jueves, 30 de octubre de 2014

SEVILLA Y LAS CRUCES DE CALATRAVA (21: SAN DIEGO)

Si el auto de fe era una representación del Juicio Final, el quemadero era metáfora del infierno.

El suplicio de Diego Duro
(fragmento en el que se aprecia
el quemadero).
Fresco de Lucas Valdés.
Parroquia de Santa María Magdalena
Los condenados a relajación –que no a muerte, porque el Santo Oficio no mataba a nadie a conciencia– eran entregados al “brazo secular”, al poder civil, lo que en la práctica suponía ponerlos en manos del verdugo municipal. Estos destinados a la hoguera no tenían por qué quedarse en el auto de fe hasta el final. Además, la hora ideal para las ejecuciones era la primera de la tarde, excepto en verano, en que se diferían a las seis, cuando ya había pasado el calor, aunque siempre procurando evitar que se echara la noche encima. Por tanto, una vez dictada sentencia contra estos desdichados, se organizaba en la plaza la lúgubre procesión hacia el quemadero, con los reos montados en burros, sentados al revés los rebeldes, custodiados por los soldados y acompañados por los Niños de la Doctrina y los frailes, que no paraban de conminarlos a que se confesaran.1

La triste comitiva, con el asistente al frente, salía por la puerta de Jerez, cruzaba el arroyo Tagarete y giraba a la izquierda en dirección al quemadero. Existió un itinerario alternativo, por Tundidores y Alcaicería de la Seda (dos tramos de la actual Hernando Colón), Gradas de la Catedral (Alemanes) y Borceguinería (Mateos Gago), en dirección a la puerta de Minjoar o de las Perlas, que en tiempos fue la puerta de la Judería y hoy es de la Carne, y desde allí al quemadero bordeando el Tagarete.2

Hasta el último momento, el relajado podía abjurar de sus errores y reconciliarse con la Iglesia, recibiendo en este caso un trato mucho más favorable: se le ajusticiaba por garrote y se quemaba su cadáver. De todas formas, el manual aconsejaba no ablandarse por confesiones que pudieran estar provocadas por el pánico.3

El quemadero de Sevilla estuvo en el prado de San Sebastián, llamado así por la proximidad de la ermita del mismo nombre, dentro de la amplia zona de Tablada (que quedaba entonces a este lado del río). Era muy fuerte el perfil siniestro del lugar, porque estaba allí también la horca del poder civil. Era una mesa cuadrada, cóncava en el centro, de piedra y ladrillo, con estatuas de los “cuatro profetas” en las esquinas, y con columnas traídas del pueblo de Villafranca. Parece ser que estas estatuas de yeso, huecas, se utilizaban para colocar a los impenitentes, a fin de que murieran a fuego lento.4

Azulejo de la calle Susona
La primera ejecución de Sevilla, que fue la primera de España, tuvo lugar el 6 de febrero de 1481, y en ella ardieron seis reos del grupo de judeoconversos formado por banqueros, mercaderes y funcionarios de Sevilla, Carmona y Utrera que, viendo peligrar su futuro tras la aparición de los inquisidores, se reunían para ver qué hacer en la casa del principal de ellos, probablemente en la Judería, en la calle de la Muerte (hoy calle Susona, en el barrio de Santa Cruz), aunque también en algún lugar en la collación de San Juan de la Palma, y que llegaron a plantearse incluso una defensa armada. El principal del grupo no era otro que el banquero Diego de Susón, delatado por su propia hija, que purgó su culpa durante toda su vida y toda su muerte. Este Susón era de familia importante. Su hermano, también converso, llamado Francisco Fernández de Sevilla, había sido escribano de cámara con Juan II y con Enrique IV, contador de Hacienda, notario público y, en Sevilla, procurador del concejo y veinticuatro. Era una familia importantísima, que, sin embargo, vio que todo se le hundía con los Reyes Católicos. Susona se echó la culpa, pero seguramente, sin ella, todo hubiera sido igual.5

Mural de azulejos conmemorativo del lugar donde se puso
la cabeza de Susona, en la calle Susona
En la redada intervino al asistente de la ciudad, Diego de Merlo, que apresó a unos veinte conspiradores, y en las pesquisas posteriores se apresó a un gran número de implicados. En el segundo auto de fe, en abril del mismo año, quedó exterminado el grupo conspirador. En Tablada ardieron el ya anciano Pedro Fernández Benadeva, “padre del canónigo Benadeva y sus hermanos”, que había reunido armas para cien hombres, además del muy famoso magistrado y arrendador de aduanas Juan Fernández de Abolafia “el perfumado”, el “Alemán poca sangre”, mayordomo de Sevilla, o los hermanos “Adalfes de Triana”, que habían vivido en el castillo de San Jorge. Fueron ajusticiamentos sonados, especialmente el del viejo Benadeva, que dio lugar a coplas burlescas de los chiquillos: “Benadeva, dezí el Credo. / ¡Ax (ay) que me quemo!”.6

Mural de azulejos de la leyenda de Susona, junto al azulejo de la calavera, en la calle Susona

No hay consenso entre los historiadores respecto a la cifra de ajusticiados en la hoguera, dato que se hace aún más confuso por el hecho de incluir a los quemados en efigie. Según Llorente, en la España del siglo XV, el dominico Tomás de Torquemada, confesor de Isabel la Católica y primer inquisidor general de Castilla y Aragón, llevó a la hoguera a más de 10.000 personas y otros 27.000 sufrieron penas infamantes.7

Según el historiador Francisco Bernáldez, cura de Los Palacios, la Inquisición quemó en Sevilla entre 1482 y 1489 a setecientos reos. El padre Mariana señala que en un solo año ardieron dos mil personas en Sevilla. Jerónimo Zurita cita que para 1520 iban ya cuatro mil quemados. La comunidad criptojudía había quedado prácticamente exterminada.8

Los inquisidores se erigieron en jueces de la moral cristiana. Aunque la sodomía entraba en la jurisdicción civil, en 1506 ardieron en Sevilla diez sodomitas, y en 1521 el Santo Oficio, que ya entendía de delitos sexuales, envió a la hoguera a “tres hombres e un mochacho que dizen que eran de fuera de Sevilla por el pecado contra natura”.9

Tras la muerte del rey católico en 1524, la Inquisición cargó a fondo contra los moriscos, muchos de ellos agricultores, que se habían convertido por decreto para librarse de la expulsión de 1502, y que eran ya automáticamente sospechosos.10

En el auto de fe de 1524 hubo trece quemados, pero a partir de 1530 las condenas a muerte disminuyeron. En 1536 tuvo lugar un proceso contra cinco religiosos de San Agustín que habían matado a un provincial. En 1546 hubo setenta condenados, de los que veintiuno fueron quemados.11

Surgió después, en la segunda mitad del siglo XVI, el asunto de los protestantes. La Inquisición se convirtió en un eficaz medio de control contrarreformista, en un contexto hispano, en el que la Iglesia sentaba su poderío, apoyándose en Trento. Fueron perseguidos los alumbrados y los quietistas, como también lo fueron los usurpadores de cargos y oficios eclesiásticos, los curas desviados y los solicitantes de confesionario.12

El Santo Oficio reprimió todo lo que pudo los delitos sexuales. Entre 1578 y 1616 fueron quemados en Sevilla cincuenta y cinco sodomitas. También, como una constante durante la historia inquisitorial, fue perseguida la bigamia, al ser considerado el bígamo “un divorcista en el fondo y un delincuente en la forma”.13

Vista de Sevilla (grabado calcográfico de Joris Hoefnagel).
Execution de Justitia de los cornudos patientes.
Civitates orbis terrarum, volumen V
, de Georg Braun y Frans Hogemberg
En el extremo izquierdo, señalado con la letra A, se aprecia el quemadero.
El signo que hacen los chavales es indicativo de cuernos.
También era castigado, obviamente, el adulterio. Pero, cuando el adulterio era consentido por el marido, este era condenado también, como “cornudo paciente”. Él iría a la hoguera adornado con ramas de vástagos, semejando astas de venado, con banderines, campanillas y cascabeles, y sería azotado por ella, que a su vez, con el torso desnudo, recibía azotes de penca. La alcahueta encabezaba esta lamentable comitiva y la gente le arrojaba excrementos.14

Fragmento del plano de Olavide, en el que se aprecian
entre la muralla y el Tagarete a la izquierda,
el Guadalquivir abajo a la derecha y el campo arriba,
los siguientes edificios: junto al Guadalquivir, San Telmo;
y junto al Tagarete, la Fábrica de Tabacos (hoy Universidad),
edificios ambos que no existieron hasta el siglo XVIII;
más arriba, a la derecha San Diego y, frente a San Diego,
un pequeño cuatrilátero: el quemadero de la Inquisición.
Fernando Niño de Guevara mandó ejecutar a más de 2.000 personas. En 1609, muerto el cardenal, fueron expulsados los moriscos. Hubo un rebrote inquisitorial contra los judeoconversos portugueses que entraron en España por la política del Conde Duque de Olivares de búsqueda de nuevos acreedores, sobre todo tras la quiebra de 1627, y la persecución se acentuó con la guerra hispano-lusa de 1640 y con la caída del valido. Pero también otros extranjeros cayeron en las redes inquisitoriales, con el regocijo de la población. Y luego estuvieron las brujas, aunque menos hostigadas aquí que, por ejemplo, en Zugarramurdi.15

Sevilla, que había tenido el honor de celebrar el primer auto de fe de España, fue también escenario del último, en 1781. Ante una gran expectación, salió a las 8 de la mañana la procesión, con el clero parroquial de Santa Ana, la hermandad de San Pedro Mártir –integradora de los familiares– y los demás religiosos, hacia el tribunal, instalado en San Pablo. La hereje, María de los Dolores López, la “beata ciega”, había sido detenida dos años antes mientras vendía huevos en la calle de los Dados (hoy Puente y Pellón), acusada de quietismo por fingir revelaciones divinas, y de tener relaciones sexuales con sus confesores. La pobre vieja iba en un asno, flanqueada por el alguacil mayor y el alcaide de las cárceles, y no paraba de despotricar, pero cuando oyó la sentencia rompió a llorar y a implorar clemencia. Estrictamente no había abjurado, pero se le concedió ser agarrotada, lo que vino a acontecer a las cinco de la tarde. El cuerpo muerto ardió hasta las nueve de la noche en el quemadero de San Diego.16

El suplicio de Diego Duro
(fragmento en el que figura este edificio,
tal vez el convento de San Diego).
Fresco de Lucas Valdés en la parroquia de
Santa María Magdalena
Seguramente el quemadero era identificado como de San Diego a raíz de la fundación, en sus proximidades, del convento de franciscanos descalzos de San Diego, en 1580.17

El franciscano san Diego de Alcalá, a quien se dedicó este convento, nació no en Alcalá sino en la localidad sevillana de San Nicolás del Puerto a finales del siglo XIV. Uno de los milagros que se le atribuyen es el de haber hecho que un niño apareciera fuera de un horno encendido, en el que se había dormido. No es rara la vinculación. También el quemadero de la capital de Nueva España, la actual México D.F., estaba situado frente al templo de San Diego. Sin duda, san Diego es un símbolo de la salvación de la quema y de la buena relación entre dominicos y franciscanos, más allá de la polémica inmaculista. No en balde, los autos de fe más solemnes y grandiosos de Sevilla se habían celebrado al amparo de las Cinco Llagas franciscanas, en la plaza de San Francisco, y también se celebraron autos particulares dentro del convento Casa Grande. Los frailes descalzos franciscanos abandonaron el convento de San Diego en 1784 y se instalaron en el complejo de San Luis de los Franceses, que había pertenecido a los recién expulsados jesuitas. Cuando la Compañía de Jesús fue restablecida, los franciscanos se fueron a la casa del mayorazgo de los marqueses de la Granja, en la calle Imperial. Finalmente, tras la desaparición en 1791 de la orden de los hospitalarios de San Antonio Abad, el convento advocado de San Antón fue ocupado por los frailes descalzos de San Diego, mediante un convenio firmado en 1819 con la hermandad del Silencio.18

El lugar del primitivo convento extramuros está hoy ocupado por el Casino de la Exposición, el teatro Lope de Vega, parte de la avenida de María Luisa y la glorieta de San Diego, que conserva el nombre como una reliquia. El quemadero sería derribado en 1809, estando aún sus cimientos bajo el relleno en el que está la estatua del Cid.19

Fachada de la iglesia de San Antonio Abad
a la calle Alfonso XII
Y el antiguo hospital de San Antonio Abad y convento de San Antón es hoy la iglesia de la hermandad del Silencio. En la puerta que da a la calle Alfonso XII, está presente san Diego de Alcalá, flanqueado por los emblemas de las órdenes mendicantes: a su izquierda, las Cinco Llagas de la Orden Franciscana; a su derecha, como una deferencia especial, la Cruz de Calatrava blanca y negra de la Orden de Predicadores.



1. Eslava Galán, Juan. Historias de la Inquisición
2. Está generalmente asumido que el camino al quemadero pasaba por la puerta de Jerez, lo cual es lógico por ser el camino más corto (a pesar del “tapón”, desde principios del siglo XVI, del colegio de Santa María de Jesús). Sin embargo, Joris Hoefnagel, en su grabado calcográfico titulado Vista de Sevilla, incluido en el volumen V de Civitates orbis terrarum, retrata claramente el recorrido extramuros de la puerta de Minjoar al quemadero.
3. Ibíd.1. Eimeric, Nicolau. Directorium Inquisitorum. También el artículo Recorrido histórico: Auto de Fe por las calles de Sevilla (www.edc.evidenciasdelcristianismo.com)
4. Morales Padrón, Francisco. La Sevilla del Quinientos. González de Caldas, Victoria. ¿Judíos o cristianos?: el proceso de fe Sancta Inquisitio. Mena y Calvo, José María de. Historia de Sevilla
5. Álvarez García, Carlos. Un registro de Francisco Fernández de Sevilla, escribano de cámara y contador de Hacienda, converso sevillano (1458-1465). La leyenda, con pretensión de historia, aparece escrita en un mural de azulejos en la casa de la calle hoy llamada Susona (antes de la Muerte), donde se supone que vivió. Se cita en el mural que su padre y los demás conjurados fueron apresados por Diego de Merlo y sus alguaciles, y que murieron ahorcados.
6. Caro Baroja, Julio. Ob.cit.
7. Llorente, Juan Antonio. Ob.cit.
8. Mena Calvo, José María. Historia de Sevilla. El autor cita que estas cifras están igualmente avaladas por autores como Lafuente, Mariana, Menéndez y Pelayo, Ballesteros y otros “de máxima seriedad y erudición”.
9. Gil, Juan. Los conversos y la Inquisición sevillana
10. Ibíd. 1
11. Sánchez Herero, José. Sevilla del Renacimiento (VV.AA. Historia de la Iglesia de Sevilla de VV.AA.). Se recomienda leer el artículo 8 de la serie de este blog Sevilla salomónica, titulado Salomonismo en la Reforma, salomonismo en la Contrarreforma… salomonismo enfín.
12. Boeglin, Michael. Inquisición y Contrarreforma. El Tribunal del Santo Oficio de Sevilla (1560-1700)
13. Contreras Contreras, Jaime. El Santo Oficio de la Inquisición de Galicia
14. García Arranz, José Julio. El castigo del “cornudo paciente”: un detalle iconográfico en la Vista de Sevilla de Joris Hoefnagel (1593). Hoefnagel, Joris. Vista de Sevilla (grabado calcográfico incluido en el volumen V de Civitates orbis terrarum)
15. Ibíd. 1 y 9. Llorente, Juan Antonio. Histoire critique de l’Inquisition d’Espagne, citado por Caro Baroja, Julio. Los judíos en la España moderna y contemporánea, Volumen 1
16. La Parra López, Emilio y Casado, María Ángeles. La Inquisición en España. Agonía y abolición. El quietismo fue una propuesta mística del sacerdote español Miguel de Molinos en su Guía espiritual que desembaraza el alma y la conduce por el interior camino para alcanzar la perfecta contemplación y el rico tesoro de la paz interior, publicada en 1675. La corriente también es conocida como “molinismo” o “molinosismo”, por el apellido de su promotor.
17. Pérez Cano, María Teresa. Patrimonio y Ciudad. El sistema de los conventos de clausura en el Centro Histórico de Sevilla. Se recomienda leer el capítulo 16 de esta serie, titulado Administrando la justicia de Dios y la devoción a su Madre.
18. Ibíd. 17. También artículo de Guevara Pérez, Enrique, en el Boletín de las Cofradías de Sevilla, nº 544 (www.artesacro.org)
19. Matute y Gaviria, Justino. Relación histórica de la judería de Sevilla, establecimiento de la Inquisición en ella, su extinción y colección de los autos que llamaban de fe celebrados desde su erección.


1 comentario:

  1. Muy interesante, curioso y certero el artículo. Muy recomendable también para conocer cómo era la Sevilla barroca en el siglo XVIII, la novela de Antonio Miguel Abellán "La beata ciega", que, como una máquina del tiempo, me ha paseado por aquella anquilosada sociedad dominada por la Iglesia y por el temor a la delación ante la Inquisición.

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