato carnal que le había recomendado el médico y recibió la ayuda de la Virgen de Atocha (8).

Cuando murió Isidoro en olor de santidad, el lagarto se volvió salvaje y protagonizó “espantosas fazañas”, hasta que el aguador de la casa templaria, un moro converso, lo amaestró de nuevo, tras encomendarse, él también, a la Virgen de Atocha. Al morir el lagarto, fue disecado y ofrecido a la Virgen como exvoto en la iglesia del Temple. Y como el cadáver se deterioró, se realizó un lagarto de madera que luego, a la extinción de la Orden, fue ofrecido al Cabildo Catedral. Y en la Catedral está, colgado del techo en la galería del Patio de los Naranjos (9).

A la orilla de la laguna seguían existiendo las “casuchas” de prostitución. La propia calle de la Pajería, la principal del antiguo compás, era angosta y tortuosa, hasta el extremo de que los ejes de los carruajes dañaban las fachadas. Aún peor era la calle de las Mancebías o de las Boticas, desde Harinas al “Compás del Sur de la Laguna” (10).

Sobre 1612, una vez desecada la laguna definitivamente, se instaló allí un mercado y, en el centro de la zona más ancha, al norte, aprovechando también la plaza de la Tonelería, la “Hermita de Nuestra Señora del Mayor Dolor, “una pobre ermita” (11), “pequeñita pero muy primorosa en su construcción, con su media naranja y linterna” (12). En ella residió al parecer una hermandad de la Santísima Cruz y Nuestra Señora del Mayor Dolor, a la que se debió la colocación frente a la ermita de una cruz, que permaneció allí hasta comienzos del siglo XIX (13).

En ese año de 1612, en un intento de rehabilitar la zona, se labró la calle nueva de la Laguna, base de la actual Castelar, y por contra se derribó el arquillo de Atocha. Las casas de comercio carnal fueron proscritas en todo el reino por Felipe IV en 1623, pero no desaparecieron en la Pajería. Incluso hubo un intento municipal por reabrir “oficialmente” la mancebía en 1631. Y así fue avanzando el siglo, con el Arenal y la Laguna, como dos nombres propios...



(1) Serrera Contreras, Ramón María. Lope de Vega y el Arenal de Sevilla. Se llaman Lucinda las protagonistas de El Arenal de Sevilla y El ruiseñor de Sevilla
(2) Cervantes Saavedra, Miguel de. Rinconete y Cortadillo
(3) Montoto Sedas, Santiago. El Arenal de Sevilla en la historia y la literatura
(4) Ibid. 2
(5) Ibid. 2
(6) Vega Carpio, Félix Lope de. El ruiseñor de Sevilla
(7) Mena y Calvo, José María de. Todas las Vírgenes de Sevilla
(8) Alarcón Herrera, Rafael. La maldición de los santos templarios
(9) Ibid. 8. No tengo constancia concreta de una iglesia del Temple en el compás, pero parece obvio que debió de haber una, posiblemente junto a la laguna.
(10) González de León, Félix. Noticia histórica del origen de los nombres de las calles de esta M.N.M.L y M.H. ciudad de Sevilla
(11) Matute y Gaviria, Justino. Anales eclesiásticos y seculares de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Sevilla
(12) Ibid. 10
(13) Falcón Márquez, Teodoro. Una arquitectura para el culto. Sevilla Penitente, tomo 1

miércoles, 9 de octubre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (6: EL DULCE NOMBRE, SOCORRO Y AMPARO DE LAS NIÑAS PERDIDAS)

Seguramente el entorno de las monjas carmelitas, con más aspectos negativos que positivos para su labor, fue lo que provocó su marcha de la Pajería en 1586.

Este entorno, además, tenía un punto sarcástico, porque la mujer que regentaba un burdel era llamada abadesa, el uniforme de las mujeres era su hábito y la propia mancebía era nombrada como monasterio.

Los intentos que hubo para erradicar el comercio carnal de la zona no tuvieron éxito. Hay que recordar que en 1575, coincidiendo con la venida de Teresa de Cepeda a Sevilla, se había tratado por el Cabildo la posibilidad de montar la aduana en el antiguo compás y así conseguir que se marcharan las rameras. Se prohibieron específicamente las casas de citas, porque a ellas iban mujeres casadas.

En 1587 se instaló en el compás de la Pajería el hospicio de las “niñas huérfanas y desamparadas” (1). Las fechas encajan para pensar que es muy probable que el hospicio estuviera en la casa que había sido palacio alfonsino, casa prioral templaria y convento carmelita descalzo, que, seguramente, había pasado a ser controlada por el Cabildo. Además, ¿qué otra casa podía haber en la mancebía, que tuviera suficiente dignidad?

El hospicio era la rama femenina del de los “niños perdidos” de la calle Cañaverería, actual Joaquín Costa, en terrenos de la isleta de la Feria, en la confluencia de dicha calle con la del Niño perdido, aún llamada así. La fundación se debe a la acción de fray Diego Calahorrano, maestro provincial de la Orden de Predicadores, que regentó personalmente la institución de la Pajería.

Vinculada al hospicio de la Cañaverería y patrocinada también por el padre Calahorrano, residía en el monasterio de Santa María del Monte Sion la cofradía caritativa del Niño Perdido y la Gloriosa Santa Ana, llamada “del Socorro y Amparo”, que se trasladó también a la Pajería con la protección del Concejo municipal (2). Sus reglas mandaban a los hermanos pedir para el sostenimiento del hospicio (3).

Esta cofradía se fusionó después con la del Cristo del Mayor Dolor y María Santísima del Dulce Nombre, haciéndose de penitencia (4). Aunque está aceptado que la fusión con esta corporación, que ya se habría unido a la de la Bofetada, tuvo lugar más tarde en la calle del Naranjo, no puedo descartar totalmente que se hubieran iniciado los contactos en la Pajería (5).

Abonaría esta idea la existencia, muy cerca del hospicio, de la casa pía de la Pajería (6), que se llamó precisamente del Dulce Nombre, segunda casa de arrepentidas de los jesuitas en Sevilla, obsesionados con el sexto mandamiento. Para ellos, la Mancebía debía de representar el mayor dolor del Redentor. Según se cree, en 1554 se había fundado en la calle de Pajería, en una humilde vivienda, la primera casa profesa de los jesuitas, bajo la dirección inmediata de san Francisco de Borja (7). Tal vez se trataba de la misma casa.

La misión popular de la Compañía iba dirigida sobre todo a los más necesitados de apoyo: los pobres, los ignorantes, los criminales, los marginados y, por supuesto, las prostitutas. Con el objetivo de su conversión, se las obligaba a asistir a misa y comulgar los días de fiesta, formándose verdaderas procesiones de mancebas, ataviadas de acuerdo con las Ordenanzas, al mando de un alguacil. El día de la Santa de Magdala tenía lugar en la Mancebía el sermón más fuerte del año.

La casa de arrepentidas plasmaba institucionalmente el paradigma de la conversión. La mundaria arrepentida recibía una dote al casarse. Si lo hacía con un condenado a muerte, este se libraba de la ejecución, con lo que la apocalíptica meretriz adquiría un carácter salvador, cumpliendo así el espíritu fundamental de las casas de arrepentidas.

El tremendismo de la catequesis se mezclaba con el acoso a los clientes de los burdeles, principalmente a los muchachos.

El jesuita Pedro de León se distinguió en la promoción de grupos mixtos de congregantes para la orientación de estas “niñas perdidas” (8), que ya estaban autorizadas para ejercer con doce años de edad. En el currículo de caridad del jesuita estaba su labor en la Cárcel Real de la calle de las Sierpes, donde fue capellán, aunque interino, y donde se reencontró con Cervantes, con quien ya había coincidido en el sevillano colegio de la Compañía de Jesús. Su trabajo con las rameras se extendió por toda Sevilla, incluida Tablada, donde estaban las más enfermas, que habían sido expulsadas de la Mancebía.

El “barrio del compás”, que para Cervantes es uno de los enclaves de la picaresca española, del tipo de Los Percheles de Málaga o el Potro de Córdoba (9), seguía siendo el paraíso del lenocinio. Hubo un nuevo intento de desalojar la Pajería con el pretexto de edificar un convento, pero resultó fallido, aunque, de todas formas, se programaron derribos de casas durante todo el siglo XVI (10). Y Pedro de León y los congregados consiguieron hacer cumplir las Ordenanzas de 1553 respecto a cerrar las casas de prostitución los domingos y fiestas de guardar (11). Después de todo, la Mancebía era el único espacio legal de comercio carnal, una verdadera institución municipal, que incluso contaba con una comisión de munícipes supervisores.

En la Pajería residieron las niñas y la cofradía hasta 1595. En este año, la ciudad compró unas casas que pertenecían a la Orden de los Hospitalarios de San Juan para ensanchar la calle del Naranjo, hoy Méndez Núñez, frente a la hoy desaparecida iglesia mudéjar de la Magdalena (12), y al hospicio y a la hermandad se les dio a tributo, a instancias del padre Calahorrano, un solar que sobraba (13) en la esquina con la calle del Ángel, hoy Rioja. Por cierto, ¿habrían pertenecido estas casas al Temple antes de ser de San Juan, como tantos bienes en España, y no solo en España? Desde luego estaban mucho más cerca del compás templario que del de San Juan de Acre.

La casa pía del Dulce Nombre no resistió el cambio y fue disuelta.



(1) Ortiz de Zúñiga, Diego. Anales Eclesiásticos y Seculares de la Ciudad de Sevilla
(2) Carrero Rodríguez, Juan. Anales de las Cofradías de Sevilla
(3) Montoto de Sedas, Santiago. Cofradías sevillanas
(4) Bermejo y Carballo, José. Glorias religiosas de Sevilla.
(5) El Dulce Nombre se había fundado como hermandad de luz en San Bartolomé el Viejo o del Compás. Un fragmento de un libro de hermanos acredita que la cofradía del Dulce Nombre y el Mayor Dolor residía en 1634 en Santa María de las Nieves (Santa María la Blanca) como hermandad gremial de penitencia. También cabe la hipótesis de que esta hermandad y la de la Bofetada se fusionaran en el convento de la Merced Calzada, donde al parecer residieron un tiempo ambas. 
(6) Ibid. 1
(7) Montoto de Sedas, Santiago. Esquinas y conventos de Sevilla
(8) Sánchez Herrero, José. Historia de la Iglesia de Sevilla. Tercera parte, Sevilla del Renacimiento
(9) Cervantes Saavedra, Miguel de. El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha
(10) VV.AA. Consejería de Obras Públicas y Transportes. Excmo. Ayuntamiento de Sevilla. Diccionario histórico de las calles de Sevilla
(11) Vázquez García, Francisco y Moreno Mengíbar, Andrés. Poder y prostitución en Sevilla, siglos XIV al XX. Tomo I, La Edad Moderna
(12) Matute y Gaviria, Justino. Anales Eclesiásticos y Seculares de la MN y ML Ciudad de Sevilla
(13) Ibid. 1. La cofradía del Niño Perdido y Santa Ana se fusionó en 1666 con la del Dulce Nombre, el Mayor Dolor y la Bofetada, ya fusionadas y provenientes del Convento de la Merced. La nueva hermandad, sin embargo, decayó en la nueva sede y la institución de las “niñas perdidas” acabó decayendo también a finales del siglo XVIII. En 1797 se marcharon al Beaterio de la Santísima Trinidad, quedando extinguida la corporación de penitencia. Queda allí testimonio de su presencia en las imágenes que, para la hermandad del Dulce Nombre, forman parte fundamental de su historia. Queda también, en San Lorenzo, el Cristo del Mayor Dolor. Y queda también la cruz trinitaria en los antifaces blancos de sus nazarenos.


martes, 1 de octubre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (5: GALLARDÍA CABALLERESCA Y UN ESCAPULARIO PARA HACER FRENTE A TODOS LOS DEMONIOS)

Teresa de Ávila, Teresa de Jesús, la santa que desde chica era aficionada a los libros de caballerías, tenía entre sus muchas virtudes un alto grado de gallardía caballeresca, entendida como valor y esfuerzo en el obrar.

Después de todo, el concepto de caballería medieval es de creación eclesiástica, buscando imbuir del ideal cristiano a los belicosos nobles. Y si estudiamos sus ideales, veremos que  todos están presentes en la abulense: el valor para soportar sacrificios en aras de los ideales y por los necesitados, la fidelidad a la verdad, la defensa al señor y a la iglesia, la fe en Dios, la humildad, la justicia templada de misericordia, la generosidad, la moderación, la lealtad, la nobleza de espíritu...

Y no olvidemos que el origen de los libros de caballerías está en las leyendas artúricas. En La búsqueda del Grial, Sir Galahad, el único caballero que encontró el Santo Grial, es la encarnación caballeresca de Jesús (1). La novela de caballería francesa está fuertemente influida por san Bernardo, como se aprecia en el Perceval de Chrétien de Troyes, así como también, indirectamente, la alemana, con el templario Wolfram von Eschenbach, presente en la Quinta Cruzada, y su Parzival. Ambas corrientes se difundieron por el Camino de Santiago e influyeron a su vez en la novelística española.

Sin duda, este espíritu caballeresco guió a los cruzados, evolucionó tras el fracaso de las campañas de Tierra Santa y tuvo su decadencia con El Quijote. Observadas desde la distancia, las cruzadas tuvieron mucho de quijotescas (2), aunque aún no existiera el Ingenioso Hidalgo.

En Teresa, la gallardía medieval se patentiza en Las Moradas, “este tratado, llamado Castillo interior”, según expresión de la propia autora (3). Nuestra alma es “como un castillo todo de diamante o muy claro cristal” con “muchos aposentos”; no un palacio, por mucho que sea transparente y cristalino, sino un robusto y gallardo castillo medieval.

Gallardía, sí, pero con un escapulario.

Cuentan que en 1251 san Simon Stock recibió de la Virgen del Carmen el pequeño escapulario de cordón y la promesa de que quien muriera con él al cuello evitaría el infierno. Desde entonces este pequeño aditamento es uno de los más significativos emblemas de marianismo. No debe extrañarnos que se hayan encontrado escapularios junto a los cadáveres en cementerios templarios (4). En opinión de muchos historiadores, tuvieron que llevarlo también en la hoguera el Gran Maestre Jacques de Molay y los freires que acabaron sus días con él y como él, en 1314.

Porque antes ya existía el escapulario (del latín escapulae, hombros), con delantal y dorsal como la sobrevesta de los caballeros, y que era para los monjes como la cruz de todos los días. Por cierto que este escapulario pervive como elemento fundamental en significadas cofradías sevillanas, entre las que citaré tres: naturalmente una es la del Carmen Doloroso, joven corporación que ha dado cuerpo a la advocación carmelita en la Semana Santa; las otras son dos corporaciones que residieron en la Casa Grande de los carmelitas de la calle Baños: la Soledad de San Lorenzo y la de las Siete Palabras, heredera de la de los Sagrados Clavos, Nuestra Señora de la Cabeza y San Juan Evangelista. También una cofradía, la de San Benito, tiene el espíritu caballeresco entre sus valores.

Teresa necesitó de toda su gallardía y de todo el apoyo de su escapulario.

En 1577 escribía a fray Ambrosio Mariano que todos los demonios “les hacían guerra” (5). Y, por si faltaba algo, una monja del convento de la Pajería y su confesor externo acusaron a la “fémina inquieta y andariega” de tener cosas de alumbrada, por sus “excesos de vida contemplativa y de oración” (6). Se produjo así una nueva persecución, con un apabullante expediente que, no obstante, se saldó sin que llegara a intervenir el Santo Oficio, cerrándose así, en 1579, la segunda historia sevillana de Teresa de Ávila. La bulliciosa Sevilla nunca le había sido propicia. La santa tenía claro que “aquí los demonios tientan más”, acaso “por la mesma clima” (7). En la casa sevillana de la Pajería quedó el poco agraciado retrato que pintó del natural fray Juan de la Miseria.

Finalmente, el Carmelo Descalzo fue provincia exenta reconocida como Orden en 1580. Teresa pudo ya morirse el 4 de octubre de 1582, que se convirtió en el 15 del mismo mes al adoptarse en esos días el calendario gregoriano.

Y en la casa conventual de San José, en la calle de la Pajería otrora nombrada del Mesón de los Caballeros (8), estuvieron las monjas hasta 1586, en que se trasladaron a su actual convento, hoy conocido como de Las Teresas, con el apoyo de san Juan de la Cruz (9), el fraile –o medio fraile, como lo llamaba cariñosamente ella–, con el que se había asociado para dar forma a la rama masculina del Carmelo Descalzo.

El convento de San José es depositario del tesoro que es el original autógrafo del Castillo Interior, obra cumbre de la mística, realizada por obediencia, como la fundación del convento hispalense. A propósito, será bueno que los sevillanos hagamos examen de conciencia: solo por este libro, ya hemos recibido más de la santa de Ávila de lo que le dimos.



(1) García Gual, Carlos. El héroe de la búsqueda del Grial, como anticipo del protagonista novelesco
(2) Montefiore, Simon Sebag. Jerusalén. La biografía
(3) Santa Teresa. Las Moradas del Castillo Interior
(4) Galera Gracia, Antonio. Historia del escapulario y sus vínculos templarios. Medievo Revista de Historia, núm. 5
(5) Santa Teresa. Carta 189. Al padre Ambrosio Mariano
(6) Domínguez Arjona, Julio. La Sevilla que no vemos
(7) Sánchez Herrero, José. Historia de la Iglesia de Sevilla. Tercera parte, Sevilla del Renacimiento
(8) González de León, Félix. Noticia histórica de los nombres de las calles de esta M.N.M.L.Y M.H Ciudad de Sevilla
(9) VV.AA. Sevilla Oculta
www.agalera.net
www.lecturalia.com
www.wikipedia.org


lunes, 23 de septiembre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (4: TRAS LA CRUZ VERDADERA, TEMPLARIOS, CARMELITAS Y LOS VECINOS FRANCISCANOS)

En Sevilla estaba Teresa cuando, contra la prohibición de realizar más fundaciones, el Carmelo Descalzo abrió, en 1575, un nuevo convento en la templaria Caravaca de la Cruz, cerca de la Basílica del Real Alcázar de la Vera Cruz.

La emperatriz santa Elena, madre del emperador Constantino, encontró en el Calvario, según una historia legendaria, la verdadera cruz de Cristo. Luego, los cruzados la enarbolaron como una cruz de guía, que lo era realmente. Y según otra tradición, un lignum crucis, un trocito de esta verdadera cruz que pertenecía originalmente al patriarca de Jerusalén, fue traído a Caravaca por dos ángeles, a través de una esotérica ventana que aún pervive en la Basílica, para que se pudiera celebrar la misa que atraía la curiosidad del reyezuelo musulmán. Los templarios de Aragón conquistaron Caravaca para Castilla. Y no olvidemos que el día de los Caballos del Vino, víspera de la Invención de la Cruz, se conmemora la victoria templaria.

Cuentan que la reliquia caravaqueña fue traída por Alfonso X y los templarios, tras la conquista de Murcia, para la conquista de Sevilla (1).

Cuando Teresa pudo visitar el convento caravaqueño, las monjas, como obsequio de bienvenida, le regalaron una pequeña reproducción de la cruz, dando inicio a una tradición que permanece hoy con mucha fuerza. La santa abulense valoró muchísimo esa cruz de Caravaca.

Zamarramala es hoy un barrio de Segovia, pero en tiempos fue una importante encomienda templaria, la de Miraflores, que nos legó la iglesia de la Vera Cruz, de planta dodecagonal, con su edículo central que evoca el árbol de la vida, para actos de iniciación, y con una torre donde se veneró un lignum crucis, hoy en la parroquia. En la carretera de Zamarramala está el convento segoviano de los carmelitas descalzos, fundado en 1558 por san Juan de la Cruz, y allí reposan sus restos, trasladados desde Úbeda.

Pero podemos también acercarnos a Baeza, donde san Juan de la Cruz fundó en 1579 el Colegio de San Basilio, luego afectado por la exclaustración. Precisamente en Baeza está la templaria iglesia de Santa Cruz, insólito caso de románico en Andalucía.

El mundo del Temple y el del Carmen no son tan distantes el uno del otro.

Los nueve prototemplarios encabezados por Hugues de Payns llegaron a Jerusalén en 1118 y obtuvieron permiso de Balduino II para instalarse en la que había sido mezquita de Al-Aqsa y luego residencia real tras la conquista cruzada, en la parte sur de la explanada del Templo de Salomón. Se llamaron Pobres Compañeros (o Caballeros, (“Commilitones”, que quiere decir algo así como “compañeros de lucha”) de Cristo y del Templo de Salomón. En 1128 obtendrían su Regla, con el apoyo decidido de san Bernardo, el gran marianista universal (2).

Además del caso de Caravaca, se cuentan once reliquias de la verdadera cruz en enclaves templarios: Ponferrada (hoy en Astorga), Bagá, Murugarra (hoy en Estella) y Zamora, además de las desaparecidas de Torres del Río, Artajona, Villasirga (hoy Villalcázar de Sirga), Villamuriel de Cerrato, Alfambra, Maderuelo y Montesa (3).

La Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo surgió también en Tierra Santa y también en el siglo XII, cuando un grupo de ermitaños, inspirados en el profeta Elías, se retiraron al monte Carmelo, considerado el Jardín de Palestina. “Karmel” no significa otra cosa que jardín. En Granada, como sabemos, un carmen es un jardín particular.

El Carmen Descalzo encontró también la Vera Cruz en San Lorenzo del Escorial.

En 1448 se fundó en Sevilla, en el Convento Casa Grande de San Francisco, una corporación para dar culto a la Sangre de Cristo y a la Vera Cruz (4), que practicaba la beneficencia y era ejemplo para las demás hermandades. Contaba con bulas apostólicas, privilegios, indulgencias y jubileos pontificios. En 1468 hizo su primera estación de penitencia el Jueves Santo, siguiendo –como tantas hermandades de la Vera Cruz en España, muchas de ellas en Andalucía– el ejemplo de la cofradía de la Vera Cruz de Toledo, con la imagen del Crucificado que, afortunadamente, pervive hasta nuestros días como titular de la nueva Hermandad de la Vera Cruz, que procesiona cada Lunes Santo con un lignum crucis recogiendo los besos devocionales de los sevillanos.

Hay que recordar que la hermandad de la Vera Cruz de Toledo, residente en el convento del Carmen Calzado, organizaba la procesión del Jueves Santo. Cuenta una leyenda toledana que, en la segunda mitad del siglo XVI, apareció en el Tajo, cerca del puente de Alcántara y del castillo, que fuera templario, de San Servando, una caja grande que se movía por el río sin obedecer a nadie, hasta que se dirigió a ella el cofrade mayor de la Vera Cruz. Dos frailes carmelitas abrieron la caja y dentro había un crucificado y un rótulo: “voy destinado para la santa Vera Cruz de Toledo”. Había nacido la devoción al Cristo de las Aguas...



(1) Romero Gómez, Juan Antonio. Los templarios en el Reino de Sevilla
(2) Galera Gracia, Antonio. La verdadera historia de la Orden del Templo de Jerusalén
(3) Alarcón Herrera, Rafael. A la sombra de los templarios
(4) Bermejo Carballo, José. Glorias Religiosas de Sevilla
www.agalera.net
www.ayto-toledo.org
www.cruzdecaravaca.com
www.ocd-andalucia.org
www.toledoaldia.com
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lunes, 16 de septiembre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (3: UN PATIO DE ALCORZA QUE ES METÁFORA DEL DEBER CUMPLIDO)

En 1575 entraba la sexagenaria Teresa en Sevilla, la mayor metrópolis de España, en compañía de seis monjas y algunos ayudantes. Había viajado, enferma y delicada, por obediencia a su superior, el visitador fray Jerónimo Gracián, que había ido a buscarla a Beas de Segura para persuadirla de fundar en la antigua Híspalis.

Y llevaba el peso moral de la denuncia que la despechada princesa de Éboli había hecho a la Inquisición por la autobiografía teresiana. No olvidemos que los alumbrados, que habían aparecido en Castilla, seguidores de la corriente iluminista europea, creían en el contacto directo con Dios mediante visiones y otras vivencias místicas y, además, ponían por escrito sus experiencias, todo lo cual, por supuesto, preocupaba a la Inquisición, que además recelaba de que la austeridad predicada por la abulense estuviera próxima al protestantismo.

Ciertamente, la profunda reforma teresiana del Carmen Descalzo había iniciado un nuevo estilo de vida religiosa contemplativa a imitación de los primeros eremitas del Carmelo. Tampoco a los carmelitas calzados les gustaba la iniciativa.

Teresa no encontró facilidades en Sevilla. Se lamentaba de que esta urbe no tenía “aparejo de fundar” pese a ser tan “caudalosa” (1). Y por otra parte las buenas palabras iniciales del arzobispo, don Cristóbal de Rojas y Sandoval, no se confirmaron en la práctica a la hora de la verdad, tal vez por haber tenido conocimiento del proceso inquisitorial.

Aun así, superando esta constante oposición, además de otras dificultades, en ese mismo año de 1575 fundó Teresa el monasterio sevillano de San José de monjas carmelitas, undécimo de la Orden, en una casa alquilada por el fray Ambrosio Mariano en la calle de Armas, actual Alfonso XII. Fray Ambrosio Mariano de Azaro de San Benito, carmelita de origen napolitano que había intervenido como ingeniero militar en la batalla de San Quintín (2), tenía el encargo de visitar y reformar los conventos carmelitas de Andalucía, junto con fray Jerónimo Gracián.

Pero las monjas no estaban bien en este lugar, pequeño y húmedo, en el que se encontraban en precario, en todos los sentidos.

Tenía Teresa un hermano, Lorenzo de Cepeda y Ahumada, que había marchado a los veintiún años a la conquista de América y que ya desde Quito, donde fue alcalde y justicia mayor, había hecho una importante contribución económica para la primera fundación en Ávila de su muy amada hermana. En 1575, a sus cincuenta y ocho años, llegó Lorenzo a Sanlúcar de Barrameda para retirarse en España... y para ayudar de nuevo a Teresa (3).

Efectivamente, al año siguiente, el clérigo García Álvarez ayudó a buscar una nueva casa: la antigua casa prioral templaria en la Pajería, que pertenecía al racionero de la Catedral hispalense, Pedro Pablo (4) y a sus seis hermanos. Lorenzo la compró por 6.000 ducados. La abulense, en misiva a fray Ambrosio Mariano, hacía esta descripción de la casa: “Dice el teniente que no hay mejor casa en Sevilla ni mejor puesto. Paréceme que no se ha de sentir en ella el calor. El patio parece hecho de alcorza. Ahora todos entran en él -que en una sala se dice misa hasta hacer la iglesia-, y ven toda la casa; que el patio de más adentro del servicio hay buenos aposentos, adonde estamos mejor que en la otra casa. El huerto es muy gracioso; las vistas extremadas”. Toda la casa era del agrado de Teresa, pero, sobre todo, debió de causarle impresión el patio enjabelgado (5).

Sin embargo, no acabaron ahí los problemas. Los habitantes de la casa no la querían dejar y además, los frailes franciscanos, que “estaban junto” (6), en la Casa Grande de San Francisco que estuvo donde hoy está la “Casa Grande” del Ayuntamiento, requirieron a las monjas para que no consumaran la mudanza. ¿Por qué? ¿Les molestaba que estuvieran tan cerca?

El obispo de Esquilache don Alonso Fajardo, en el deseo de extirpar la prostitución del antiguo compás, había llegado a proyectar en la zona un convento agustino, pero el proyecto se dejó en suspenso tal vez ante la decisión de santa Teresa.

En cuanto al proceso inquisitorial, menos mal que el inquisidor general, don Gaspar de Quiroga, tenía amistad con doña Luisa de la Cerda, amiga íntima de Teresa, y ambos eran cercanos a Felipe II. La sentencia absolutoria vino a aprobar el misticismo de la abulense y a ratificar el juicio positivo sobre el libro de su vida.

En 1576, tuvo lugar el traslado del Santísimo Sacramento a la casa de la Pajería, y con él la inauguración de la nueva sede. Incluso se engalanaron las calles. Sevilla es así.

Y al día siguiente, 4 de junio, a las dos de la madrugada, después de una estancia de un año y medio en nuestra ciudad, la santa partió para Castilla, con su hermano y su sobrina, y con la satisfacción del deber cumplido.



(1) VV.AA. La Casa de Contratación y la navegación entre España y las Indias
(2) Sánchez Herrero, José. Historia de la Iglesia de Sevilla. Tercera parte, Sevilla del Renacimiento
(3) Donoso, Sebastián. Familia Sánchez de Cepeda y Ahumada: su descendencia en Chile y Ecuador
(4) Vázquez Consuegra, Guillermo. Sevilla cien edificios
(5) Santa Teresa. Carta 106. A fray Ambrosio Mariano. La alcorza es una pasta de azúcar y almidón, obviamente blanca, con la que se recubren algunos dulces. Decir “de alcorza” es como decir “de dulce”.
(6) Ibid. 2
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viernes, 6 de septiembre de 2013

LA CASA DE LA PAJERÍA Y SUS CIRCUNSTANCIAS (2: LUGAR DE RUINA MORAL, EN MEDIO DEL IMPERIO)

¿Pasaron las casas del compás templario de Sevilla a pertenecer al Cabildo a la extinción de la Orden del Temple? ¿Pasaron algunas a pertenecer a personas relacionadas con el Cabildo?

En los últimos años del XIV y primeros del XV vivió doña Guiomar Manuel, dama ilustre de la aristocracia sevillana, descendiente de san Fernando y emparentada con doña Juana Manuel, esposa de Enrique II. Podemos pensar –¿por qué no?– que la calle Pajería y otras del antiguo compás se enladrillaron, como tantas en Sevilla, gracias a la generosidad de doña Guiomar, que murió en 1426, muy sentida por los sevillanos. La calle que va desde Pajería a la Laguna, es decir, de Zaragoza a la Plaza de Molviedro, lleva su nombre.

Cerca de la Puerta de Triana, en la primera casa a la izquierda, estuvo el hospital de San Cristóbal, en el que se fundara el convento de monjas de Madre de Dios, visitadas con frecuencia por Isabel la Católica, hasta que se mudaron en 1486, por culpa de una avenida del río, cediendo la casa a tributo a la hermandad de Santas Justa y Rufina. El peso de esta tradición hizo que la calle de casas adosadas a la muralla por fuera, tras el arco que daba entrada a la Cestería, se llamara Vírgenes, y hoy se llame Santas Patronas (1).

Desde 1481, la calle de Pajería era además paso institucionalizado de las comitivas de la Inquisición que, procedentes del castillo de San Jorge, se dirigían a la plaza de San Francisco para los autos de fe.

El salto cualitativo de la ciudad vino con el siglo XVI, gracias al Descubrimiento de América y al subsiguiente tráfico con las Indias. España –ya puede hablarse de España– había pasado a ser el centro del mundo, y Sevilla era su capital comercial, porque ofrecía la mejor continuidad de las rutas marítimas con las terrestres y la mejor logística. Así, la vieja Híspalis se convirtió en puerto universal, su población pasó de 50.000 habitantes a principios de siglo a 150.000 al fin de la centuria (2) y sus riquezas aumentaron considerablemente. Era el Imperio.

Pero en medio de esta opulencia, también había en Sevilla ladrones, pícaros y, por supuesto, rameras. Hay que tener en cuenta que la Puerta del Arenal, que conectaba el puerto con los centros de poder de la ciudad, a través del barrio de la Mar, estaba rodeada de bodegones y casas de juego, frecuentados por marineros, soldados y forasteros.

Probablemente, ya estaba fuertemente implantada en Sevilla la organización criminal llamada la Garduña, cuyas fechorías empezaron en Toledo en el siglo XV. Sevilla era demasiado atractiva para el hampa. La Garduña había comenzado colaborando con la Inquisición, delatando a judíos y herejes en general, y aquí tenía mucho campo de acción. Su capataz residía, al parecer, en Triana, cerca del castillo, y su territorio de actuación estaba en las proximidades de la puerta del Arenal.

Y allí mismo, a la izquierda según se entraba por esa puerta, la antigua pajería se convirtió en el imperio de la mancebía sevillana. Según Alfonso Pozo Ruiz (3), que cita como fuente a Francisco Vázquez y Andrés Moreno, esta zona de prostíbulos y mala vida estuvo en el Compás de la Laguna (¡el lugar seguía siendo identificado como un compás!).

Existía, desde que en 1416 el Concejo municipal había ordenado cercar la mancebía, una tapia pegada a las casas colindantes, que permitía, sin embargo, entradas y salidas discretas y secretas. Muchas de las casillas de prostitución, también llamadas irónicamente “boticas” pertenecían a personajes relevantes e incluso clérigos.

La entrada principal al recinto de la prostitución era la puerta conocida entonces como la del golpe, por la forma como se cerraba, en la calle de Boticas, actual Mariano de Cavia, y el chaval que se encargaba de abrirla y cerrarla, guardacoimas o guardapostigos, según Morales Padrón (4), era “el mozo del golpe” (se me figura más “el niño ‘el golpe”), un “empleado de los padres” (5).

Se ha pensado que la tapia estaba donde hoy está la manzana entre las calles Zaragoza y Padre Marchena. Alfonso Pozo cita, en relación con la tapia, “unas casas que por allí poseía el Cabildo de la Catedral a principios del siglo XV”, con puertas a la Pajería y la laguna. Seguramente se trata de nuestra casa de la Pajería, según lo cual pienso que lo más probable es que hubiera tapia a ambos lados de ella.

Las autoridades controlaban el negocio. En 1553 se promulgaron por el municipio las Ordenanzas de la Mancebía de Sevilla.

Cuenta Santiago Montoto que allí, “por el Compás y la Mancebía” se daba el más desolador de los cuadros sevillanos de la época, el de los niños hambrientos, casi desnudos, roñosos y tiñosos, que por allí vagaban y se adiestraban en las artes que, indefectiblemente, los llevarían al verdugo, a las galeras o a la “ene de palo” (6), que no es otra cosa que la horca.

Por cierto, que en la referencia exhaustiva que Montoto hace de los oficios y artesanías presentes en la ciudad, de los gremios y hermandades (7), no aparece como uno de ellos la pajería. Es de suponer, si la denominación provenía del comercio de la paja, que este había decaído.

Por otra parte hay que señalar que las Ordenanzas consideraban por igual a las rameras y a las concubinas de los curas, que estuvieron permitidas hasta que el Concilio de Trento, que acabó al fin en 1563, condenó el concubinato.

En este contexto, en 1576, el racionero de la Catedral hispalense, Pedro Pablo, vendió la casa al hermano de santa Teresa de Jesús, Lorenzo de Cepeda y Ahumada, que traía dinero fresco de América y quería ayudar a su hermana en la ardua tarea de fundar conventos, con un afán especial por establecer el Carmen Descalzo en Sevilla...



(1) González de León, Félix. Noticia histórica de los nombres de las calles de esta M.N.M.L.Y M.H. Ciudad de Sevilla
(2) Montoto, Santiago. Sevilla en el Imperio
(3) Pozo Ruiz, Alfonso. La ubicación de la Mancebía en Sevilla. La prostitución en la Sevilla del siglo XVI. Alma mater hispalense. Vázquez García, Francisco y Moreno Mengíbar, Andrés. Poder y prostitución en Sevilla, tomo I: la Edad Moderna
(4) Morales Padrón, Francisco. La Ciudad del Quinientos. Historia de Sevilla, tomo III
(5) Ibid. 2. Eran llamados “padres” los proxenetas explotadores de los burdeles
(6) Ibid. 2
(7) Ibid. 2