Dibujo de Jacques de Molay en la hoguera |
En 1307, ante la pasividad del papa
Clemente V, Felipe IV de Francia apresó, en una acción coordinada en todo el
país, a un gran número de caballeros templarios, incluido el gran maestre,
Jacques de Molay. Luego, en el Concilio de Vienne en 1312, la Orden del Temple
fue suspendida. Cumplida su razón de existir, con la pérdida de Acre en 1291, y
mientras otras órdenes evolucionaron, el Temple cayó por su propio peso. Además,
Felipe IV, muy endeudado con la orden, vio que podía liquidar su deuda
liquidando a su prestamista.1
En Castilla, muchos templarios
ingresaron en la Orden de Calatrava. Incluso se asegura que toda la
documentación desaparecida referida a la Orden del Temple se almacenó en la
Orden de Calatrava, que llegó a tener bajo su jurisdicción más de trescientas
cincuenta villas, entre las que no pocas eran de procedencia templaria.2
Ya sabemos que las órdenes de
Calatrava y Alcántara, como las otras, siguieron el modelo templario de monjes
guerreros. Pero el formato español era específico, porque aquí, a diferencia de
lo que había ocurrido en Tierra Santa, las órdenes seguían teniendo sentido
estratégico, por el avance exitoso de la Cruzada de la Reconquista. Y, al ser
nacionales –no multinacionales–, su relación con los reyes era simbiótica.
En las cortes de Madrid (las
primeras cortes celebradas en la capital) de 1309, con presencia de los
maestres de Calatrava y Santiago, Fernando IV pidió subsidios para ir contra
Granada. El sitio de Algeciras y Gibraltar fue problemático, y María de Molina
llegó a organizar procesiones para pedir que cesaran las lluvias torrenciales,
con las que apareció ya un primer brote de peste. Hubo que levantar el asedio.
El autor, en las cercanías del castillo de la Villa, en Martos (Jaén), con la Peña de Martos al fondo |
Fernando IV se dedicó a expoliar
los bienes de los templarios, llegando a tener enfrentamientos directos con
algunos, como los hermanos Carvajal.3 En 1312, los “hermanos Carvajales”,
Juan Alfonso de Carvajal y Pedro Alfonso de Carvajal, antiguos templarios y a
la sazón caballeros y comendadores de Calatrava, fueron acusados del asesinato
del privado de Castilla y condenados a ser lanzados desde la Peña de Martos en
una jaula de hierro con púas en su interior. Los hermanos, que defendieron su
inocencia hasta el final, emplazaron a Fernando IV a comparecer ante Dios en el
plazo de un mes. Fernando IV murió treinta días después, sin que nadie lo viera
morir, y pasó a la historia como “el Emplazado”. No sería la última vez que un
vaticinio templario hecho in articulo
mortis se cumpliera. En 1314, Jacques de Molay y sus más cercanos
caballeros templarios ardieron en la hoguera ante la Catedral de Nôtre Dame de
París, vaticinando la muerte, en un año, del papa Clemente V, del rey Felipe IV
el Hermoso, y del ministro Nogaret.4
Lápida conmemorativa de los hermanos Carvajal, en la parroquia de Santa Marta, en Martos (Jaén) |
Hagamos un paréntesis para reflexionar
sobre un punto interesante. Recordemos, con Guénon y Hani, que en la India
existe una sociedad de castas, rígidamente jerarquizada, con los brahmanes, los chatrías (o kshatriyas), los vaishías
y los shudrás. Los primeros constituyen la clase sacerdotal, los segundos son los militares, los vaishías son los comerciantes y
empresarios y los shudrás son los
trabajadores, obreros y siervos.5
Pues bien, lo que en la India es
una realidad estable, ahistórica, nos puede ofrecer, en una dimensión dinámica,
una lectura de la Historia de la Humanidad, obviamente inconclusa. Antes de los
templarios, el poder real estaba supeditado al espiritual. Incluso el Temple,
en cierto modo, había supuesto una transición: eran monjes que combatían –y
comerciaban– con una motivación espiritual, pero su misión estaba basada en la
acción. No en vano, la génesis del Temple tuvo que superar reticencias desde
instancias religiosas, reticencias que, sin duda, retrasaron la militarización
de otras órdenes.
Lo que se produjo a principios del
siglo XIV no fue otra cosa que la rebelión victoriosa del poder real contra el
espiritual. Era inevitable que los templarios –que no quisieron o no
supieron mutar– fueran eliminados por un rey, empeñado en hacer valer su
superioridad. La monarquía estaba en alza; el papado, en baja. El sentido
político lo iba impregnando todo y hasta el papa se había hecho más político.
Y se sustanció así la primera
revolución de nuestra historia occidental desde ese punto de partida que fue el inicio de la Edad Media, porque el poder real se impuso al espiritual. Santo Tomás de Aquino había formulado estos dos poderes: el primero, el poder sacerdotal e ideológico-, el poder del conocimiento, con la misión de conservar y transmitir la doctrina, los ritos y los principios; el segundo, el poder temporal, real y ejecutivo, el poder de la acción, necesario para el gobierno administrativo, judicial y militar. Para el aquinate, el segundo debía estar supeditado al primero.6 Y esto fue lo que cambió.
Todo episodio revolucionario supone la rebelión de un grupo (o, si lo preferimos, casta) respecto al previamente dominante.
Por supuesto, fue así en la segunda revolución, que llegaría también en Francia, en 1789, y que consistiría en la rebelión victoriosa de la burguesía (la clase de comerciantes y empresarios que había nacido en la Edad Media y que se aliaría con el rey en el Renacimiento) frente a la aristocracia y a la propia monarquía. Y así habría sido de haber triunfado una tercera revolución, la de 1848 nuevamente en Francia, que tuvo un reflejo más drástico y conocido en Rusia, y que, evidentemente, se encuentra neutralizada. Pero dejemos aquí esta reflexión, que nos complicaría la vida, y volvamos a Sevilla y a nuestras cruces.
Todo episodio revolucionario supone la rebelión de un grupo (o, si lo preferimos, casta) respecto al previamente dominante.
Por supuesto, fue así en la segunda revolución, que llegaría también en Francia, en 1789, y que consistiría en la rebelión victoriosa de la burguesía (la clase de comerciantes y empresarios que había nacido en la Edad Media y que se aliaría con el rey en el Renacimiento) frente a la aristocracia y a la propia monarquía. Y así habría sido de haber triunfado una tercera revolución, la de 1848 nuevamente en Francia, que tuvo un reflejo más drástico y conocido en Rusia, y que, evidentemente, se encuentra neutralizada. Pero dejemos aquí esta reflexión, que nos complicaría la vida, y volvamos a Sevilla y a nuestras cruces.
Zócalo en el que se representa la investidura del primer maestre de la Orden de Montesa, en el Pabellón Real de Sevilla |
En Aragón y Portugal, para invertir
los bienes de los templarios, se crearon nuevas órdenes. En 1317, el papa Juan
XXII aprobó la Orden de Montesa a propuesta del rey Jaime II de Aragón. La
fundación se verificó en 1319 en Barcelona y la orden se instaló en el castillo
valenciano de Montesa. Luego se le uniría, en 1399, la de San Jorge de Alfama.
Su emblema sería en esta época la cruz de gules de San Jorge, que con el tiempo
se insertaría en la cruz flordelisada negra, de sable, porque la orden estaba
subordinada a Calatrava. Volveremos sobre ella.7
La “gran reconquista” ya había
culminado con la toma de Sevilla. Nuestra ciudad había sido el objetivo
fundamental, la nueva Jerusalén, la Jerusalén alternativa.
Escudo de Baeza, en la plaza de los Leones o del Pópulo de Baeza (Jaén) |
Tras la muerte del Emplazado, siendo
rey Alfonso XI y regente su abuela, María de Molina, el infante Pedro de
Castilla, tío y tutor del rey, invadió en 1317 el reino de Granada, contando
con la homologación de la empresa como cruzada y con los consiguientes
beneficios económicos. Iban con él los maestres de las órdenes y los arzobispos
de Sevilla y Córdoba. En 1320, las órdenes y los concejos de Sevilla, Córdoba y
Jaén estuvieron en el acuerdo de Baeza, firmado por el infante Felipe de
Castilla y Molina, que estableció una tregua de tres años. Sevilla apostó por
el sevillano infante Felipe como tutor del rey, frente a don Juan Manuel.8
Alfonso XI fue declarado mayor de
edad con quince años en 1325 y fue personalmente a Santiago a armarse
caballero. Entendió el espíritu caballeresco, con un componente religioso,
aventurero, novelesco, épico, con dimensión moral, de ideal de vida,
relacionado con la piedad y la virtud, el orgullo, el honor, la aspiración a la
gloria y el culto a los héroes del pasado. Y protegió y renovó en este sentido
las órdenes militares, creando además la de la Banda. Pero influyó para que los
maestres fueran de su confianza. Y las órdenes se convirtieron en un
instrumento al servicio del rey.9
En esos años, Calatrava aumentó sus propiedades por donación, permuta o compra, en Arcos, Niebla, Gibraleón, Huelva y Huévar. Los despoblados eran un problema. La orden obtuvo cartas pueblas, como la de Carrión de los Ajos (hoy Carrión de los Céspedes), que, sin embargo, fracasaron. En 1327, el maestre Juan Mestre concedió carta puebla a los pobladores de Caxar, Villalba (ambas aldeas de lo que hoy es Espartinas) y Villadiego (Valencina). El mismo año, con la repoblación de la templaria Villalba del Alcor, incentivó el cultivo de la viña que habían iniciado los campesinos del Condado de Niebla, dando origen nada menos que a los vinos del Condado de Huelva. Y en 1334, establecido el dominio calatravo sobre las tierras de Carrión, entregó a los repobladores las tierras que habían roturado, conservando el monopolio del molino.10
Teba, con su castillo de la Estrella (Málaga) |
La banda morisca, la frontera encomendada a las órdenes, era una clave estratégica, con una primera línea, de vanguardia, en Teba y Olvera, y una segunda más consistente desde Aguilar de la Frontera a la costa pasando por Estepa, Osuna, Cazaba de la Frontera (Puebla de Cazalla, entregada por Alfonso XI a Calatrava), Morón de la Frontera, Cote (Montellano), Matrera (Villamartín), Arcos de la Frontera, Jerez de la Frontera, Medina Sidonia y, ya en la costa, Chiclana, Conil y Vejer.12 En retaguardia quedaban fortificaciones como las torres de Lopera y el Bollo, en Utrera, y los castillos de las Aguzaderas y El Coronil.
Los benimerines no pudieron llegar
a Sevilla. Tras la victoria del Salado en 1340, continuó el avance cristiano
por tierras gaditanas hasta la costa. Alfonso XI, que llegó cinco veces al
Campo de Gibraltar, pasando indefectiblemente por Sevilla y Jerez, fortaleció
el poder real y el control pleno del Estrecho con la conquista de Algeciras en
1344. Quiso seguir hasta Gibraltar, pero murió en el sitio, en 1350, enfermo de
peste negra.13
La epidemia se había instalado en
el reino de Sevilla.
1. Demurger, Alain. Auge y caída de los templarios
2. García Atienza, Juan. El legado templario
3. Carreño, Lucía. Beltrand du Guesclín y sus Compañías Blancas
(www.arcomedievo.es)
4. Mariana, Juan de. Historia general de España
5. Hani, Jean. In memoriam René
Guénon
6. Santo Tomás de Aquino. De regimine principium
7. Ayala Martínez, Carlos de. Las Órdenes Militares en la Edad Media
7. Ayala Martínez, Carlos de. Las Órdenes Militares en la Edad Media
8. García Fernández, Manuel. Historia, instituciones, documentos
9. Ibíd. 7
10. González Jiménez, Manuel. La repoblación de la zona de Sevilla durante el siglo XIV
11. Sinclair, Andrew. El pergamino perdido de los templarios
12. Ibíd. 7
13. López Fernández, Manuel. De Sevilla al Campo de Gibraltar: los itinerarios de Alfonso XI en sus campañas del Estrecho
www.wikipedia.org11. Sinclair, Andrew. El pergamino perdido de los templarios
12. Ibíd. 7
13. López Fernández, Manuel. De Sevilla al Campo de Gibraltar: los itinerarios de Alfonso XI en sus campañas del Estrecho
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