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María Santísima de los Dolores, de Torreblanca |
Pensar en el Corazón de la Virgen es pensar en
los dolores de su alma. La devoción a la Virgen de los Dolores, la Mater
dolorosa, había sido establecida a finales del siglo XI y había tenido una
gran propagación, introduciéndose en la liturgia como el Officium Parvum de
Septem Doloribus B.V.M. gracias a los franciscanos, a los dominicos y sobre
todo a los servitas florentinos, promovida por estos últimos como devoción
principal desde 1239, como un Rosario. (...) La iconografía de los Siete
Dolores entró en la Semana Santa de Sevilla con una pintura —inspirada, cómo
no, en san Lucas— que había pertenecido a la duquesa de Borgoña, madre de
Felipe I el Hermoso, y que Felipe II donó en 1570 a la hermandad, por él
instituida, de los Dolores de la Soberana de los Ángeles. Con la devoción a los
Siete Dolores se introdujo la costumbre de colocar sobre el pecho de la Virgen
un corazón atravesado por siete espadas, o por una espada como compendio de
todas.
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Sin duda, el puñal es un símbolo, un concepto, pero
no nos debe impedir «ver» el concepto principal de la Virgen: su corazón, que
no es, naturalmente, visible con los ojos del cuerpo, pero que es el gran
protagonista, porque, si la Virgen en su paso de palio es para sus cofrades el
centro del mundo, el corazón de María es el centro del centro.
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Hay
que saber adivinar el alma en el corazón de la Virgen, más allá de la
«apariencia» de madera del candelero y de los encajes que le adornan el busto.
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Del
libro de Antonio Hernández Lázaro El paso de palio: la búsqueda,
Editorial Almuzara, 2018, pp.193-194, 195 y 196.
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